La gran decepción

Era, sin duda, el estreno que más expectación había suscitado en la Bienal. Los nombres de Marianita Pineda y Federico García Lorca, Manolo Sanlúcar y Lluís Pasqual, y Sara Baras por supuesto, son atractivos suficientes para, al conjuro de una excelente promoción mediática, atraer al personal.

Que salió encantado, por supuesto. Otros, entre quienes me cuento, andábamos en cambio un tanto reflexivos o un tanto despistados, vaya usted a saber. Habíamos visto un espectáculo brillante, excelentemente iluminado, en una escenografía sugerente, con baile y música agradables, y nos había dejado fríos. Pienso que la historia de esta Mariana Pineda que sedujera a Lorca se nos diluye en un guión no bien construido, en torno a una especie de valla o celosía con múltiples significados -unos comprensibles, otros no tanto- y que en ocasiones crea cierta confusión porque un espejo al fondo duplica las imágenes y no siempre podemos delimitarlas bien; o quizás sea eso lo que se quiere.

Pero cuando un espectáculo nos deja tantas dudas es porque, a mi juicio, no está bien contado. Y en casos así la música y el baile no bastan para darle vida. La música de Manolo Sanlúcar lleva su marca, siempre reconocible, de acento puramente andaluz y que nos suena a su música de hace unos años, siempre hermosa y siempre con un señalado sentimiento jondo.

Y nos queda el baile, que en definitiva es lo fundamental. A mí me dejó la impresión de que el espectáculo es una sucesión de números de baile, algunos sin motivación convincente. Baras nunca va a descubrir América como coreógrafa, y aquí lo demuestra una vez más. Repite soluciones una y otra vez, con lo que sus propias limitaciones, aún siendo una buena bailarina / bailaora, se evidencian sin paliativos. Interpreta nada menos que tres pasos a dos, en los que tiene por oponentes a los tres primeros bailaores de su elenco. José Serrano, quien ya interpretaba a Felipe el Hermoso en la anterior obra de Baras, demuestra autoridad y se adapta con solvencia al personaje. También Luis Ortega, tan querido en Sevilla, brilló notablemente.

Sara Baras, que bailó mucho a lo largo de toda la obra, me pareció de nuevo limitada por su actual concepción del baile. Así como los grupos los mueve en algunos temas muy acertadamente, componiendo con ellos una estética realmente atractiva, en otras eso mismo lo hemos visto ya en la obra. Ella, personalmente, vuelve a insistir hasta la saciedad en recursos en que puede lucirse todo lo que quiera, pero como intérprete del baile uno agradecería mayor variedad en todo lo que hace. ¿Cuántas veces, en el curso de esta Mariana Pineda de hora y cuarto de duración, hizo esos giros sobre sí misma levantando el vuelo de sus prendas para dejar al aire la parte superior de sus piernas? ¿Cuántas de sus interpretaciones las resuelve con el zapateado puro y duro hasta la extenuación?

Personalmente he de decir que esperaba mucho más de esta obra tan publicitada. Y otra cuestión de la que quiero dejar constancia es la improcedencia de introducir una fiesta por bulerías al final, fuera del contexto de la obra, con los personajes todavía vestidos como habían salido en Mariana Pineda, de monjas, de militares, etcétera. Es un número seguro de cara a arrancar ovaciones clamorosas del público, pero realmente no creo que Baras necesite de esas argucias. El triunfo lo tenía asegurado de antemano.