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Reportaje:FUERA DE RUTA

Delirio visual en el tren de Chihuahua

Instantánea de las Barrancas del Cobre, en la sierra mexicana

Paco Nadal

Aún es muy temprano. Tanto, que las primeras luces del alba todavía luchan por abrirse un hueco en la noche mexicana. Unos bultos somnolientos permanecen acodados en los bancos de madera, en silencio, sin apenas mirarse. Sólo un hombre con un carrito de comida para servir café soluble y bollos parece estar dotado de movilidad en las madrugadas frías de Los Mochis. El viaje empieza en una estación moderna y funcional, sin un atisbo de esa magia que rodea a todo lo relacionado con el ferrocarril. De repente, puntualmente a las siete, una locomotora diésel arrastrando tres pulcros vagones pintados de verde oliva y naranja se instala en la vía principal y una voz chilla: '¡El tren de segunda para Chihuahua va a salir!'. Es el primer contacto con el tren que une Los Mochis, en la costa del Pacífico, con la ciudad de Chihuahua, en pleno desierto mexicano, a través de los angostos y extraordinarios cañones de la Sierra Madre occidental, la de Pancho Villa, la de los indígenas tarahumaras y la de tantas leyendas de la agitada historia de este inmenso país.

Viajar a bordo de El Chepe, como también se le conoce, es una de las más intensas experiencias viajeras en México. Se trata de uno de los tres únicos ferrocarriles turísticos (junto al tren del Tequila, en Jalisco, y el Expreso Maya, entre Yucatán y Chiapas) que quedan en servicio en un país que hizo la revolución subido al pescante de una locomotora de vapor.

Pueblos de cal

Durante los primeros kilómetros, El Chepe transita por una llanura fértil, plagada de huertas, frutales y pueblos de cal y adobe, con calles terrosas, con perros famélicos y regueros de aguas sucias. Se van dejando atrás Sumidero, San Blas, El Fuerte y otras pequeñas aldeas donde se observan hombres a caballo, ancianas vestidas de negro y chiquillos que corren saludando a los viajeros. Al pasar por uno de estos pueblos casi fantasmas, Los Pozos, llama la atención un cementerio pulcramente encalado que refulge entre pitas y tascates. 'Fíjese en ese pueblo; hay más gente en el cementerio que en las casas', dice el revisor, un joven que se llama Emilio.

En los apeaderos, donde El Chepe frena entre resoplidos, suben hombres de rostro duro, curtido por el sol, con bigote y patillas. Llevan un macuto de plástico al hombro, el eterno sombrero blanco mexicano y un olor pegado al cuerpo que habla de trabajo, tierra y cansancio. Todo esto pasa en el tren de segunda, porque en el de primera, que sale todos los días una hora antes que éste, los turistas (en su mayoría norteamericanos) irán más confortables en esos vagones por los que habrán pagado el doble de la tarifa del tren de segunda, aislados de cualquier incomodidad, pero pasando de puntillas sobre la realidad de un país fantástico que se personifica cada día en estos vagones del segunda, atestados de familias indígenas, trabajadores silenciosos, cholas cargadas de bultos y mochileros occidentales en busca de una experiencia vital.

El tren avanza lentamente, a poco más de 30 kilómetros a la hora. Emilio, el revisor, cuenta que este tramo está todavía pendiente de una mejora de las vías, y El Chepe se zarandea y cruje como las cuadernas de un galeón en plena tormenta. Cuatro horas después de la salida acaba la llanura, y las vías se adentran por fin en el fabuloso mundo de los cañones de la Sierra Madre, las Barrancas del Cobre, unas quebradas cortadas a pico donde los españoles encontraron algunas de las más rentables minas de plata y cobre del Nuevo Mundo.

Selva de pitayas

El tren avanza por laderas escarpadas colonizadas por una selva seca de pitayas, tascates, cardones y otras plantas espinosas que lo cubren todo con un edredón verde amarronado. Sólo el intenso color blanco y rojo de las flores de la amapa rasga el monocromo telón de las montañas resecas. A ambos lados se elevan poderosas agujas de roca de las que se descuelgan torrentes de aguas. El tren juguetea cada vez más con el abismo. Algunas de las barrancas se hunden hasta un kilómetro y medio de profundidad, por lo que El Chepe debe valerse de 86 túneles y 35 puentes para salvar estos desfiladeros que los mismísimos misioneros jesuitas, con toda su intrepidez, tardaron decenas de años en bajar. 'Sólo los pájaros conocen la profundidad de este abismo', decían las crónicas de la época.

En total, El Chepe recorre 661 kilómetros de vía férrea cuya construcción fue iniciada en 1872 por un visionario estadounidense llamado Albert Owen y que no fueron puestos en servicio hasta 1961, casi 90 años después, debido a los problemas técnicos y a la complicada historia mexicana de la primera mitad del siglo XX.

La experiencia de viajar en El Chepe es en sí atractiva. Pero es más impresionante aún si uno se baja, por ejemplo, en la estación de Bahuichivo, un pequeño pueblo en el corazón de la tierra tarahumara. Una legión de camionetas de diversos hoteles espera a los turistas en la estación. El primero que ofrece un precio razonable pertenece a El Paraíso del Oso, un rancho en medio de la serranía, entre Bahuichivo y Cerocahui -otra importante población tarahumara-, regentado por Doug Rhodes, un norteamericano casado con una mexicana de amplia sonrisa.

A caballo al pie de los cañones

Vale la pena pasar varios días para hacer alguna excursión a caballo a lugares como el cañón de Urique, hasta donde se llega por las sendas imposibles que los tarahumaras tallaron en la roca para descender a estos cañones sin fondo.

La próxima parada puede ser en Creel, una población más grande aún que Bahuichivo, con una calle ancha y rectilínea, flanqueada por casas de madera que recuerdan más al Far West que a la arquitectura tradicional tarahumara. Todas ellas albergan algún negocio para turistas, desde artesanía indígena hasta cibercafés. Creel vive de los viajeros, mochileros en su mayoría, que han hecho del pueblo un centro de operaciones para visitar la parte más oriental de las barrancas.

Cuando el viaje llega a su fin, en la estación de la ciudad de Chihuahua, al viajero le invade una inmensa sensación de zozobra. Rodeado por los grandes espacios planos del desierto chihuahuense, el mundo vertical y húmedo de las barrancas parece más lejano e irreal aún. Como si ese tren sólo hubiera existido en la imaginación. Y quizá sea así, porque ¿a qué loco se le ocurriría trazar un ferrocarril por unas quebradas como ésas?

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos

Población: México tiene 97,4 millones de habitantes. Prefijo telefónico: 00 52. Moneda: un euro = 9,7 pesos mexicanos.

Cómo ir

- Iberia (902 400 500). Vuelos diarios de Madrid a México DF. Ida y vuelta, 981 euros con tasas. - KLM (902 222 747). Vuelos diarios de Madrid, vía Amsterdam, a México DF. Ida y vuelta, 659 euros más tasas. - Aeroméxico (915 48 98 10) tiene vuelos diarios de Madrid a México DF. De allí a Los Mochis y regreso vía Chihuahua. Ida y vuelta, 1.224 euros con tasas. Los vuelos de México DF a Chihuahua o Los Mochis, ida y vuelta, desde 304 euros con tasas. - De la Estación de Autobuses del Norte en México DF parten numerosos autocares a Los Mochis y Chihuahua, y los trayectos duran entre 15 y 20 horas.

El viaje en tren

- El Chepe (61 44 39 72 12). El tren de Chihuahua al Pacífico enlaza Los Mochis (Estado de Sinaloa) con Chihuahua (capital del Estado del mismo nombre) dos veces al día en cada dirección. El billete cuesta 104 euros, y el de segunda, 52,2 euros. El recorrido completo dura unas doce horas. - Paradas aconsejables. Todos los trenes paran 15 minutos en la estación de Divisadero, donde hay una de las mejores vistas del recorrido. Para conocer las barrancas se recomienda parar al menos dos noches en Cerocahui (estación de Bahuichivo) y otras dos al menos en Creel. Desde ambas se pueden hacer excursiones al interior de las barrancas.

Dormir

- Hotel Paraíso del Oso (614 4 21 33 72; www.mexicohorse.com). Bahuichivo. Excursiones a caballo (10,18 euros por hora; se deben alquilar al menos dos) y en vehículo. La doble con pensión completa, 155. - Hotel La Plaza (no tiene teléfono), junto a la misión. Cerocahui. La doble, 16,38 euros. - Casa Margarita (63 54 56 00 45). Creel. Albergue para mochileros de ambiente juvenil. 20,48 euros por persona con desayuno y cena. - Posada de Creel (61 44 56 01 36). Creel. Desde 12,80 euros por persona. - Hotel y cabañas Pueblo Viejo (61 44 11 37 06). Creel. La doble con desayuno, 83,90 euros.

Información

- Oficina de Turismo de México en España (914 11 06 99). - www.chihuahua.gob.mx.

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