Ninguna gran revelación
Este concurso de la Bienal, para jóvenes intérpretes, que ha alcanzado su cuarta edición, no acaba de ofrecer resultados en verdad convincentes. Y no parece que el horizonte se muestre más prometedor de cara al futuro, pues tiene uno la impresión de que cada nueva edición se rebaja un tanto la entidad artística de los triunfadores.
Es un dato profundamente preocupante. Porque si se supone, y no hay por qué dudarlo, que a ese grado de elegidos llegan realmente los mejores, quiere decirse que no hay entre los jóvenes nada mejor que ofrecer. Singularmente en el cante, algo más atenuado en guitarra y baile. Pero en cualquier caso la conclusión de que el flamenco joven se encuentra en estado de grandes carencias no se puede eludir.
Gala de Ganadores IV Concurso de Jóvenes Intérpretes
Cante: Rocío Bazán, con Francisco Javier Jimeno a la guitarra. Toque: Eduardo Trasierra. Baile: Mercedes Ruiz, con Javier Patino a la guitarra, y cantaores. Teatro Lope de Vega, Sevilla, 5 de octubre.
Estos premios se instauraron en sustitución del Giraldillo de las primeras ediciones de la Bienal (1980 a 1990), limitándolo sólo a jóvenes no mayores de 30 años con el objetivo de estimular su acceso a los circuitos profesionales del arte. Los vencedores de cada Giraldillo eran uno por edición, alternándose sucesivamente las facetas de cante, baile y guitarra. Y si echamos una mirada atrás vemos ya diferencias abismales con lo que ahora ocurre. Aquel premio lo ganaron gentes como Mario Maya, Manuel Franco, Calixto Sánchez, Chocolate, Javier Barón, Niño de Pura. Es decir gente de mayor o menor categoría, pero ya consagrada y de reconocida valía.
El cambio de concepto se produjo precisamente por querer priorizar el apoyo a los jóvenes. Pero la triste realidad es que en las cuatro ediciones ahora culminadas, de los que han vencido en ellas apenas nos queda el recuerdo de un solo cantaor que está haciendo carrera brillante: Fernando Terremoto hijo.
Los vencedores de ahora son tres en todas las ediciones, uno por especialidad, y se llevan una fuerte cantidad de dinero, además de adquirir el derecho a participar en una gira por las ocho provincias andaluzas, con fuerte respaldo institucional, en la que se placearán e irán entrando en un conocimiento realista con lo que es verdaderamente el ejercicio de la profesión a la que quieren dedicar sus vidas.
El problema con frecuencia es que si en el principio no hay artistas difícilmente se les podrá convertir en profesionales de éxito. Y la verdad de los concursos vigentes es que no salen de ellos personalidades con capacidad real de proyectarse hacia una dimensión importante de lo jondo.
Los tres que anteanoche recibieron los premios y el aplauso del público en Sevilla, en este IV Concurso de Jóvenes Intérpretes, fueron la malagueña Rocío Bazán, el sevillano Eduardo Trasierra y la jerezana Mercedes Ruiz.
Bazán es cantaora de registro agudo, que acelera los cantes precipitándolos en un vocerío de escasa entidad. Le echa mucho genio a todo lo que hace, pero lo que hace dista mucho del orden y la armonía que esperamos en un cante con un sentido flamenco asumible. Estridencias sin fin, tercios que literalmente se amontonan.
Trasierra es guitarrista con formación académica e intérprete correcto, pero convencional, lejos de aquellos que protagonizaron el boom del toque de hace unos años. Es cierto que la guitarra no vive hoy, y desde hace algún tiempo, aquellos momentos de esplendor que dieron una o dos generaciones de verdadero lujo, se habla incluso de crisis. Trasierra interpretó malagueña, granaínas y alegrías, manteniéndose en una línea de discreta flamencura que sin duda mejorará con la experiencia, pues se le vio tenso y envarado.
Ruiz me parece la más interesante de los tres, por lo menos la que demuestra ya un grado mucho más avanzado de profesionalidad. Tiene estampa y distinción, compone muy bien la figura y su repertorio es de una amplitud de formas realmente agotador. Hizo siguiriyas y alegrías con buen aire, pero peca de la tendencia hoy tan habitual de hacer los bailes larguísimos, como si quisiera mostrar cuanto sabe en un solo tema. Y cuando se quieren hacer tantas cosas es casi inevitable caer en reiteración de recursos, tics gestuales y acciones tópicas. Es verdad que gustó mucho al público asistente a la gala, y que puede hacer una buena carrera. Lo que le deseo, como a los otros dos agraciados.
Antes de terminar quiero hacer una rectificación a mi crítica de ayer al espectáculo Bailografías de Mistela. Citaba elogiosamente a una cantaora intérprete de vidalitas, dando un nombre que figuraba en el programa pero no había actuado. La que hizo ese gran cante se llama Tamara Castañeda, y es justo que así quede constancia.
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