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Del primate al animal político

En estos tiempos jubilares míos siento un orgullo agradecido ante el granado plantel de juristas y politólogos que en su día me acompañaron con sus primeros pasos en la cátedra de Teoría del Estado de la Universidad de Barcelona y que ahora brillan tanto por su obra oral o escrita en el firmamento académico. Allí estaban constitucionalistas de talla como Bastida, De Otto, Punset y Carles Viver junto a pioneros de la ciencia política catalana y de su pedagogía como Bouza-Brey, Caminal, Lleixà, Requejo,Ribó y Rosa Virós. Sin menoscabo de la merecida fama de todos ellos, hoy quiero referirme, por su actualidad y trascendencia, al último libro del catedrático Miquel Caminal i Badia, que ha publicado Paidós, esa admirable editorial, tan veterana como oportuna y sagaz en su selección de obras.

Desde su edad estudiantil, Caminal ha sido un activo nacionalista catalán de izquierda, entusiasta y sensato, convencido y autocrítico. En su madurez ha alcanzado una sabiduría intelectual y política que aúna experiencia y esperanza, porque ha aprendido de la realidad misma, esa que no le convence ni agrada, a combatirla movido por el impulso ético que nunca le ha abandonado. Su ensayo El federalismo pluralista. Del federalismo nacional al federalismo plurinacional merece ser leído, con la amenidad literaria que da una pluma viva y ágil, porque aporta soluciones -difíciles pero posibles- a problemas tan graves como el conflicto político de Euskadi o el futuro de la Unión Europea.

Caminal comienza por disolver tópicos oxidados de la teoría política acerca de conceptos mal interpretados y peor creídos, como Estado, nación, soberanía, autodeterminación y el propio federalismo. En esto se erige en discípulo aventajado y actualizador profético de ese riguroso y clarividente teórico de la democracia y del principio federal que es el olvidado y casi desconocido Francesc Pi i Margall. Como él, ve clarísimo que el mundo camina, como alternativa única y obligada al imperialismo de las grandes potencias capitalistas, hacia un federalismo intraestatal (mononacional o plurinacional) e internacional solidario. Como en Pi, los nacionalismos (estatales o étnicos), rivales por la misma causa que los empareja, sólo depondrán su actitud violenta (agresiva o defensiva) si abren su narcisista y egoísta nosotros al altruista y fraternal los otros. El federalismo pluralista es redundante al definirse como libre pacto con la ajenidad plural y entre los colectivos de individuos con su entera identidad singular.

Para alcanzar esa aparente utopía, tan criticada por un falso realismo pesimista, Caminal demuestra la crisis del Estado nacional, prisionero de los poderes extrapolíticos que hoy dominan el mundo,pero también la agonía de las naciones, afixiadas por una prótesis que en el pasado pretendió estabilizarlas en forma poder territorial soberano y que hoy corroe sus energías y las enfrenta entre sí por la voluntad soberana de unos intereses depredadores que tienen como esbirros a los propios estadistas. Las naciones reales, o sea, los seres nacidos, las personas, estallan exigiendo libertad, igualdad y fraternidad en la justicia y en la paz y buscan instintivamente liberarse de la coraza estatal para crear relaciones universales, globales, mediante la verdadera y originaria función del concepto Estado: establecer esa justicia y esa paz en el ámbito de la vida real de todos. Dicho ámbito sagrado ya no es el territorio atrincherado considerado nacional, sino la inmensa diáspora de posibilidades humanas que el mundo ofrece ya, como ponen de manifiesto las emigraciones masivas.

Por tanto, Caminal ve absurdo,inútil y a ratos demencial que mitos como el de la soberanía nacional puedan impedir la convivencia de la pluralidad de nacionalidades. Considera una falacia el federalismo de un Estado plurinacional que no nazca de un pacto libre entre aquéllas. Separa la autodeterminación democrática de los ciudadanos del principio de autodeterminación nacional que reivindica lo mismo que ataca: la creación de un Estado que vuelva a encorsetar a los nacionales de un territorio, encerrándolos en un nosotros que dificulte el pacto federante y fraternal con los otros.

Pero el profesor Caminal no es un arbitrista visionario. Sabe que

las múltiples técnicas jurídicas del federalismo moderno de nada valdrán si no se produce una revolución cultural forjadora de una conciencia federante, sin pretensión nacionalista de integración del foráneo, sin dominación imperial de una nación sobre los nacidos del resto del mundo. Si los estados expresan hoy más el poder estructural de los opulentos que la justicia y la paz entre las personas, por su parte, las naciones no deben reconocerse por más tiempo en el instinto tribal de marcar su propio territorio como si el ser humano fuese aún el antiguo primate y no un animal político, es decir, abierto a sus demás hermanos por el sentimiento de una común fraternidad. La aportación de mi alumno de entonces y mi maestro de ahora a esa revolución de las conciencias tiene un valor cultural y político, amén del académico, que me ha llenado de un emocionado orgullo.

J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.

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