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VISTO / OÍDO
Columna
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El lado bueno

'Mire usted la vida por su lado bueno', me dijo ayer un médico al que contaba mis alifafes. Pero ¿qué hago con la parte mala? ¿Cómo se la pasaría a él para ayudarle en su cultura social? En realidad lo peor lo dejo para las páginas anteriores de este diario (y de los demás): sobre todo, la primera. Aparecen, como los bichos de los agujeros, por los rincones: las armas de fuego ligeras en los conflictos bélicos -dice una- han causado cuatro millones de muertos en diez años: un 90% son civiles, y de ellos el 80% son mujeres y niños. Me es difícil arroparme con la parte buena de la noticia: que el número de supervivientes es infinitamente mayor y que, después de todo, se cumple la sentencia de Darwin: la supervivencia del más fuerte, que él confundía con el más apto.

No puedo: estoy leyendo a Fernando Vallejo en La tautología darwinista (Taurus) y parece que Darwin era más bien imbécil. Yo lo sospechaba antes de leer este libro: hubo un tiempo en que acepté a Darwin por lo que suponía de oposición y alternativa al teísmo organizado y porque aquí estaba prohibido; pero no tardé mucho en descubrir que era la justificación de todo fascismo y, en general, de todo crimen social. El que tiene las armas sobrevive: el que no, cae. No creo que el vistazo a las primeras páginas desmienta quiénes son los asesinos, de los cuales sólo muere el 10%. La parte buena debe ser que, no siendo mujer ni niño, no debería preocuparme. Pero soy anciano: uno de la parte débil.

Más allá en los periódicos: la principal causa de los muertos en el mundo es el suicidio. Más allá del cáncer y del corazón, más que por las guerras, la gente muere por su propia voluntad. 'Cada uno muere de su propia muerte', decía Rilke, lo cual está bien para un poeta aún romántico y alemán de antes de la guerra, pero que un lector de periódico no puede suscribir: se muere de los que le hacen morir a uno. No creo que un suicida muera de su propia muerte, sino de la imposibilidad de vivir entre los otros. 'Es que yo no leo periódicos ni escucho radios', me dijo el buen doctor. Acabáramos. La forma de ver sólo el lado bueno de la vida es no ver la vida. Quizá así no se retuerza uno de fastidio a la hora de dormir, ni se duerma a la hora de ver la vida y trabajarla. Pero no puede recomendar tal cosa. ¿De qué íbamos a vivir Polanco y yo?

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