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Crónica
Texto informativo con interpretación

Tormenta de goles en Chamartín

El Madrid aplasta al Genk después de un flojo arranque que se transformó después en otra exhibición de calidad

Santiago Segurola

No jugó Ronaldo y los demás tardaron en hacerlo. Pero hasta en sus días más tirados, el Madrid encuentra un par de minutos para desarmar a cualquiera. No digamos al Genk, un equipo sin cualidades apreciables. Aguantó en la medida en que se lo permitió el Madrid, que apareció con desgana, convencido de la abismal distancia que le separa del Genk. Al borde del descanso, apretó un poco y a los belgas les dio un ataque de nervios.

REAL MADRID 6| GENK 0

Real Madrid: Casillas; Míchel Salgado, Hierro, Helguera, Roberto Carlos (Raúl Bravo, m. 71); Celades, Cambiasso (Morientes, m. 67); Figo, Raúl (Portillo, m. 78), Solari; y Guti. Gemk: Moons; Vanbeuren (Soley, m, 62), Tomasic, Zokora, Doumani; Beslija, Skoko (Suzuki, m. 88), Wamford, Daerden; Sonck y Dagano. Goles: 1-0. M. 44. Disparo cruzado de Guti, que rebota en Zokora y entra en la portería. 2-0. M. 45. Michel Salgado, de tiro a la media vuelta. 3-0. M. 54. Penalti de Vanbeuren a Helguera que transforma Figo. 4-0. M. 65. Guti, tras quitarle el balón a Zokora. 5-0. M. 74. Celades, a pase de Raúl. 6-0. M. 77. Morientes cabecea atrás y Raúl marca de tiro desde fuera del área. Árbitro: K. E. Fisher (Dinamarca). Amonestó a Soley. Unos 65.000 espectadores en el Bernabéu.

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No sabían cómo quitarse la pelota de encima, con tantas ganas de sacar bandera blanca que terminaron por meterse el gol en su portería. Zokora desvió un tiro de Guti y allí se acabó todo. Luego vino la tormenta de goles, los lujos, la demostración de clase de un equipo que tiene recursos incontables.

Para ciertos equipos jugar en el Bernabéu es un acto excesivo. Algunos jugadores parecen tan impresionados que están más cerca de pedir autográfos que de enfrentarse al Madrid. El Genk pertenece a esta categoría. Para empezar viene de la Liga belga, cuyo prestigio se ha devaluado considerablemente en las dos últimas décadas. Hubo épocas en que Van Himst, Van Moer, Ceulemans o Scifo daban que hablar en el fútbol europeo. Lo mismo sucedía con el Anderlecht, Standard de Lieja o Brujas, equipos de alguna garantía que de vez en cuando alcanzaban finales europeas. De aquello hace tanto tiempo que pertenece al pleistoceno del fútbol. El Genk pertenece a la nueva etapa belga, definida por su mediocridad.

Por lo general, estos partidos los suele resolver Roberto Carlos con cinco carreras que producen estupor en los rivales. Esta vez el lateral brasileño se tomó la noche libre y cedió los trastos a Míchel Salgado, uno de los pocos que jugó con energía. Partido sí, partido también, Salgado funciona con una intensidad admirable, y hasta se observan grandes progresos en su juego: es más sensato en sus incursiones, o invade menos a Figo, o se asocia mejor con él. Salgado ha adquirido algo parecido a la serenidad, que es lo que ocurre cuando un futbolista se siente cómodo y apreciado en el equipo. A Celades, por ejemplo, no le ocurre. Se siente incómodo y poco apreciado. El público no le traga y el jugador lo sabe: juega agarrotado, con síntomas evidentes de tensión. Pero el partido se perfiló tanto para la goleada que hasta Celades se relajó. Marcó un golazo, el cuarto, tras una excelente acción de Raúl, que siempre tiene sus momentos. Por si acaso no se fue del partido sin su gol, uno que hasta hace poco era infrecuente en Raúl. Desde el violento tanto que marcó al Barça -un inesperado remate desde fuera del área-, le ha tomado gusto a los tiros secos, él que era el rey de las vaselinas.

Antes de que el Madrid entrara en su fase lujosa, sólo Míchel Salgado se tomaba el partido como un desafío. Los demás jugaban al paso, tan despreocupados por el rival que el público se sintió defraudado. Ni tenían a Ronaldo, ni disfrutaban con su equipo. Había algo de absurdo en el partido, porque el Madrid sabía perfectamente que ganaría cuando quisiera y el Genk daba por hecha la derrota. Mientras tanto no pasaba nada. Ni tan siquiera había oportunidades. Se escucharon algunos silbidos en los graderíos, con la intención de agitar al equipo, que respondió en los últimos cinco minutos del primer tiempo.

Con la abundante ayuda del central Zokora, Guti marcó el primero. El tanto se escuchó como el toque de corneta. Desde ese instante, el Madrid se dedicó a aplastar al Genk, abrumado por lo que se vino encima. A Salgado le correspondió el segundo. Muy bueno, por cierto. En un baldosín se encontraron Figo, Raúl y el lateral, ágil para revolverse y anotar con la izquierda. Era su primer gol en la Liga de Campeones, merecido en este caso por el trepidante esfuerzo de un jugador que se toma el fútbol con la máxima intensidad. A su rebufo, el Madrid terminó por arrollar al Genk. Hubo tiempo para casi todos. Guti sigue en vena como delantero, pero acabó el encuentro como centrocampista. Roberto Carlos y Raúl, buques insignia del equipo, fueron sustituidos. Entró Morientes y también Portillo. Cambiasso recibió la ovación de la hinchada cuando se retiró. Aquello era un minué. Y el Genk de convidado, incapaz de ofrecer la menor resistencia a un equipo que se mueve en la Copa de Europa como nadie. En los partidos fáciles y en los difíciles, el Madrid da la impresión de que el torneo es suyo, como si le perteneciera. Ese mensaje ha calado en Europa, donde se le ve al Madrid con un respeto reverencial, o eso parece en los últimos años. Si le ocurrió al Roma, cómo no iba a sucederle al Genk.

Míchel Salgado se abraza con Celades tras marcar su gol. ESCENA
Míchel Salgado se abraza con Celades tras marcar su gol. ESCENAMIGUEL GENER

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