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Columna
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Elogio del amor

Todo por amor, estrenado el miércoles pasado por Antena 3, debería convertirse en referencia de la galaxia kitsch. Con un formato monumental (tres horas) y una estructura repetitiva hasta la hipnosis, el espacio eleva la boda catódica al nivel de la canónica. Seis mujeres de blanco piden en matrimonio a sus respectivos novios, que han sido vilmente llevados hasta el lugar del crimen, un intimidador altar-plató, para ser sobrecogidos por esta llamémosle sorpresa. Los chicos tendrán unos minutos para decidirse, sudarán la gota gorda, pondrán cara de no entender nada y, mayoritariamente, aceptarán a sus novias en la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte, o el mando a distancia, les separe. El director de este atraco organizado es Valerio Lazarov, que vuelve a primera línea de fuego con una aventura que, para ser exacto, convendría describir como cursi. Esta primera impresión, sin embargo, se ve desmentida con el paso de los minutos. Tras esa espectacular escenografía, con sus escalinatas, actuaciones melódicas y resúmenes de preparativos, se esconde un perverso discurso que pone en evidencia, de un modo sutil y fascinante, la fragilidad de la institución matrimonial.

Para compensar esta transgresora subtrama se repiten promesas de amor eterno y se homenajea a los contrayentes con justificadas palabras de ánimo. No hay, por fortuna, ninguna escena dantesca como las que enturbian las bodas de verdad. Nadie le corta la corbata al novio para luego subastarla y el público no se desgañita exigiendo que los esposos se besen mientras todavía resuenan las apuestas sobre el próximo, inminente, divorcio. La armonía preside un escenario en el que Andoni Ferreño, vestido de novio suplente y asistido por una desaprovechada Mariona Xuclá, intenta encarrilar el susto de los novios, que, entre la espada y la pared, sienten la tentación de inmolarse en público. Machacón, limitado en cuanto a estímulos (aunque cuando un novio rechaza la oferta el programa levanta un majestuoso y morboso vuelo), Todo por amor carece de grandes alicientes, y puede que ésta sea su mayor virtud. Los que estén hartos de dinamismo y vaivén formal encontrarán en Todo por amor una apuesta por un tempo clásico y un contenido ñoño que, en lugar de ahuyentar, reconforta. Comprobar que todavía quedan personas dispuestas a pasar por esta pública tortura sólo por amor es, en el fondo, un milagro. Uno más en la larga carrera de san Valerio Lazarov.

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