El amo
Sus señorías del Congreso mexicano han dejado las leyes indígenas hechas un colador, y, más de un año después de la marcha de los zapatistas hacia México DF y de la declaración de buenos propósitos del presidente Fox, la cuestión está donde estaba antes de los Acuerdos de San Andrés. Los diputados del PAN y del PRI han demostrado una vez más que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos y que el movimiento se demuestra huyendo. La pelota ha sido devuelta a los zapatistas por si pierden la paciencia y caen en la tentación de la violencia, lo que les colocaría como objetivo de la libertad duradera, esa guerra santa puesta en marcha por el poder económico-militar norteamericano para sacar importantes beneficios del arrasamiento de las torres de Nueva York.
La inversión pública destinada a gastos armamentistas ha crecido espectacularmente en Estados Unidos, y las coartadas de poder mundial absoluto progresan día a día ante las insuficiencias de cualquier frente crítico. De momento, Bush ya cuenta con la incondicional complicidad del Reino Unido, donde Blair perpetúa la evidencia de que el último imperio que les queda a los británicos es el imperio norteamericano. También Aznar se ha sumado a la causa de la pena de muerte contra Irak, convencido de que la caída de Sadam Husein más tarde o más temprano significará la caída de Ibarretxe y de Carod Rovira. Difícil saber qué pito tocará el señor Aznar en una posible guerra contra Irak, pero él, por si acaso, ya se ha comprado el de Manolo, guardia urbano.
La ministra de Exteriores, Palacios, negó, recientemente, la pertinencia de la guerra contra Irak, y ahora, en cambio, sanciona la lógica de la contienda si Sadam se porta mal. Contertulios hispanos se han quejado del silencio de globalizados pacifistas e intelectuales ante el belicismo de Bush, silencio no atribuible al miedo a quedar sin gasolina para sus coches, en el caso de que el islamismo succione el lago petrolífero que va de Arabia hasta Afganistán, sino al estupor que en todos nosotros despierta lo primitiva que se ha puesto la política internacional: la voz de su único amo pone de nuevo en tensión a casi todos los chuchos.
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