Puro encaste Robleño
La fiesta es pasión o no es nada. Ingrediente que pone siempre la casta. Ya sea en el comportamiento del toro, o en el arrojo de un torero con todas las letras, grabadas a fuego y oro. Digamos que hablamos de Fernando Robleño, que ayer firmó, sobre la candente, una página homérica de valor y arte auténtico del toreo. En su primer victorino, que llevó a la feria una corrida muy desigual, pasada de ajo, floja de casta, manejó el capote en el saludo con criterio y maneras, al sacarse al toro, que apretaba en tablas que daba gusto, en lances por los dos pitones y hacia los medios. Aroma añejo.
La faena de muleta sería un cuerpo a cuerpo con el toro, que fue desarrollando sentido a cada muletazo. Consintió una barbaridad, se cruzó siempre en los cites y, sobre los pies, domeñó al bruto que pretendía cogerlo. Trasteo de bemoles, corazón y ciencia. Pero el do de pecho sería en el sexto, al que recibió con verónicas limpias y larga rumbosa. La faena destiló puro arrojo, tanto que la plaza estaba en pie antes de que entrara a matar. Probó distancias, se fue al pitón contrario con majeza y exposición sin mácula, y muleteó con el alma bordada a la pañosa. Se tumbó encima del morrillo, salió prendido y, una vez en el suelo, el pitón del toro lo volvió a elevar por los aires. La suerte acompañó y pudo descabellar, recoger las dos orejas y salir a hombros entre el clamor de la afición.
Victorino / Esplá, Ramos, Robleño
Toros de Victorino Martín, desigualmente presentados, mansos en general, varios blandearon, con problemas. Luis Francisco Esplá: aviso y silencio; silencio. José Ignacio Ramos: silencio; división. Fernando Robleño: silencio; dos orejas. Plaza de las Ventas, 13 de octubre, 6º y última de feria. Lleno.
Luis Francisco Esplá estuvo aseado en su primero y breve en el malaje que salió en cuarto lugar. Y José Ignacio Ramos, aguantó al complicado primero, y extrajo meritorios muletazos a su segundo, un tanto noble, al que entró a herir con el estilo inconfundible de los buenos estoqueadores.
Emoción. La piel alborotada y ese calorcillo que gotea por el pecho y encoge el estómago. Torero. Fernando Robleño. Una distinción. La gloria verdadera.