La emoción de nuestros días

Escrito originariamente en euskera, Desnudos, de la escritora y guionista de televisión Jasone Osoro (Eigobar, 1971), es un volumen de 34 piezas. La mitad son relatos breves y la otra, pequeños poemas ordenados alternadamente. Versos ingeniosos, más cerca de unas buenas letras de canciones pop que de algo parecido a un propósito de imaginación metafórica. No creo que la autora vasca haya pretendido más. Quedan, pues, los cuentos.

A medida que el lector vaya leyendo cada cuento, adivinará que en su totalidad conforman una estructura cerrada, una especie de endogamia formal que puede hacer, a algunos, atractivo el volumen. No se puede escoger uno a boleo y luego otro y así hasta el final o hasta el principio. Hay que ir pieza a pieza, porque así el libro adquiere su sentido formal y, sobre todo, un sentido que nunca queda claro si quiere ser moral o más bien lúdico, aunque a veces da la impresión de que a la autora le da igual que sea una cosa u la otra. Cada relato es prisionero del otro. Y lo es en la medida en que un cuento visualizamos unas vivencias y en otro posterior las mismas las observamos desde otro punto de vista. En uno titulado Nudos queda desentrañado el artilugio, porque es en él donde el lector juntará todas las piezas de este rompecabezas. Pero en un libro de cuentos, quiera la autora o no, el lector siempre buscará un consuelo estético que trascienda el juego y lo instale en alguna zona emocional digna de llamarse así.

Desnudos relata en 17 historias breves relaciones de pareja. Y lo hace con una lengua que imita bien un cierto desenfado y naturalidad narrativos. Cada historia es un nudo que el lector irá desatando, aunque la autora le haga creer que es el destino y una confusa interpretación de la condición de hombres y mujeres, una vez embarcados en sus voluptuosos y/o violentos amores, lo que hace que sus vidas sean las que son. ¿Qué es entonces este libro? Un libro de cuentos para que lo lea sobre todo esa mayoría de lectores que creen que algunos autores les hablan de las miserias de la condición contemporánea, cuando lo que hacen es utilizar la ficción como sustituto del cine, la televisión o las páginas de opinión de los diarios. No me cabe ninguna duda de que, con estos relatos, la narradora vasca habla de nuestro tiempo, de algunas de sus patologías sociales o fantasías más inconfesables. No faltan sangre y violaciones, ni culto al voyeurismo, ni tampoco un buen rosario de pasiones. Ahora bien, le va a ser difícil al lector encontrar un gramo de intensidad, ya no digo vital, un gramo de intensidad literaria que le haga recordar que por este género han pasado desde Chéjov hasta Carver (alguien que de nudos existenciales sabía un rato), pasando por Catherine Mansfield y otros, gente ésta para los que la escritura de un cuento era como enfrentarse a un luminoso misterio.