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Columna
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Y después, ¿qué?

Radiante estaba la novia, al acecho el novio, en paz consigo mismo el padre de la novia, legionaria de un Cristo herreriano doña Ana Botella, cursis dentro de un orden los invitados, entre el posbalenciaguismo y Walt Disney los vestuarios y las actitudes. Inenarrables Loyola de Palacio y su hermana, Pili y Mili del centro derecha español, y rubia, rubia, la señora Álvarez Cascos, pionera en la introducción del pastiche hollywoodiano en la sacramentalidad matrimonial celtibérica. Encuentro Boyer-Julio Iglesias en el cenit y la vida sigue igual. Mil funcionarios de la seguridad pública vigilaron que nada se produjera contra tan preciado aquelarre, ayudados por la inexistencia de la tarta nupcial, objeto sospechoso, muy mal visto por la Teología de la Seguridad después del 11 de septiembre neoyorquino, pastel del que un día sale Ursula Andres, pero otro se lo reserva Ibarretxe o el mismísimo Bin Laden.

Terminado el matrimonio en la cumbre, sus principales protagonistas están obligados a un difícil más allá. Para empezar, los recién casados deben justificar tanta liturgia y demostrar su capacidad portentosa. Por su edad y por su estilo, no le cabe a Ana Aznar el recurso de proponerse como presidenta del Rastrillo Global, ni a Agag unificar las internacionales dedicadas al comercio del corcho o del pistacho, es un decir, porque no te pisan los talones Berlusconi y Blair para acabar de ejecutivo de acero inoxidable que juega al golf con Luis del Olmo y Raúl del Pozo. Dadas las características de la boda, tal vez asistimos al estreno de una propuesta de alternativa dinástica laica, una síntesis del sistema electivo visigótico y del centralismo democrático a lo Kim Il Sung, posibilidad acuciada por lo tardón que nos ha salido el Príncipe en cuestiones casamenteras y lo horroroso del palacio diseñado por un comando de arquitectos republicanos heavies.

En cuanto a Aznar, cesante, no puede limitarse a presidir la internacional PP para ponerle ceño y citas poéticas. Acaso espere a que Wojtyla complete su condición de anciano ponente para que llegue a Papa un inspector de Hacienda nacido junto a uno de esos ríos que en España sólo producen caudillos globales.

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