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Columna
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Reacciones

Ante las decepciones cada uno responde como puede y como quiere. Hay quien dice que las mujeres son más frágiles porque llevan a cuestas miles de pequeñas decepciones, que no comprendo yo por qué nos decepcionamos con tanta facilidad. Lo que resulta evidente es que eso quiere decir que los hombres suelen tener menos y más grandes. Es muy probable que así sea. En cualquier caso, lo que no tiene duda es que la persona decepcionada, en mayor o menor cantidad o calidad, lo pasa mal, y me parece interesante su manera de reaccionar ante los demás, porque los modos de hacer y decir las cosas siguen siendo importantes.

Se puede lanzar una retahíla de imprecaciones, o venirse abajo y perder el sueño con una depresión oscura y muda, o explicar la situación con todo lujo de detalles y presentarse como víctima o como héroe, o hablar, hablar y hablar con tanta indignación como seguridad, quitándole la palabra y la razón a los demás, o callársela, recordarla para adentro y sonreír como si no hubiera pasado nada, o vaya usted a saber, que si las de las mujeres son tantas y tan pequeñas a lo mejor no nos da tiempo ni a reaccionar.

Por todo eso me ha sorprendido la actitud de Jacinto Pellón -que, me puedo equivocar pero pienso que sufrió una decepción con Sevilla- llegando tan discretamente y evadiendo los codiciados medios con la excusa de que su opinión no tenía interés. No fue un seco 'sin comentarios' ni el silencio por respuesta sino una fórmula inteligente y poco común de distanciamiento que demuestra un orgullo digno. Decía Faulkner que cuando se tiene el orgullo suficiente para ser humilde no es necesario acoquinarse. Al fin y al cabo la dignidad es cuestión de autoestima.

Creo que me ha parecido sorprendente porque la mayoría de las personas que estamos acostumbrados a oír en los medios suelen opinar de todo lo que le pongan por delante, incluidas las decepciones, con mucha seguridad del interés que provocan, y pocos se atreverían a decir lo mismo que Jacinto Pellón ni siquiera como fórmula diplomática. Y quienes les escuchamos todos tontos perdidos, claro. Pues no señor, no tanto. Y nos gusta oír a alguien decir, aunque sea como disculpa, que sus palabras no tienen interés.

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