Historia de un nuevo desencuentro
Juande Ramos nunca sintonizó con la directiva del Espanyol ni supo cuál era su interlocutor
Todavía hoy, cuando ha sido suspendido de empleo y aguarda la rescisión de un contrato que se presenta complicada, Juande Ramos se debe preguntar qué fue lo que le llevó a aceptar la oferta del Espa-nyol cuando estaba convencido de que no era el entrenador que el club buscaba. Puede que fuera por el dinero (1,5 millones de euros) o sólo porque le seducía regresar a Barcelona después de su mal paso por el filial azulgrana, pero el entrenador manchego no supo decirle que no a Daniel Sánchez Llibre, presidente blanquiazul, y se presentó en Montjuïc dispuesto a capear el temporal provocado por la salida de Flores, tan dolido con la institución que se borró como socio.
Juande siempre fue consciente de la fractura social que carcomía a la entidad. Pensaba, en cualquier caso, que sabría contrarrestarla si podía armar un buen equipo. Había lidiado con clubes más delicados, como el Rayo y el Betis, y había salido airoso, así que se impuso tener sobre el Espanyol un control deportivo que abarcaba incluso a filial. Y justamente ahí empezaron los conflictos. El fútbol base se rebotó y la directiva, dicharachera con el calor del verano -el presidente habló de la posibilidad de alcanzar la Champions- se aflojó de mala manera. Juande Ramos empezó a inquietarse de verdad cuando se dio cuenta de que no se atendían sus peticiones ni en cuanto a fichajes ni tampoco a las bajas. A cada partido, el técnico descubría que le faltaba un jugador nuevo, y así hasta contar diez.
El equipo entró en una confusión tan grande que nunca consiguió superarla para desespero de una hinchada que jamás encontró un solo culpable. Decía el técnico que no le daban lo que pedía, y de ahí que tuviera que recuperar a jugadores con los que había dicho que no contaba (Cavas, Àlex o Navas). Respondía el director general, Josep Lluís Marcó, que se habían atendido la mayoría de solicitudes del entrenador. Y, entre medio, quedaban sin decir ni pio la figura del secretario técnico, Sergio Morgado, o la de asesores deportivos como Ramon Paris. Unos se echaban las culpas a los otros y, mietras tanto, la casa sin barrer, pues el presidente se dedicaba a sus cosas. El apuro llegó a ser tan grande que Juande ya quiso dimitir en la pretemporada. Los directivos le invitaron a echarse atrás y él les concedió una prórroga, hasta el sábado, cuando ya no aguantó más -no quiso apartar de la plantilla a los jugadores que había declarado transferibles como pretendía el club- y forzó su destitución con unas declaraciones que expresaron su soledad, falta de entendimiento con la directiva y también la ausencia de complicidad con el vestuario, superado por tanto cambio, por tanta inseguridad, por tanto desgobierno. Acostumbrado a cerrar los tratos con la familia Ruiz-Mateos y con Lopera, Juande echó de menos a los Lara, que siendo los máximo accionistas del club no ejercen. Incomprendido y falto de apoyos, el técnico prefirió apuntar antes de seguir siendo la diana. Ya se sabía un entrenador de entretiempo en un club que no sabe lo que quiere, pero nunca pensó que durase tan poco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.