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Columna
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Los besos

Ocurría en Pretty Woman. Esa moderna versión de Cenicienta contaba la historia de una bella prostituta de Los Ángeles que entabla relación con un apuesto millonario de Nueva York. El protagonista masculino, Richard Gere, contactaba con Julia Roberts en Sunset Boulevard, la avenida donde hacen la carrera las meretrices de Hollywood. En pantalla ni la Roberts parecía una puta ni Gere tenía pinta de putero, porque la industria del cine casi nunca consiente que el realismo les estropee un bonito cuento. Ya en la habitación del hotel donde él se aloja, ella expone fríamente las condiciones del servicio. Puede tocarla y practicar el sexo, pero no la puede besar. Esa condición es una de las claves que el guionista envía al espectador para mostrar la intimidad psicológica de las prostitutas y como diferencian el sexo laboral del deseado.

Lo de 'prohibido besar' debe ser una ley universal muy extendida porque rige también, entre las mujeres que hacen la calle en Madrid. O al menos regía hasta hace un par de meses en que la competencia ha reventado el mercado arrasando todas las leyes vigentes. Desde hace unas semanas, el número de prostitutas se ha disparado en la calle de la Montera a pesar de la hostilidad mostrada por comerciantes y vecinos que protagonizaron numerosos actos de protesta. Tal ha sido el incremento registrado, que el efecto rebose amplió su ámbito de influencia a la Gran Vía, avenida tradicionalmente respetada por esta actividad. Según cuentan las propias interesadas, el endurecimiento de la legislación en Francia, la regulación de los locales de alterne en Cataluña y el cierre de los accesos en la Casa de Campo ha empujado al centro de Madrid a cientos de meretrices.

En este mercado, la ley de la oferta es realmente cruel. Llegadas de todos los puntos del planeta, la desaforada disputa del cliente dinamita normas de comportamiento no escritas que nadie, hasta ahora, osaba violar. Por todas era admitida la obligación de llevar una ropa mínimamente discreta para no escandalizar a nadie ni provocar el rechazo de los transeúntes. Tampoco debían plantarse ante los escaparates, evitando en lo posible las quejas de los comerciantes. Igualmente tácita era la prohibición de agarrar o abalanzarse sobre los hombres o gritar para llamar su atención. El sentido común recomendaba, además, emplear un lenguaje de susurros y un código de miradas moderadamente provocativas. Reglas, en definitiva, de prudencia encaminadas a evitar problemas con el vecindario y las fuerzas de seguridad. Esas pautas de comportamiento son ahora sistemáticamente violentadas por cazadoras advenedizas dispuestas a lo que sea con tal de levantar una pieza. La primera y más notoria consecuencia es la caída en picado de los precios. Cuentan las chicas de Montera que la tarifa de 20 a 25 euros por trabajo que hasta ahora todas respetaban ha bajado hasta los 10 euros. Una cantidad -dicen- miserable por la que las intrusas están dispuestas a desnudarse y hacer cualquier cosa. Están incluso dispuestas -subrayan- a besar. Besar en la boca, que es para ellas el último bastión de dignidad, el reducto que reservan para sus íntimos deseos y para el amor. Eso que era irrenunciable para la chica de Pretty woman y que guardaba celosamente para su Príncipe Azul puede comprarlo hoy en la calle de la Montera cualquier baboso por un puñado de euros. La pobreza extrema no permite a las putas rumanas o subsaharianas que han venido a Madrid las sutilezas y el decoro que imponía en Los Ángeles el personaje interpretado por Julia Roberts.

Esa forma de miseria ignominiosamente explotada por las mafias de proxenetas lleva camino de convertir las calles de Madrid en un inmenso lupanar. El problema alcanza tal magnitud que ya no resiste más demora el encontrar una solución eficaz que ponga algún orden al mercado de la carne. Ahora que los políticos perfilan sus propuestas para las elecciones locales y autonómicas, ahora que llenan su boca de promesas, es momento de proponer sin hipocresía ni demagogia medidas realmente útiles. Empezando por algo tan elemental como reconocer legalmente la existencia de este viejo e inmortal oficio, disponiendo, seguidamente, su regularización. Tal vez así puedan volver a reservar sus besos para quien ellas quieran.

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