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Un dirigente eficaz y disciplinado

Durante su mandato, Esteve propició el giro soberanista de CDC y un importante crecimiento de la militancia

Pere Esteve (Barcelona, 1942) siempre ha sabido encontrar su sitio en la enrevesada telaraña de intereses políticos y familiares de Convergència, lo que demuestra su talante calculador, fruto quizá de su condición de ingeniero industrial. Ha servido al partido -no así a la coalición con los democristianos de Unió- con ciega obediencia, en especial a su líder, Jordi Pujol, la persona que le catapultó en 1996 hasta la secretaría general del partido para sustituir a Miquel Roca.

Esteve ha demostrado sus excelentes cualidades como político en todos los cargos de responsabilidad en el partido desde que en 1979 fue elegido concejal de Tiana, población en la que reside. Paralelamente, se ha labrado la confianza del entorno familiar de Pujol -fundó una empresa con Jordi Pujol Ferrusola en 1986- y del sector negocios hasta el punto de que el empresario Carles Vilarubí llegó a inyectar dinero a una problemática sociedad de su esposa.

La ardua tarea que se le encomendó como secretario general y los exitosos resultados, tanto organizativos como programáticos, le consolidaron como uno de los dirigentes más apreciados por la militancia, principalmente del ala soberanista. Pero sus triunfos despertaron profundos recelos entre sus competidores en la carrera por suceder a Jordi Pujol.

En sus cuatro años como secretario general (1996-2000) -codo a codo con Felip Puig al frente de la secretaría de Organización- dotó a Convergència de una verdadera estructura de partido; incrementó la militancia hasta alcanzar la envidiable cifra de 40.000 afiliados, resolvió crisis internas como la originada por Josep Poblet en Tarragona y dio un giro soberanista al ideario del partido. Él fue quien acuñó el término 'soberanía compartida'. Fruto de esta labor fue la Declaración de Barcelona, la primera apuesta seria de los nacionalismos moderados de la periferia para hacer oír su voz en toda España. Una propuesta que, para desazón de Esteve, han guardado en un cajón los actuales dirigentes de CiU.

Siempre disciplinado, Pere Esteve abandonó la secretaría general para ceder el puesto al delfín escogido por Pujol, Artur Mas, en noviembre de 2000. En contrapartida, Pujol le permitió encabezar la candidatura de CiU a las elecciones europeas de junio de 1999. Fue el único éxito que cosechó la coalición en esas elecciones, pues mantuvo los tres representantes en Estrasburgo. En los paralelos comicios municipales, los nacionalistas fracasaron en Barcelona y perdieron parte de sus feudos comarcales.

Las peculiares maneras de Esteve -en la mesa de negociación emerge en él un airado e impetuoso carácter oculto- le han valido la admiración de muchos convergentes, pero también la enemistad de los democristianos de Unió, a quienes siempre ha considerado unos aliados con una dimensión excesiva en la coalición.

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