'Fraga decía: durarán dos años...'
Recién llegado de un encuentro en Nueva York sobre el terrorismo mundial y 20 años después de la primera victoria electoral del PSOE, Felipe González se reunió en la sede de EL PAÍS con un grupo de periodistas para hacer un balance personal de los 14 años de Gobierno y comentar sus aciertos, errores y frustraciones. Participaron en el coloquio el director del periódico - Jesús Ceberio-, Javier Pradera, Soledad Gallego-Díaz, Joaquín Estefanía y José Manuel Romero. Éste es el resumen de la conversación.
Pregunta. ¿Cómo se llega a la victoria de 1982? ¿Influye en ella el desarrollo del XXVIII Congreso del PSOE?
Respuesta. Influye mucho. Y el resultado de las elecciones municipales previas, en las que paradójicamente tuvimos menos votos que en las elecciones de 1979, y sin embargo dio la impresión de que las habíamos ganado. El XXVIII Congreso del PSOE parecía un momento de respiro para la organización del partido entre tantas elecciones, el debate sobre la Constitución, el ambiente de inestabilidad que producía el terrorismo y los militares haciendo todos los días declaraciones con nombres y apellidos. Era el momento de que algunos militantes socialistas pidiesen cuentas por lo que consideraban un cierto desarme ideológico del partido. Esos militantes llegaron al congreso diciendo: 'Rearmemos ideológicamente al partido, recuperemos nuestros valores y el marxismo'. Era lógico: los militantes estaban testando la reacción de la opinión pública y, a través de la misma, modulando sus posiciones sobre la transición.
'Siempre que la derecha ve avanzar electoralmente a la izquierda dice lo mismo: no tienen programa, no tienen equipo, no tienen alternativa'
'Zapatero no necesita presentar una moción de censura, tal y como está el Parlamento. Además, ¿contra quién? Aznar ha dicho que no se volverá a presentar'
'Creo en una política económica liberal acompañada de una política social activa, con la universalización de las pensiones, la educación y la sanidad'
'Cada vez que había una declaración no pertinente de un militar, el que la hacía se enteraba de la opinión del Gobierno cuando era sustituido'
'Las nacionalizaciones son un símbolo de poder, no de redistribución. Las privatizaciones también pueden ser un instrumento de poder'
'Lo que hicimos no se parece a lo de Mitterrand; se parece más a Olof Palme mezclado con algunas ideas de Willy Brandt y Helmut Schmidt'
En ese congreso surge una mayoría liderada por algunos socialistas marxistas, como Pablo Castellano, Francisco Bustelo, Luis Gómez Llorente o Enrique Tierno Galván, que tratan de recuperar la ideología esencialista del PSOE y que creían que lo que se había hecho en lo que llevábamos de la transición, o en nuestras aportaciones a la Constitución, no era bastante. Yo no me identificaba con esas posiciones, creía entonces y sigo creyendo que antes que ser marxista hay que ser socialista. No acepté ser secretario general porque no creía en las proposiciones que estaba aprobando el congreso. Pero mi dimisión no estaba preparada; no suponía que la contradicción iba a estallar en el congreso. ¿Cuál era esa contradicción? Que el 90% de los militantes quería que yo fuera el secretario general del partido, pero aplicando unas resoluciones en las que no creía. Por eso renuncié. Defiendo una postura -el abandono del marxismo- y pierdo. Había gente que decía que lo que nos faltaba era ideología. Todavía hoy hay quien lo sigue repitiendo.
P. Su dimisión supone una catarsis en el PSOE, bien vista por el conjunto de la sociedad. Un segundo movimiento fue la moción de censura contra Adolfo Suárez, que cogió a todo el mundo por sorpresa...
R. No creo que la presentación de la moción de censura estuviera directamente relacionada por el deseo de ganar las elecciones. La situación era muy grave; el Gobierno presentaba unos Presupuestos en los que ni él mismo creía... Joaquín Garrigues me dijo que después del XXVIII Congreso teníamos la mayoría social del país con nosotros y hacía la broma de que si los ciudadanos viesen por el ojo de la cerradura el desarrollo de los consejos de ministros de UCD, atascarían los aeropuertos. Garrigues tenía conciencia de ese deterioro. Murió antes de ver nuestro triunfo. Con la moción tratábamos de convencer de que éramos un partido de centro-izquierda, sin esa imagen que extendieron Suárez y los suyos de que si llegábamos al poder íbamos a nacionalizar hasta las mercerías... A partir de ese momento se fracturó la relación que teníamos con Suárez. Queríamos poner de manifiesto dos cosas: por una parte, que UCD estaba en tales contradicciones que no podía gobernar; en segundo lugar, que teníamos una alternativa. Siempre que la derecha ve avanzar electoralmente a la izquierda hace la misma acusación: no tiene contenido; cuando eso ya no lo pueden mantener, pasan a la siguiente fase: no puede gobernar, no tiene programa, no tiene equipo, no tiene alternativa. Siempre es lo mismo. Ahora también. Se trataba de dar visibilidad a la capacidad alternativa de gobernar que teníamos.
P. Por cierto, dadas las analogías entre entonces y ahora, ¿cree que Rodríguez Zapatero debe presentar una moción de censura?
R. No creo que lo necesite. En este momento, tal y como están las cosas, seguramente yo no la presentaría. Además, una moción de censura, ¿contra quién? Aznar no se va a postular de nuevo como candidato...
P. ¿Qué papel desempeñó el golpe de Estado del 23-F en el cambio?
R. ¿En la actitud de la gente? Creo que decisivo. Los ciudadanos percibieron que, en parte, el 23-F estaba motivado por el intento de frenar la voluntad de cambio del país. De frenar a la izquierda. Lo que no esperábamos es que esa voluntad fuese tan abrumadora como se manifestó en las elecciones de octubre de 1982, que fue la respuesta al 23-F. La respuesta fue el voto, no la manifestación de cuatro días después del intento de golpe de Estado. Pocos veían la posibilidad de que UCD se recompusiese, y la mayoría no quería dar la confianza a la derecha de Fraga. Fernando Abril Martorell comentó a unos amigos que iban a votar al PSOE: 'Pero ¿cómo podéis dar un masserati a Felipe González con las curvas que hay en la carretera?'. Obtuvimos más de 10 millones de votos.
P. Ganan las elecciones. Pero, ¿no fue un coste muy elevado el desencaje del modelo autonómico haciendo ingresar a Andalucía a través del artículo 151 de la Constitución, es decir, junto a las nacionalidades históricas como Cataluña, el País Vasco y Galicia?
R. Es una contradicción en los términos hablar de nacionalismo andaluz. El origen del andalucismo es Blas Infante; lo era por ser 'para España y para la humanidad', que dice el himno andaluz, lo cual es lo contrario del nacionalismo, de la exclusión, de un cierre de fronteras. Es un andalucismo universalista. Había que encontrar un componente de equilibrio entre las llamadas comunidades históricas y las demás. Aplicar el artículo 151 para Andalucía podría haber sido un error, pero la historia demuestra que ha sido un acierto para el equilibrio interregional de España.
P. Entre el momento en que los socialistas ganan las elecciones, el 28 de octubre, y el día en que el nuevo Gobierno toma posesión, el 3 de diciembre de 1982, pasa un mes y pico bastante angustioso, que quizá no se ha contado con todo detalle. ¿Se pueden ya desvelar todos los secretos de ese corto periodo? Por ejemplo, ¿cómo se enteró de esa nueva intentona golpista del 27 de octubre? Usted estaba en Bilbao, en los estertores de la campaña electoral...
R. Fue una intentona bastante más fácil de desarticular que las anteriores. Fue el último intento desesperado de impedir nuestra victoria en las urnas. No me acuerdo exactamente de los detalles, pero sí de la conversación con Alberto Oliart, el ministro de Defensa, que me dio la seguridad de que estaba todo controlado. Ya trabajaba como jefe de los servicios de seguridad Emilio Alonso Manglano, que tenía datos muy precisos de los golpistas.
Ese periodo de interregno fue difícil, aunque había un elemento de descarga de la tensión, que era precisamente que ya habíamos ganado las elecciones. Pero llega el Papa a Madrid, en una visita que había postergado por la campaña electoral, y en plena visita, ETA asesina al general Lago, jefe de la División Acorazada. Hay personajes, que no voy a citar hoy, a los que recuerdo mariposeando entre los militares para ver si hacían algo. Hubo momentos dramáticos, pero se estableció una transferencia bastante ordenada del poder.
P. ¿Funcionó bien el cambio de Gobierno, el cambio de Administración? ¿Les entregaron los papeles?
R. Funcionó en algunos ministerios. Funcionó en Defensa, con Oliart; en Hacienda, con García Añoveros... funcionó poco en Interior...
P. ¿Poco en Interior?
R. No lo suficiente. Rosón explicó a Barrionuevo algunas de las zonas de rozamiento, más sensibles, pero no lo suficiente. En el área de Presidencia hubo algunas conversaciones. Yo le pedí personalmente a Leopoldo Calvo Sotelo que antes de irse aprobase un paquete de medidas económicas imprescindibles, que suponían un gran ajuste y sacrificios para los ciudadanos (subir el precio de las gasolinas, devaluar la peseta...), ofreciéndole todo el apoyo de los socialistas. No me parecía lo más elegante empezar a gobernar, después de la ilusión generada, depreciando la peseta, subiendo la gasolina un 25%, etcétera. La respuesta fue muy del estilo de Calvo Sotelo: 'Además de la derrota que hemos tenido, ¿quieres que yo haga esto?'. Era imprescindible hacerlo inmediatamente. No lo discutimos más. Las primeras medidas que tomamos nada más tomar posesión, un sábado en el que los mercados estaban cerrados, fueron las de ajuste económico.
P. Los socialistas franceses habían ganado las elecciones un poco antes que el PSOE y Mitterrand estaba aplicando una política de expansión de la demanda, muy parecida a la que usted llevaba en el programa electoral. En cuanto llega a La Moncloa tira a la basura ese programa y aplica un duro plan de ajuste económico, avalado por dos personas como Miguel Boyer y Carlos Solchaga...
R. No fue exactamente así. La característica fundamental del programa de Mitterrand eran las nacionalizaciones, que no aparecían en el nuestro y en las que no creíamos. Sólo queríamos la nacionalización de la red de alta tensión eléctrica para garantizar la distribución de electricidad. Por cierto, había que recuperarla porque ahora hay bastante caos en esa distribución.
Discutí mil veces con Mitterrand su política de nacionalizaciones, especialmente la de las empresas de alta tecnología, que son aquellas que necesitan menos burocracia, más innovación, más creatividad, no tener horarios. Nacionalizarlas significaba matarlas. Estaba de acuerdo con el principio de controlar el progreso y ponerlo al servicio de la sociedad, pero no mediante nacionalizaciones. En el programa de 1982 habían intervenido Boyer y Solchaga; por tanto, era cualquier cosa menos un programa para hacer la revolución. Pero tampoco era, ni mucho menos, un programa thatcherista como han dicho otros.
P. ¿Por qué cree que se instaló esa sensación de que el PSOE aplicaba una política liberal? Incluso en las mismas filas socialistas había quien decía que las recomendaciones del Banco de España eran más importantes que las resoluciones de los congresos.
R. Esa pregunta se responde a sí misma con la realidad. Pero es verdad que se instaló la presunción de que el Gobierno practicó en parte una política contraria a los compromisos electorales. Se incumplieron dos promesas electorales en la percepción de la gente, no en la realidad: la creación de 800.000 puestos de trabajo y el referéndum de la OTAN. Hay dos tipos de obligaciones que se contraen cuando se hace una oferta programática; unas son obligaciones que te pueden salir en un porcentaje de lo que has intentado, el 20%, el 80%, el 120%... En la segunda legislatura, cuando no prometimos ningún puesto de trabajo, creamos 1.200.000; pero en la primera legislatura se destruyó empleo.
En cuanto al referéndum de la OTAN, se hizo porque era una obligación que dependía de un solo acto de voluntad y no fui capaz de hacer como Papandreu, lo que probablemente hubiera sido lo más inteligente. Lo lógico hubiera sido aceptar el cambio de posición , disolver, convocar elecciones y presentarnos de nuevo con ese cambio en el programa. Pero me daba vergüenza presentarme a una campaña sin haber cumplido un compromiso electoral como ése. Contra lo que se cree y dice el materialismo histórico, en las decisiones políticas hay mucho de impacto personal...
P. Usted ha dicho que el referéndum de la OTAN había sido un error. ¿Lo supo en ese momento o a posteriori?
R. En ese mismo momento. La oposición no supo aprovecharlo por sus propias contradicciones. Aznar prefiere olvidarse de la posición del PP respecto a la OTAN. Fue Herrero de Miñón quien convenció a Fraga de que debían abstenerse, de que el referéndum era la tumba de los socialistas. Recuerdo una conversación con Fraga entonces. 'Mira, si vienes a convencerme de que es un error convocar el referéndum, ahórratelo. Ya sé que es un error. Pero tengo ese compromiso y lo voy a cumplir'. Reagan y Schultz eran conscientes del envite y no sabían cómo decirme que diera marcha atrás al referéndum porque no les di pie para esa conversación.
P. ¿Qué hubiera pasado si hubiera salido el no?
R. Mucha gente decía que nuestro cambio de posición era un chantaje. El no salió en Irlanda en primera instancia porque el Gobierno no se comprometió con el sí; lo mismo sucedió en Dinamarca. Si la opinión pública dice lo contrario de lo que patrocina el Ejecutivo, no se puede seguir gobernando. Si el resultado del referéndum hubiera sido contrario a nuestra opinión hubiera disuelto y convocado elecciones inmediatamente. Naturalmente, no me hubiese presentado. Sobre eso no tengo ninguna duda.
P. La pregunta era por qué existía la percepción de que el PSOE había practicado una política económica liberal.
R. Se hizo una política económica de liberalización acompañada de una política social muy cohesionante. Es la fórmula en la que sigo creyendo: aumentar la competencia, liberalizar la economía, eliminar barreras, ello puede animar el crecimiento. Pero también una política social activa, con la universalización de las pensiones, la sanidad o la educación, y una política fiscal progresiva: aumentamos un punto anual la presión fiscal durante 10 años para acercarnos a los estándares europeos.
P. ¿Cómo se puede definir esa política mestiza?
R. Éste es un concepto posterior. Nosotros no teorizamos lo que hicimos. El problema era superar la tragedia de la izquierda que ha sido siempre la falta de versatilidad en los instrumentos. Creer que los instrumentos son los fines, en lugar de pensar que los objetivos siguen siendo válidos y las herramientas versátiles. Redistribuir, pero no miseria. Hubo un tiempo en que la izquierda creía que las nacionalizaciones eran sinónimo de redistribución, cuando eran, en esencia, un instrumento de poder. Franco nacionalizó, De Gaulle nacionalizó. No eran de izquierdas. Ahora, la derecha privatiza como instrumento de poder, para seguir manteniendo el control sobre las empresas.
P. Giddens ha llamado a esa práctica tercera vía...
R. Sí, aunque lo de la tercera vía ha acabado como una carcasa en la que hay que profundizar. ¿Por qué iba a ser incompatible la liberalización de la economía con una política social activa?
P. ¿De cuál experiencia socialdemócrata se siente más cercano?
R. Sólo sé explicarlo con un ejemplo: los pintores tienen maestros, influencias, escuelas, pero cuando se ponen a pintar los brochazos son suyos, están haciendo su propia pintura. Eso es lo que yo sentí. No se parece a lo de Mitterrand, se parece más a lo de Olof Palme mezclado con algunas ideas de Willy Brandt y de Helmut Schmidt. Ésos son los referentes...
P. ¿Cuáles eran las relaciones con los poderes económicos de este país antes de llegar al poder?
R. Relativamente escasas. No teníamos mucho crédito frente a ellos. Las relaciones con la patronal, que presidía Ferrer Salat, eran bastante ásperas. En Andalucía fueron especialmente hostiles. Los poderes económicos mantenían una cierta simpatía personal y al mismo tiempo una profunda desconfianza con lo que representábamos y lo que podíamos hacer si ganábamos. Desconfianza que alimentaba la derecha. Fraga era el que decía: 'Durarán dos años. En dos años se les habrá ido el control de la inflación y el gasto'. Ésa era la apreciación.
P. ¿A qué se dedicaron entre el 28 de octubre y el 3 de diciembre?
R. Nada más que a la preparación del cambio; a afinar las decisiones que íbamos a tomar y en qué orden; al contacto con Calvo Sotelo y su equipo.
P. ¿Y a elegir al Gobierno?
R. No necesité mucho tiempo. Lo tenía pensado desde bastante antes. Además, pese a la crisis del XXVIII Congreso, tuve mucha autonomía personal para nombrar Gobierno. La que da al presidente la Constitución.
'En 1982 quisieron poner en libertad a los golpistas del 23-F'
Pregunta. En el haber del PSOE está la reforma militar. Lograron hacer lo que Azaña no pudo. ¿Cuál fue la etapa clave para esa reforma?Respuesta. La primera. El primer mandato. No se trataba de una reforma de papel, sino de cotidianidad. Nos decían que la clave de bóveda de un ejército respetuoso con la democracia era el cambio educativo. Pero era imposible que tuviera efectos en el tiempo deseable. Había que desactivar la dinámica a la que estábamos sometidos. Algunos gestos fueron decisivos; por ejemplo, nunca más hubo un debate con los militares cuando hacían declaraciones. Cada vez que había una declaración no pertinente, el que la hacía se enteraba de la opinión del Gobierno cuando era sustituido.Hubo una prueba previa, de la que no sé si es oportuno hablar. Una semana después de mi visita a la División Acorazada , se produjo una convocatoria del Consejo Supremo de Justicia Militar para poner en libertad a los golpistas del 23-F. Ése fue un momento probablemente decisivo. No hubo ningún escándalo, pero fue decisivo.P. ¿Qué ocurrió?R. Me parece que nunca lo he contado en una entrevista. En el orden del día estaba el punto de tomar en consideración la petición de libertad condicional para los implicados del 23-F. El motivo inmediato eran las próximas navidades. No sólo estaba en el orden del día, sino que además tuvimos la información de que había ocho votos decididos a poner en libertad a los golpistas. Ocho de doce. Decidimos que si ese punto iba al orden del día, no ya si se tomaba la decisión, se procedería a la inmediata disolución del Consejo Supremo de Justicia Militar. No entró en el orden del día.P. La reforma militar, ¿fue un proceso rápido?R. A principios de 1983 hubo la primera declaración de un alto mando militar en una revista semanal. Como teníamos la información, cuando la revista salió a la calle, ya estaba siendo sustituido. Sin discusión. Desde muy pronto tuvimos reuniones con la Junta de Jefes del Estado Mayor. Estas decisiones fueron más eficaces en el ejercicio de la autoridad jerárquica que las normas que luego se desarrollaron: una reforma legal que nos dio el fundamento para tomar decisiones. La reforma de fondo fue normativa, pero el cambio de actitudes fue previo. Las actitudes en política tienen mucha más importancia que las leyes.P. ¿Cómo fueron las relaciones con la Iglesia?R. Había una relación paradójica, con un tema clave: la financiación. El régimen de concierto aumentó exponencialmente la financiación pública de la Iglesia. Hasta el punto de que cuando recibí por segunda vez al cardenal Casarolli y me planteó quejas sobre la misma, le respondí que no estaba bien informado. Le dije lo siguiente: 'Le propongo una cosa: si usted tiene un modelo que le parezca mejor que éste, desde ahora me comprometo a negociarlo en esos términos. El que usted quiera'. Y lo entendió de una vez. Casarolli es de los tipos más listos que he conocido jamás. Muy fino. El segundo paquete de quejas era sobre la televisión pública, que a la una de la madrugada producía algunas escenas escandalosas. También se quejó de esto en una ocasión la Reina. Yo venía de oír en la COPE un programa en que se estaba comentando con todo detalle los amores de una pareja del momento, y me vino muy bien que Casarolli lo conociera también.
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