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Columna
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... Y ya pringamos

A lo largo de todo el debate en torno a la puesta de Batasuna fuera de la ley, uno de los argumentos mayores y más profusamente utilizados por los ilegalizadores ha sido que tanto la Ley de Partidos Políticos como las actuaciones del juez Garzón no cercenan derechos democráticos, no persiguen ni criminalizan ideas o programas; se limitan a perseguir conductas de connivencia o complicidad con el terrorismo. Es posible que tengan razón en lo literal, aunque hay constitucionalistas de prestigio que lo discuten. Sucede, sin embargo, que ni el proceso legislativo de este verano en las Cortes ni las resoluciones del más célebre magistrado de la Audiencia Nacional se han desarrollado in vitro, en la fría asepsia de un laboratorio, sino en medio de un clima político, social y, sobre todo, mediático de enfervorizado maniqueísmo, de 'o conmigo, o contra mí', de exigencia de adhesiones incondicionales y descalificación ética de cualquier discrepancia; el clima que el presidente Aznar plasmó en su grito mitinero de '¡vamos a por ellos!'. Y bien, tal vez no la Ley de Partidos o los autos de Garzón, pero esa atmósfera, ese viento de cruzada que envuelve, jalea y azuza la persecución legal contra Batasuna transporta potentes virus antidemocráticos y amenaza gravemente el pluralismo y la libertad ideológica conquistados desde 1977. La pasada semana nos ofreció de ello un ejemplo tan inquietante como premonitorio.

Haciendo honor a un acrisolado historial de servicios al poder -esa tradición, por ejemplo, que le llevó a violar, en enero de 1969, la intimidad del estudiante madrileño Enrique Ruano para echarle un capote a la policía franquista, en cuyas manos aquél se había suicidado- el diario Abc desveló, en dos ediciones sucesivas, diversas y ya antiguas reuniones entre Josep Lluís Carod Rovira y altos dirigentes de Batasuna. Lo hizo bajo la firma de una redactora inexistente y remitiéndose a fuentes inconfesables. Lo hizo, sobre todo, para inferir de la escueta noticia de los encuentros de Carod y Otegui el mensaje de la coincidencia y la colaboración entre el independentismo catalán y los radicales vascos. A cambio de un eventual cese de los atentados de ETA en Cataluña -escribe la fantasmal Anna Rovira-, 'ERC utilizaría su influencia en los medios culturales, universitarios y de comunicación catalanes para apoyar los objetivos del Movimiento de Liberación Nacional Vasco. En definitiva, una operación de lavado de imagen de la izquierda abertzale' (el subrayado es mío).

¿Cuáles son, según Abc, las pruebas del inconfesable contubernio, del pacto secreto entre Esquerra Republicana y 'el partido proetarra'? Ante todo, 'la intensa campaña de los independentistas catalanes contra la Ley de Partidos Políticos'. 'ERC', asevera el diario madrileño, 'ha participado activamente en actos públicos contra esta reforma legislativa'. Pero, siendo grave, esto no es lo peor: 'Fue en el Pleno extraordinario del Congreso de los Diputados de 26 de agosto pasado cuando ERC plasmó definitivamente su apoyo a Batasuna (sic), votando en contra de la proposición conjunta de PP y PSOE'; para colmo, el diputado Puigcercós 'insistió en la naturaleza política del conflicto vasco, mensaje nuclear de la izquierda abertzale, y en la inutilidad de la ley de Partidos'. Lógica inquisitorial, criminalización de las ideas, negación del derecho democrático a la discrepancia y la crítica...: no creo que pueda caracterizarse de otro modo la agresión mediática de que Esquerra fue objeto en vísperas de la reciente Diada.

Sin embargo, el objetivo del ataque y de las insinuaciones de filoterrorismo no ha sido sólo el partido de Carod Rovira. Está también lo que Abc llama 'el tejido cultural y periodístico de ERC', esa trama asociativa que los republicanos habrían puesto a disposición de Batasuna y que componen Òmnium Cultural, el Centre Unesco de Catalunya, la Associació per a les Noves Bases de Manresa, el Centre Escarré per a les Minories Ètniques i les Nacions (CIEMEN), la Fundació Jaume Bofill y la Universitat Catalana d'Estiu (UCE), 'todas ellas', precisa el perspicaz diario, 'muy significadas por sus aportaciones teóricas a debates como el de la autodeterminación'. Eso, sin olvidar al semanario El Temps, 'de clara vocación independentista', desde cuyas páginas -¡horror!- 'se ha defendido el derecho a la autodeterminación del País Vasco y el Pacto de Lizarra'.

Así, pues, se ha abierto la veda para la caza de brujas. De momento, para las brujas independentistas y autodeterministas, aunque con perspectivas inmediatas de ampliar la cacería hacia otras formas de heterodoxia o herejía respecto del dogma centrípeto: soberanistas de Convergència i Unió, federalistas del PSC... A la vista de lo cual llama la atención el mutismo de tantas voces siempre sensibles ante cualquier forma de macartismo; personas, por otra parte, a muchas de las cuales sería fácil hallar en la larga nómina de becados por la Fundación Jaume Bofill, entre los conferenciantes invitados alguna vez a la UCE de Prada o entre los colaboradores de El Temps. Sí, entiendo el criterio de no dar pábulo ni hacerle el caldo gordo a la caverna mediática, pero en este caso no lo comparto. Cuando dicha caverna escribe lo que escribe y, a los dos días, Alberto Fernández Díaz se ampara en los gritos de cuatro energúmenos para declarar que en Cataluña los 'no nacionalistas' no pueden expresar sus ideas con libertad, entonces es evidente que estamos ante una estrategia; una estrategia de la derecha española para trasplantar al escenario catalán el esquema de bipolaridad, maniqueísmo y crispación que viene aplicando al País Vasco. Esquema que, si prevalece, convertirá el pluralismo en una parodia y el sistema democrático en una cáscara vacía.

Joan B. Culla es historiador.

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