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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las esquinas del recuerdo

Acaso algún lector fiel y memorioso de este escritor que, dicen (la solapa de Mampaso), es autor de culto y, dicen (la solapa de Los días rusos, tres excelentes novelas cortas aparecidas en Pre-Textos), autor de una atípica, rigurosa y casi secreta obra literaria (y ambos dicen son dos editoriales que no ofrecen buñuelos de humo), recordará que en una página de Café Hugo (Ollero & Ramos, 1999), esa gran novela sobre Valladolid o, como prefiere García Ortega, sobre V*** , se cita de una forma esquinada y como a trasmano a Fabricio Mampaso, un notario de la ciudad. Aquella referencia, que muere ahí, al finalizar la línea, bien puede considerarse como un guiño literario que el autor hace a sus lectores, pues remite a una novela que publicó Mondadori en 1990 y que ahora Ollero & Ramos vuelve a poner en circulación con voluntad de novedad.

MAMPASO

Adolfo García Ortega Ollero & Ramos Madrid, 2002 205 páginas. 14,42 euros

Si Café Hugo es una novela coral y plural sobre el V*** de los años sesenta y en la que Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) ponía en pie de forma magnífica todo su mundo literario, Mampaso fue, y sigue siendo, un buen comienzo, donde empezaban a brotar todas aquellas cualidades que luego cristalizarían en un escenario en el que la memoria es un laberinto en el que perderse, donde las esquinas del recuerdo dejan paso a otras esquinas y a otros recuerdos, con un gusto, eso sí, muy libresco por iluminar y documentar ese pasado evocado. Mampaso se sitúa en el V*** de los años cuarenta y el anónimo narrador colorea con empecinamiento un recuerdo de su madre, un galanteo, una mirada, apenas unas palabras de un personaje, Ramón Mampaso, un joven atolondrado y algo calavera, que en la primera y rigurosa posguerra se dejó arrastrar a un lío de sangre con el sumarísimo resultado de dar su cuello al verdugo del garrote vil a los pocos días. A través del asedio a esa familia bien de V***, la del notario Fabricio Mampaso, con hijo con correajes de jerarca falangista provincial y con hija monja, a partir del diario del otro hermano, de las cartas de la monja de clausura (con una memoria y unas dotes deductivas, intactas pese al orín del tiempo, que vienen muy bien para orientar al lector) y del monólogo de la que fue novia (e inocente encubridora), García Ortega consigue que casen todas las piezas, que aquella calaverada que acabó del modo como se las gastaban en la época, adquiera sentido y el lector, al final, lo entienda.

García Ortega es un narra-

dor preciso y atento a los pequeños detalles, esas teselas que iluminan el mosaico; gusta de demorarse en gestos, miradas, roces, pues son esquinas del recuerdo, que clarean el laberinto de la memoria. Pero es cierto también que García Ortega con cierta impericia narrativa, propia de los inicios (y que no es visible en sus estupendas historias posteriores, la más reciente ese buceo de nuevo en la memoria que se recoge en el libro colectivo con el que la editorial Pre-Textos conmemora sus 25 años), recurre excesivamente a un instrumental (fragmentos de diarios, cartas, un monólogo) que le desbroza y le facilita la narración. Y es cierto también que todavía ese V*** que estallará brillantemente en Café Hugo ofrece, aquí, su desdibujado rostro, un paisaje aún en nebulosa, y en ese sentido no está, pienso, suficientemente justificado el rechazo de los personajes hacia una ciudad, V***, que se porta como madre-madrastra, a la manera cernudiana de Sansueña. Pero el resto es espléndido.

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