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Placeres | GENTE
Columna
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La locura del 'tartuffo'

Habíamos comido en varios restaurantes tartuffo, nombre que los italianos dan a la trufa blanca (a la negra la suelen llamar tartuffo nero), pero esta vez iba a ser diferente, ya que nos habían invitado a una subasta benéfica que se celebraba en Alba, la capital mundial de la trufa, situada en la región del Piamonte. En este lugar, además, se monta en el mes de noviembre un mercado sobre este producto.

La trufa blanca es uno de los productos alimentarios sólidos más caros del mundo. El precio de un kilo se sitúa entre los 3.000 y 6.000 euros y compite con los productos deshidratados asiáticos, los mejores abalones y la aleta de tiburón, en la lista de productos más valiosos. El tartuffo, sin embargo, no es mágico por su precio, sino porque es un producto embriagador. La primera vez puede ser que no te enamore, pero seguro que lo hará a medida que la vayas probando.

Ocurrió algo mágico: el olor de la trufa en la feria de Alba era... imposible de describir

A nuestra llegada a Turín fuimos a comer pasta a un restaurante famoso en esta especialidad. Hubo un plato que nos chocó e impresionó ese día: unos espaguetis que, en contra de lo que es habitual, no estaban hervidos y mezclados después con la salsa, sino guisados. Le preguntamos al cocinero cómo estaban elaborados y él amablemente nos lo explicó: en un cazo con un poco de aceite de oliva se rehoga un poco de ajo picado y se añaden los espaguetis, dorándolos ligeramente. Después se va vertiendo caldo repetidas veces, dejando que se evapore cada vez. A última hora se añaden unas cuantas almejas y perejil picado. Aquellos espaguetis eran, de hecho, similares a nuestros fideos a la cazuela. Su cocción era al dente, pero al dente italiano, que es distinto al español. Mucha gente los hubiera rechazado por considerarlos crudos, pero creo que ha sido el plato de espaguetis más original que he probado nunca.

Por la tarde fuimos al centro de Turín para visitar un establecimiento que tiene Lavazza para degustar las últimas tendencias en lo referente al café. Allí probamos diferentes elaboraciones realizadas con este producto. Por cierto, un truco para tomar café con hielo: hagan el día anterior cubitos de café para que cuando se mezclen con el café caliente éste sea igual de intenso y no quede aguado como ocurre al introducir el clásico cubito hecho con agua.

Después cogimos el coche y fuimos a Alba, un precioso pueblo que se precia de tener una de las más altas calidades de vida de Europa. ¡Por fin íbamos a conocer el famoso mercado de la trufa! La primera impresión no fue muy buena, la verdad, ya que comprobamos que, probablemente por culpa del frío, el mercado se celebraba bajo una carpa y no al aire libre como habíamos imaginado. Al entrar, sin embargo, ocurrió algo mágico: había unos treinta puestos donde vendían el diamante de Alba y el intenso olor era... imposible de describir.

Durante dos horas estuvimos aprendiendo curiosidades sobre la trufa. Por ejemplo, cómo se adiestra a un perro para buscarlas o cómo reconocerlas cuando están maduras. Posteriormente fuimos a la subasta benéfica. Estaba perfectamente organizada y es todo un espectáculo ver pujar por tartuffos de hasta un kilo de peso, por los que se llegan a pagar hasta 10.000 euros (hay que pensar que, al ser con un fin benéfico, los precios superan lo normal). Vimos y olimos tartuffo durante todo el día, pero comer... poco, aunque la organizadora nos tenía preparada una sorpresa: seis preciosos tartuffos que, a nuestro regreso, nos comimos en Barcelona en unos extraordinarios huevos fritos con tartuffo.

(Con la colaboración de Xavier Moret).

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