El baile gitano de otra Amaya

Juana Amaya, de Morón, se pone por primera vez al frente de compañía propia. Y titula el espectáculo Yo misma, Juana Amaya, como si quisiera decir atención, que yo también estoy aquí. Y está, efectivamente. Se ha trabajado durante años un sitio en el baile flamenco de raza, por derecho, como aquella Carmen Amaya de memoria imperecedera. No voy a ir más lejos en las comparaciones, por ociosas.

Juana hizo fundamentalmente dos temas: siguiriyas y soleares. Siguiriyas con pantalón, lo que exige mucho más al cuerpo porque nada enmascara posibles errores. Bailar así es muy difícil, y Amaya lo hace sin perder la cara al público, con vigor y limpieza, y dando un extraordinario valor a las manos. Las mismas virtudes que vimos en las soleares, en las que quizás se dejó ir más por su temperamento y su entrega. Pero en ellas alcanzó partes de enorme emoción, sobre todo cuando Juana la de Revuelo se soltó el pelo para cantarle y entablaron un duelo de jondura.

Pero Amaya bailó excesivamente largo. Lo de medir los tiempos es problema de muchos flamencos. Largas fueron también las bulerías por soleá de Peña, y las alegrías de Campallo, aunque los dos lo hicieran bien. Hubo buen toque y buen cante, pero el concepto del espectáculo fue convencional, otro problema frecuente en el arte flamenco. Un número detrás de otro, sin más, y varios de ellos ya vistos reiteradamente, tampoco es muy creativo. Por añadidura, las luces fueron un disparate de discoteca.