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Necrológica:NECROLÓGICAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Bob Hayes, la bala humana

Santiago Segurola

El recuerdo de Bob Hayes, fallecido ayer a los 59 años tras una larga batalla contra el cáncer, define la paradoja del deporte, o al menos las diferencias que se establecen entre Europa y Norteamérica. Para los aficionados europeos, Hayes es probablemente el mejor especialista de la historia en los 100 metros. Le bastaron dos días en Tokio para ganarse esa consideración. Para el aficionado medio americano, las proezas de Hayes en las pistas son desconocidas. En Estados Unidos, Bob Hayes es el inmortal jugador de los Cowboys de Dallas, el número 22 del conocido como El equipo de América. Todavía hoy, los grandes atletas sólo significan algo en Estados Unidos cuando se disputan los Juegos Olímpicos. Es en Europa donde alcanzan el máximo reconocimiento y donde ganan los dólares que de ninguna manera obtienen en su país.

En la biografía de Hayes están casi todas las biografías de los grandes atletas norteamericanos de raza negra. Nació en el gueto de Jackonsville (Florida), conocido como el Agujero del infierno. Atravesó una díficil infancia, destinada con toda la probabilidad a la delincuencia. Pero era un chaval muy rápido, con una estampa tremenda, dos condiciones que no pasaron desapercibidas a los entrenadores de la zona. Tenía madera de estrella en el fútbol americano, y a eso se dedicó principalmente en la Universidad de Florida A&M. Seis meses en el equipo de fútbol y unas pocas carreras en la pistas.

Con 20 años era el mejor sprinter de Estados Unidos. Con 21 no había nadie en el mundo capaz de batirle. Medía 1,83 y se comportaba como un ciclón en la pista. No era un esteta. 'Machacaba la pista con la violencia del que quiere convertir las uvas en vino', dijo un entrenador americano. Por su su peculiar estilo, le llamaban El Pato. En realidad fue uno de esos casos singulares de atleta adelantado a su tiempo. En 1964, durante los Juegos Olímpicos de Tokio, protagonizó dos hazañas. Ganó la final de 100 metros en 10,05 segundos. Eso dice menos que el modo en que lo consiguió: por la calle uno de una pista de ceniza machacada por los atletas que acababan de correr la final de 10.000 metros. Dos días después corrió el último relevo de 4x100 en 8,4 segundos. Recogió el palo en tercera posición y arrasó con una demostración inolvidable. Fue su última carrera. El dinero le esperaba en el fútbol americano, en los legendarios Cowboys que comenzaba a forjar el entrenador Tom Landry.

Su impacto fue tremendo. Todavía hoy dispone de 17 récords como receptor. Su velocidad le hacía imparable. Por Hayes, por la imposibilidad de detenerle, las defensas comenzaron a utilizar la zona. El marcaje hombre a hombre no tenía sentido con aquella bala. Ganó títulos y dinero, pero su vida se quebró cuando abandonó el fútbol. Hijo y nieto de alcohólicos, fue víctima de la adicción a la bebida y a las drogas. Protagonizó un negro suceso de tráfico de cocaína que le llevó a la cárcel durante 10 meses. Luego desapareció de escena hasta que se supo del devastador avance del cáncer que ha acabado con su vida, la del hombre que se ganó la consideración de mejor velocista de la historia.-

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