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Los adioses de Fontainebleau

El Consejo de Administración tuvo que aceptar la fuerte indemnización que exigía Messier para dejar Vivendi

Jean-Marie Messier y Eric Licoys estaban aturdidos. El lunes 24 de junio, durante todo el día, asistieron, impotentes, a la derrota bursátil de Vivendi Universal: caída del 23,8%. El grupo nunca había conocido una sanción semejante. Para el presidente y el director general, no había dudas sobre quién era el responsable: cuando el director financiero se reunió con ellos, los dos hombres le dirigieron los peores reproches, le acusaron de no haber conseguido colocar a Vivendi Environnement, de no saber explicar la estrategia, de no saber asegurar los mercados. Guillaume Hannezo acusó el amargo golpe. Desde hacía tres meses, estaba permanentemente en la brecha para cuidar la casa, negociar los créditos día tras día, reparar los errores. Incluso tuvo que pedir al tesorero que no dejara al director general jugar con la tesorería del grupo volviendo a comprar acciones de Vivendi Universal, con la esperanza de mantener el precio. Al mismo tiempo, seguía recurriendo a mecanismos financieros cada vez más complicados para cumplir los deseos de su jefe.

Aunque fuera Messier parecía sereno y decidido, dentro se había vuelto inaccesible
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Messier no le agradeció nada. A pesar de sus declaraciones de amistad, el presidente general de Vivendi Universal no quería a Guillaume Hannezo: el hombre era demasiado brillante, demasiado popular, para su gusto, entre los empleados. En el grupo todos se sonreían ante este director financiero algo lunático, que cruzaba los pasillos con la camisa fuera del pantalón y el cigarro en la boca a cualquier hora del día, pero que siempre tenía una palabra de atención y que, desde el principio de la tormenta, fue el único dirigente que daba la impresión de intentar llevar el timón.

Porque Messier ya no estaba ahí. Aunque fuera el presidente de Vivendi Universal parecía sereno y decidido, dentro se había vuelto inaccesible. Sólo tres personas que no pertenecían a su grupo gozaban todavía de su total confianza: Maurice Lévy, el jefe de Publics que se convirtió en su consejero más cercano; Valérie Bernis, directora general adjunta de Suez, a la que encontró en 1986 en el gabinete de Edouard Balladur, y Patricia Barbizet, brazo derecho de François Pinault, a la que conoció en el momento de la creación, en los años ochenta, del Club de los cuarentones (que debía agrupar a todos los dirigentes llamados a gobernar Francia en los años siguientes). Messier no dudó en solicitar su consejo varias veces al día. Parece que sólo les escuchaba a ellos.

¿Le habían advertido de los peligros? Aunque la situación parecía complicada, sus colaboradores más cercanos seguían apostando por su inteligencia y la suerte que siempre le había favorecido. Él mismo estaba convencido de que la tormenta era sólo pasajera. A pesar de las sesiones agitadas y de la retirada de algunos miembros, el presidente estaba convencido de que el Consejo de Administración seguía con él. La mayoría de los miembros eran amigos, cuyos secretos conocía desde los tiempos del Banco Lazard, cuya presidencia había reafirmado o cuya fortuna había salvado. Nadie podía abandonarle. Sobre todo porque poseía un arma inigualable para reunir todos los votos: jugar con las divergencias, adelantar los riesgos de escisión, agitar la amenaza estadounidense. En fin, tenía el apoyo indefectible de Marc Vienot, que tranquilizó a los banqueros y al mercado. Así, cuando Messier se enteró por la prensa, la mañana del 25 de junio, de la dimisión de Arnault se enfureció terriblemente. ¿Cómo pudo traicionarle de esa manera el jefe de LVMH, un amigo? Es prueba, clamaba el presidente de Vivendi, de que hay un complot, todos se están aliando para hacer que caiga.

Al dimitir del consejo, Bernard Arnault pensaba más en protegerse a sí mismo que en precipitar la caída de Jean-Marie Messier. Admirador de Claude Bébéar y su éxito, compartiendo muchas de sus ideas, el presidente de LVHM fue requerido, en primavera, para que interviniera. Se negó. Sin embargo, de entre todos los argumentos esgrimidos por Bébéar, uno llamó su atención: la responsabilidad de los administradores. 'Con Foriel-Destezet, tú eres el único que tiene una fortuna personal. Si las cosas van mal, los accionistas no dejarán de pedirte cuentas', insistió el jefe de Axa. Desde entonces, la presión de los accionistas no dejó de aumentar. Muy activa en el informe, Colette Neuville, presidenta de la asociación de los accionistas minoritarios, agitó una amenaza que aterrorizó a todos los administradores: pidió aclaraciones sobre la forma de funcionamiento del consejo y la responsabilidad de sus miembros. Su petición fue rechazada por los tribunales, pero la amenaza persistió, como confirmaron los servicios jurídicos de LVMH a Bernard Arnault. Le aconsejaron que dimitiera enseguida.

Decidida por razones personales, la partida de Arnault dio la señal para la desbandada en el seno del consejo. Cuando los administradores se encontraron al mediodía, el ambiente estaba muy tenso.

Para empezar, Edgar Bronfman, hijo, incitó al debate. Desde la fusión entre su grupo, Seagram y Vivendi, su familia había perdido más de dos tercios de su fortuna. Todos se preguntaban cuánto tiempo los Bronfman, que aún tenían la imagen de dirigentes tenaces por haber comenzado a hacer fortuna con el alcohol en tiempos de la prohibición estadounidense, iban a soportar esta situación. De consejo en consejo, no habían dejado de endurecer el tono, de pedir que se pusiera bajo tutela a Messier, después que se le despidiera.

Esta vez Edgar Bronfman había preparado cuidadosamente su intervención. Habló de la caída en la Bolsa, de las malas noticias permanentes, de los peligros a los que estuvieron expuestos, de la dirección sin legitimidad, del sueño perdido de un gran grupo de comunicación. Y pidió un voto de censura contra Messier. ¿Era demasiado pronto? ¿Veían ahí los administradores el peligro, tantas veces evocado, de una confiscación estadounidense del grupo francés? La mayoría rechazó votar la censura. A la salida, el presidente de Vivendi Universal respiró; aunque dos nuevos administradores, entre ellos Marie-Jose Kravis, estaban a punto de dimitir, él se había salvado. El siguiente consejo no se reuniría hasta el 25 de septiembre. Hasta entonces, tenía todo el tiempo para recuperar el control. En su camino ya habían quedado varios colaboradores, entre ellos Pierre Lescure como responsable de Canal +. Lescure continúa como vicepresidente de Sofgecable, plataforma digital de PRISA, editora de EL PAÏS.

La ilusión de la victoria se desvanecería pronto. Durante ese consejo, la relación de fuerzas se había invertido insidiosamente. Al explicar la intervención de Bronfman en el consejo, los conjurados insistían sobre el peligro de una réplica. Los accionistas estadounidenses estaban dispuestos a hacerse con el poder, subrayaron. Habían fracasado en el primer consejo, pero lo intentarían de nuevo, ante una asamblea general, puesto que podían solicitar que se convocara. ¿Se trataba de un hábil montaje del peligro estadounidense? La familia Bronfman haría desmentir discretamente que había solicitado la presidencia de Vivendi Universal. Algunos administradores ya no se acordarían. Otros sostendrían lo contrario.

La intención, real o no, sería en todo caso hábilmente utilizada: el todo París de los negocios estaba convencido de que los accionistas estadounidenses estaban dispuestos a actuar. En el Elíseo , la célula económica empezaba a inquietarse por toda la agitación en torno al grupo de comunicación. Pero aunque el poder había estado muy presente en el informe de Vivendi Environnement, considerado como una apuesta política y económica francesa, no sabía muy bien qué hacer respecto a Vivendi.

Por parte de los bancos, la situación cambió la última semana de junio. La precipitación con que Vivendi Universal había lanzado operaciones mal atadas -como la venta de Vivendi Environnement o la de sus títulos Vinci- acabó por sembrar la duda. Perplejo, Michel Pébereau pidió aclaraciones. Hasta entonces, el presidente general de BNP-Paribas, segundo banco de crédito del grupo, siempre se había negado a entrar en los conciliábulos. Cuando descubrió la realidad de las cifras, se enfureció: Marc Vienot, que había sido puesto allí para vigilar a Messier, no vio nada, no oyó nada, no dijo nada. La situación del grupo se descontroló completamente. El miércoles 26 de junio, el presidente general de BNP-Paribas decidió retirar su apoyo a Messier. Desde entonces, Daniel Bouton, presidente general de la Société Géneral, el banco más comprometido con Vivendi, pudo liberarse de la opinión de Marc Vienot, su predecesor en el Géneral. A su vez cortó todos los créditos. La trampa se había cerrado sobre Jean-Marie Messier.

'Jean-Marie, debes dimitir'. Enviados como emisarios por el consejo, Henri Lachmann y Jacques Friedman se citaron el viernes 28 de junio con el presidente de Vivendi Universal para notificarle su despido. Durante los dos días anteriores se había llegado a un acuerdo entre los principales administradores. Sólo Marc Vienot y Serge Tchuruk, director de Alcatel, que sospechaba que correría la misma suerte, seguían apoyando a Messier. Como digno jefe de la V República, Jacques Friedman, muy ligado a los partidarios de Chirac, advirtió a Matignon, que tomó nota.

Los dos administradores se encontraron pues ante Messier para conseguir su marcha. Éste denunció el complot. Si hacían falta fianzas para los mercados, él estaba dispuesto a ofrecerlas: ¿por qué no nombrar a Agnès Touraine, la responsable de la edición, directora general, quedando él como simple presidente? Estas sugerencias, que habrían sido acogidas con alivio en primavera, llegaban ahora demasiado tarde. Los mercados, los bancos, los accionistas, todos pedían la dimisión de Messier.

¿A quién poner en su lugar? Claude Bébéar, molesto por una noticia aparecida en Le Nouvel Observateur en mayo, que le presentaba como movido sólo por sus intereses, no quiso aparecer en primera fila. Tampoco quiso estar en el consejo. Thierry Breton ya no era el hombre adecuado para la situación: ya no se necesitaba un emprendedor de la comunicación, sino un hombre capaz de organizar el repliegue en buen orden del grupo. Al proponérselo, tanto Jean Louis Beffa (Saint-Gobain), como Jean-Marc Espalioux (Accor) rechazan. Vincent Bolloré había ofrecido sus servicios, haciendo valer que él no tendría miedo de luchar contra los bancos. Su candidatura fue rechazada: aunque el talento del hombre de negocios para plantar cara a los bancos era innegable, muchos temían que lo ejerciera sólo en su interés, y no en el del conjunto de los accionistas. Como último recurso Messier lanzó el nombre de Charles de Croissat, director de CCF y antiguo miembro del gabinete de Balladur. Éste lo desmintió rápidamente. Por fin, se retomó la solución ideada a mediados de mayo: un tándem Jean René Fourtou (Aventis) y Claude Bébéar, que fue presionado por todos para incorporarse al consejo.

Pero antes había que arreglar la marcha de Messier. Durante el último fin de semana de junio, éste intentó una última resistencia. 'No le pueden hacer eso a Jean-Marie', no cesaba de repetir por teléfono Antoinette Messier, a varios administradores y directores, para conmoverlos y salvar a su marido. En la sede, el presidente luchaba paso a paso. Apoyándose en los nuevos estatutos, se negó a convocar un nuevo Consejo. Se necesitó la amenaza de un comunicado del consejo, que indicaría su desacuerdo, para empujarle a aceptar. El domingo 30 de junio, a las 19.00, todo había terminado. Messier se rindió y dimitió.

Marc Vienot, Jacques Friedman y Edgar Bronfman, hijo, negociaron con él las indemnizaciones para su marcha. Aceptaron pagarle 20 millones de dólares, como reclamaba, para permitirle reembolsar un préstamo de 25 millones de dólares, suscrito con el único fin de comprar acciones del grupo. 'Las indemnizaciones del señor Messier son responsabilidad del antiguo consejo, no del nuevo', hizo saber el nuevo equipo, hostil a cualquier paracaídas de oro. Asustados, los antiguos administradores dieron marcha atrás y negaron, oficialmente, cualquier indemnización. La única concesión: Messier, podía anunciar personalmente su partida, a su manera. Durante dos días, el ex presidente de Vivendi Universal mantuvo la confusión y preparó cuidadosamente su salida.

El 2 de julio reunió a todos los empleados de la sede. La escena, para este presidente que siempre amó las comparaciones napoleónicas, tenía el aire del adiós de Fontainebleau. Hubo llantos, abrazos, se denunciaron las intrigas políticas contra el grupo, hubo emoción por el sacrificio del presidente para salvar Vivendi Universal. Entre el crepitar de los flases, pasó desapercibida una noticia: Moody's acababa de anunciar una nueva degradación para el grupo: Vivendi Universal era rebajado al rango de los bonos basura.

Jean-René Fourtou, sustituto de Jean-Marie Messier  en la presidencia de Vivendi. PLANO MEDIO - ESCENA
Jean-René Fourtou, sustituto de Jean-Marie Messier en la presidencia de Vivendi. PLANO MEDIO - ESCENAEPA

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