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Tribuna
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Dos años de Intifada

David Grossman

El resumen de lo que ha sido esta Intifada lo podemos iniciar hablando de lo que pasó hace exactamente dos años, cuando Ariel Sharon visitó la Explanada de las Mezquitas y prendió la mecha de la Intifada en los territorios. Pero también podemos empezar hablando de todo lo que ocurrió durante los siete años que precedieron a aquel septiembre del año 2000. En esos años, israelíes y palestinos hicieron todo lo que estaba en sus manos para acabar con el frágil acuerdo alcanzado en Oslo: Israel multiplicó el número de asentamientos en los territorios, y los palestinos empezaron a comprar armamento y a acumular armas dispuestos para la guerra. El que durante aquellos años prestó atención a las quejas y advertencias de los palestinos debido al acuerdo de Oslo y a la realidad que ese acuerdo iba a prolongar en el futuro -un pequeño Estado palestino, troceado por una masiva presencia israelí, una realidad que atendería sobre todo las necesidades de seguridad de Israel- pudo comprender ya entonces lo que iba a pasar. Pocos en Israel fueron capaces de estar atentos a esto. Fue un error histórico por nuestra parte. Luego, los palestinos contribuyeron a este desfile hacia el absurdo cuando respondieron a la provocación de Sharon con una imparable ola de violencia. Lo que ocurrió después ya es historia y tragedia. Han pasado dos años. Dos años de una muerte en vida para los dos pueblos. Dos años de una existencia con los sentimientos embotados, al igual que nuestro sabor por la vida, nuestros hábitos y nuestras esperanzas. Dos años de un pensamiento cada vez más estancado y que solamente se expresa a través de grandes titulares que reflejan hechos sangrientos.

Más de 625 israelíes han sido asesinados en los cerca de 14.280 atentados que ha habido en los dos últimos años. Unos 1.370 palestinos han muerto por la actuación de las fuerzas de seguridad israelíes. Cerca de 4.500 israelíes han sido heridos en atentados. Entre los palestinos, el número es mucho más alto: la Luna Roja palestina habla de 19.649 heridos.

Pero cada lado está convencido de que el otro lado aún no ha sufrido lo bastante. Está claro que este conflicto todavía no ha agotado sus reservas de odio y aún no ha logrado llevar a ambos pueblos a la extenuación necesaria para iniciar la conciliación. Casi más bien al contrario: los crueles atentados suicidas han conseguido que en la conciencia israelí se hayan borrado casi por completo los 33 años de opresión que ejerció Israel en los territorios ocupados en la guerra del 67 -una guerra que, recordemos, iniciaron países árabes contra Israel-. Para la mayoría de los israelíes lo más cómodo en estos momentos es creer que ahora 'se ha saldado la cuenta' con los palestinos, y que la culpa de todo lo que está pasando es del lado palestino.

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Quizás ahí esté la causa de la dificultad de que ambos pueblos se entiendan: para los palestinos, la historia del conflicto empezó en 1948, cuando se establece el Estado de Israel, y por otro lado, la mayoría de los israelíes prefieren ahora poner como fecha de inicio septiembre de 2000.

Según esa postura israelí, no hay actualmente posibilidad de llegar a acuerdo alguno, porque no hay interlocutor, porque 'todos los palestinos son terroristas', porque 'rechazaron la generosa propuesta que les hizo Barak'. Por otra parte, los palestinos ya no creen que sea posible la conciliación, porque consideran que todo lo acordado hasta ahora -con las condiciones internacionales actuales- sólo ha favorecido a Israel y nunca llevará a que se cumplan sus exigencias fundamentales.

Echando una mirada atrás, la estratégica opción de los palestinos de servirse del terrorismo se ha convertido al final en un bumerán. Ha debilitado bastante la causa moral de su lucha, ha llevado a que Estados Unidos y parte de Occidente acusen a Arafat de terrorista. Además, ha servido de justificación a la dura reacción militar de Israel. Según están ahora mismo las cosas, casi cualquier acción palestina -incluso si se inserta en el marco de su lucha legítima contra la ocupación- es vista por los políticos occidentales como una acción terrorista, algo que en cierta manera paraliza la capacidad de respuesta de los palestinos.

En el lado israelí se da una increíble paradoja: Israel se encuentra en la peor situación desde hace 35 años, tanto en lo que respecta a su seguridad y economía como en lo que se refiere a la sensación que se respira en sus calles. Y, aun así, su débil primer ministro, Ariel Sharon, sigue teniendo apoyo de la opinión pública. La explicación es sencilla: Sharon consigue -no sin la ayuda del terrorismo palestino- que los israelíes reduzcan el conflicto a una única cuestión: su seguridad. Sin duda es una cuestión importante, sobre todo dada la situación actual, pero la astucia política de Sharon consiste en haber logrado simplificar un conflicto complejo y en haber reducido el problema de cómo conseguir una mayor seguridad para Israel a una sola palabra, que indudablemente conoce a la perfección: fuerza. Fuerza y más fuerza y sólo fuerza. Por eso, cada vez que existe una mínima posibilidad, cada vez que disminuye un poco la violencia, rápidamente Sharon lleva a cabo una nueva 'eliminación puntual' de este o aquel activista palestino, y la llama vuelve a prenderse. Cada vez que representantes palestinos declaran su disposición a reanudar las negociaciones, a abandonar la violencia y a evitar los atentados suicidas, se oye desde la oficina de Sharon una risa de desprecio: para el Gobierno actual de Israel parece que, aunque los líderes palestinos le juraran fidelidad al Likud, eso sería sólo una astuta estrategia con el objetivo de legitimar de nuevo una lucha armada.

No obstante, Sharon cuenta con unos fieles aliados: los extremistas palestinos, que enseguida desmoronan la situación y envían más y más terroristas suicidas a las calles de Israel cada vez que parece que llega la calma. Y así, cada lado alimenta los miedos y la desesperación del otro y acaban envueltos en un círculo vicioso que ya conocemos: cuanto más crece la violencia, menor es la posibilidad de convencer a la gente de que es factible llegar a algún acuerdo, y entonces aumenta más y más la violencia. Cada día es mayor la tentación de ver al enemigo como alguien inhumano y, de esta forma, es como si se diera 'consentimiento' para torturarlo de cualquier manera. Pero el que se permite torturar al otro de cualquier manera posible se convierte también en alguien inhumano y provoca una venganza parecida del lado enemigo.

Han transcurrido dos años: ¿quién ha ganado y quién ha perdido hasta ahora?

Haciendo un cálculo algo superficial y teniendo en cuenta sólo lo que ha ocurrido hasta ahora, Israel sin duda ha vencido: Arafat pierde legitimidad a los ojos del mundo y hasta hace unos días también entre su pueblo, que cada vez se da más cuenta de la corrupción de su política y del fracaso de su actuación. Hoy día está atrapado y aislado en unas pocas habitaciones de lo que era su cuartel general en Ramala. Los principales dirigentes de la mayoría de las organizaciones palestinas han caído o han sido atrapados por las fuerzas de seguridad israelíes. Los que han quedado ahora no son expertos ni en la lucha ni en la planificación. Gracias a eso, Israel ha conseguido, con un éxito considerable, frustrar la mayor parte de los atentados que los palestinos pensaban realizar.

Al principio de la Intifada -sobre todo cuando aumentó el terrorismo de los suicidas- a los palestinos les parecía que la sociedad israelí se había convertido, según palabras textuales de uno de sus líderes, en una frágil 'telaraña'. Pero ahora mismo está claro que precisamente los duros ataques y el aumento considerable de atentados han hecho crecer en la sociedad israelí la solidaridad y la predisposición a aceptar pérdidas importantes en favor del objetivo que marca Sharon.

No obstante, Israel está pagando un precio nada despreciable en este proceso: dos años después del inicio de la Intifada, Israel se ha vuelto un país más duro, nacionalista y racista de lo que nunca había sido. Existe un amplio consenso que deslegitima cualquier postura crítica contra la opinión general. Apenas hay una oposición de peso, y el partido laborista, que empezó siendo el portador de la conciencia nacional israelí, ha acabado siendo engullido por el Gobierno de la derecha. Todo aquel que se opone a las brutales acciones del Gobierno de Sharon es considerado un traidor. Los medios de comunicación, en su mayoría, se han alineado con la derecha y con el Ejército y sirven de portavoz del sector más halcón y antipalestino. El desprecio por los 'blandengues' valores de la democracia y la llamada a la expulsión de los árabes israelíes -unida, por supuesto, a la expulsión de los palestinos de los territorios- se han convertido en opiniones aceptadas entre la gente sin estupor alguno.

La fuerza de los partidos religiosos extremistas crece más y más. Un ola de 'patriotismo' sentimental y burdo inunda el país. Se fundamenta en sensaciones históricas y casi primitivas del 'destino del judío' en su sentido más trágico. Los israelíes -ciudadanos de la potencia militar más fuerte de la zona- vuelven ahora a parapetarse, con un extraño frenesí, tras la sensación de ser perseguidos, víctimas y débiles. La amenaza palestina, aun siendo ridícula por su fuerza pero efectiva por sus actos, ha hecho que los israelíes rápidamente vivan la vida con la sombra del miedo a un exterminio total: algo que justifica la reacción brutal contra esa amenaza.

Por ahora, Israel ha vencido. Pero ¿qué significa esa victoria si no comporta ninguna esperanza de un futuro mejor y ni siquiera la sensación de seguridad y alivio? Los palestinos, entretanto, han perdido, pero luchan ahora entre la espada y la pared y parece improbable pensar que se rindan y acepten las órdenes de Sharon. Tal vez, como pasó en la primera Intifada, resulte que los palestinos no tengan 'aliento' para luchar durante más de dos años y que por tanto ahora, al igual que entonces, nos encontremos en vísperas de una época de descomposición social y de amargas luchas internas. Mejor es que Israel no se alegre por ello, pues, al fin y al cabo, a Israel le interesa (o por lo menos debería interesarle) que la sociedad palestina sea estable y firme y que sus dirigentes cuenten con un amplio apoyo interno, para que así se pueda llegar con ellos a acuerdos estables que lleven consigo renuncias históricas. Pero en estos momentos este argumento no puede penetrar en la mente embotada de los israelíes y, como son más fuertes, probablemente el conflicto continuará no se sabe hasta cuándo.

Han pasado dos años y no hay esperanza. La situación se puede resumir de muchas maneras. Yo lo haré mencionando dos datos que destacan de entre los muchos informes que se han hecho en el último mes. El primero es que, según agencias de Naciones Unidas, más de la cuarta parte de los niños palestinos sufren de malnutrición a causa del conflicto. El segundo es que pronto los niños israelíes recibirán en las escuelas clases especiales para enseñarles a reconocer a las personas sospechosas de que puedan cometer un atentado suicida. El que se niega a ver la relación entre ambos hechos no hace más que asegurar que por muchos años más sigamos estando, israelíes y palestinos, presos los unos de los otros y continuemos representando una muerte sin sentido.

David Grossman es escritor israelí.

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