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Entrevista:ANTONIO MUÑOZ MOLINA | ESCRITOR | ENTREVISTA

'Muchos no quieren correr el menor peligro de dejar de ser 'progres'

Antonio Muñoz Molina, en su chalé de la sierra madrileña. Los detalles del ambiente son bien conocidos.

Pregunta. ¿Este tiempo, intelectualmente hablando, le provoca aburrimiento, ganas de trabajar o ganas de partirse la cara?

Respuesta. Vamos a ver. A veces, cuando hablamos de lo que tenemos olvidamos destacar la normalidad democrática como antítesis de lo que se vivía en los años cuarenta, cincuenta o sesenta. El poder trabajar con libertad, la posibilidad de viajar, de recibir libros, la posibilidad de que el trabajo de bastantes de nosotros se pueda leer fuera y suscite interés es una ventaja inmensa respecto de donde veníamos. Sobre todo, teniendo en cuenta los límites de nuestra cultura, que es una cultura muy menor y que no forma parte de los grandes repertorios o circuitos internacionales. Yo me impongo no olvidar nunca eso, tenerlo en la conciencia, porque las libertades, la democracia es muy importante y muy valiosa, y siempre se corre el riesgo de minusvalorarla. Al fin y al cabo, en los orígenes intelectuales y políticos de muchos de nosotros hay una ideología que no valoraba en absoluto las libertades. Mi generación no creía que la democracia fuera una cosa necesaria ni interesante.

'La España de ahora es el resultado de un cataclismo, entre otras cosas cultural, que ya no se puede recuperar'
'En la actitud tibia ante el terror se da un fondo leninista de falta de compasión y de falta de respeto por la vida humana. Y la intención de no valorar a las personas concretas'
'Lo terrible del exilio no es sólo que las grandes obras no formen parte de la tradición, sino que esas obras ni siquiera se van a producir'
'El verdadero cataclismo se da cuando Franco decide no acabar la guerra rápidamente y se afana en eliminar cualquier vestigio no ya republicano, sino liberal'
'Cueto dice que si la derecha supiera modernizarse iba a mandar para siempre. Pero la derecha tiene una cosa cuartelaria, eclesiástica y de corto vuelo'

P. Sí, la prueba era ese adjetivo...

R. Exacto. Formal era el adjetivo. Democracia formal la llamábamos.

P. La novedad va más allá del franquismo. Usted quizá pertenezca a la primera generación moderna de intelectuales y escritores españoles que ha podido trabajar sin restricciones.

R. En efecto, la libertad, 25 años seguidos de libertad suponen una novedad importantísima. Y deben servir, sobre todo, para que pensemos que se trata sólo de 25 años, que ésta es la historia de España y éste el lugar de donde venimos.

P. De todos modos, la anomalía española aún subsiste. El caso vasco.

R. Hay un modo positivo de utilizar esta tragedia. Es como tener la comparación a mano, en carne viva. Para saber lo que supone la libertad, para la cultura y para la vida, sólo hay que mirar al Norte. Allí tenemos el ejemplo, la desgracia de un lugar en el mismo territorio español donde la libertad no existe. Creo que eso es la clave de todo. No me parece que el problema sea el nacionalismo o el independentismo. El problema es que hay un territorio en la Unión Europea donde no rigen las normas generales de libertad. Y eso debe hacernos mucho más conscientes del valor de la democracia.

P. El caso vasco permite una exhibición casi constante de la relación entre el intelectual y la política.

R. Así es...

P. ¿La cultura española se ha alzado contra el terrorismo?

R. Precisamente quien se ha alzado contra el terrorismo ha sido la gente de la cultura. El discurso político ha ido perfectamente a la zaga. En realidad, el discurso político no ha estado a la altura del envite. Quien dio el primer salto para defender las libertades, quien dijo primero que esto no era un problema ideológico, fueron escritores con nombres y apellidos, Savater, Juaristi o Azúa, gentes que obligaron al discurso político a encararse con el tema, y quienes, a partir de una conciencia cívica ilustrada, pusieron los términos del debate en su sitio. Y los términos del debate no son otros que saber si todo el mundo tiene derecho a la vida o no. Yo creo que los partidos políticos que han reaccionado, aunque tarde, a esta pregunta, lo han hecho siguiendo el discurso de la gente de la cultura.

P. Tarde, dice usted. ¿A qué atribuye la larga indiferencia?

R. Una de las lecciones a sacar del horror etarra es la asombrosa capacidad de indiferencia ante el horror que no te afecta personalmente. Ahora estoy leyendo el diario de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, un hombre civilizado que se pregunta ¿cómo no me di cuenta de esto? Para reconocer, acto seguido, que no saber, no le disculpaba, porque él eligió no saber. A mucha gente le pasa eso. Luego ha habido, y hay, una gran confusión ideológica. Hay el residuo de una especie de progresismo. En la actitud tibia ante el terror se da un fondo leninista de falta de compasión y de falta de respeto por la vida humana. Y la intención de no valorar las personas concretas y de dejarse llevar por abstracciones. Muchos no quieren correr el menor peligro de dejar de ser progres. Hay gente en la izquierda que prefiere seguir pensando en términos de pueblo, de masas, porque no saben qué hacer con las personas concretas.

P. ¿Qué gente?, ya que hablamos de personas concretas.

R. Estoy pensando en iconos políticos y culturales que siempre están pidiendo cuentas y que nunca se han planteado dudas sobre sus propias convicciones. Yo me di cuenta de ello cuando publiqué Sefarad, cuando recogí en el mismo libro los testimonios de los perseguidos por el nazismo y los perseguidos por el estalinismo. En España no se ha reflexionado en absoluto sobre ese pasado y las consecuencias que ha proyectado sobre el presente. Y los primeros en evitar la reflexión han sido los partidos políticos.

P. ¿Y en cuanto a usted?

R. Yo, en mi trabajo, en la parte de mi trabajo que tiene que ver con la reflexión publica, he intentado confrontar mis convicciones de ahora con los dogmas que tenía cuando era muy joven. En fin, no es agradable.

P. ¿No se reflexiona por indiferencia, por cinismo o por convicción?

R. Hay de todo. En el último New Yorker venía un reportaje de John Lee Anderson sobre el Kabul de los talibanes. Parece que los afganos tenían prohibido hacerse fotografías, excepto cuando tenían que viajar al extranjero. Pues bien, entre los talibanes había quien se hacía fotos en un estudio de Kabul con el pretexto de hacerse un pasaporte, pero en realidad eran fotos por vanidad o coquetería: ¡Los tipos se fotografiaban con la barba teñida y los ojos pintados! John Lee Anderson tuvo la ocasión de montarse en uno de los coches del mulá Omar que, por lo visto, tenía un equipo de música impresionante.

P. Es decir, que...

R. Es decir que en el primer momento uno piensa que el fanático es así y uno tiende a respetarle o a concederle la categoría de hombre dominado por una idea. Pero es que esto suele ser mentira. Porque el fanático prohíbe a los demás escuchar música, pero él no renuncia a escucharla. Por eso la indiferencia en muchos casos está relacionada con el cinismo.

P. ¿En qué medida tiene que ver con esta actitud el franquismo y el antifranquismo?

R. Pues en bastante medida. La dictadura franquista duró muchísimo y eso hizo que se perdiera cualquier clase de contacto con lo que había habido antes. Me acuerdo de un libro de Savater que leí de joven, y que al principio me escandalizó, donde decía que uno de los productos más repugnantes del franquismo eran algunas formas de antifranquismo. Volviendo al principio: yo creo que la España de ahora es el resultado de un cataclismo, entre otras cosas cultural, que ya no se puede recuperar. Igual que lo que sucedió con la cultura centroeuropea después de la II Guerra Mundial.

P. ¿Igual?

R. Sí..., igual.

P. Humm.... No, no lo creo.

R. Bueno, la magnitud es distinta. Pero cuando uno pierde un brazo se pierde para siempre. El tejido que se perdió, se perdió para siempre. La primera fila española se perdió en todos los campos. Esto lo reflejan estupendamente las memorias de Carlos Castilla del Pino. Cómo termina la guerra y ascienden la segunda y tercera filas, por el fusilamiento o el exilio de la primera. Han desaparecido los mejores, porque están muertos, porque están fuera o porque están en silencio. Y se produce una penuria general.

P. No está tan claro en la literatura. Hay muertes y exilio. Pero también los casos de Pla, de Baroja o de Camba.

R. Es verdad que Pla sigue siendo acojonante. Su Viaje en autobús, la extrema melancolía de ese libro... Pla es un personaje totalmente insular y eso es lo que le hace tan atractivo, lo que impide que uno se canse leyéndole. El propio personaje que se crea es uno de los personajes más importantes de la literatura peninsular. En cuanto a Baroja... El Baroja de la guerra es ya claramente crepuscular.

P. Puede ser, pero aún muy interesante: es el de Ayer y hoy o el de las Memorias.

R. Inferior, inferior. Y Camba..., ¿usted cree que después de la guerra es el mismo que antes de ella?

P. Nadie es igual, claro. Pero para Camba el cataclismo empezó mucho antes. Sólo hay que leer su Haciendo de República, que es uno de los alegatos antirrepublicanos más inteligentes que se han escrito.

R. La guerra no se produce súbitamente, claro. Pero la guerra es un salto cualitativo. Camba forma parte de un mundo que queda destrozado. Cuando empieza la muerte hay un cambio. Se produce el horror. Y buen parte de ese horror postrero era, además, evitable. Es lo que Paul Preston llama la política de la venganza. En otro libro de memorias que me gusta mucho, el de Fernando Fernán-Gómez, hay un momento que dice que cuando va a Francia se ven las cicatrices de la guerra mientras que en España todavía están las heridas. El verdadero cataclismo se da cuando Franco decide no acabar la guerra rápidamente y se afana en eliminar cualquier vestigio no ya republicano, sino simplemente liberal. Porque no es sólo que se rompa la tradición de la República, sino que se rompe también la de la Restauración. Y yo creo que en el campo de la educación, por ejemplo, la catástrofe fue incalculable. La generación de mis padres fue la más castigada. Mi padre tenía ocho años y mi madre seis cuando la guerra. Habían empezado a ir a la escuela y ya no volvieron. Una generación que podría haber desarrollado sus propias capacidades personales se malbarata y se pierde. A eso es a lo que me refiero. Creo que la penuria de fondo de la cultura española, en parte, proviene de ahí. Es verdad que hay logros personales, pero falta el tejido. El hábito de lectura, de bibliotecas, de investigación, todo eso falta y es imposible recuperarlo en poco tiempo.

P. Hay quien remite la aculturación española a tiempos más remotos. A un cierto menosprecio posimperial del trabajo y del esfuerzo.

R. Completamente de acuerdo. Y tampoco se puede olvidar el daño que nos ha hecho el catolicismo ultramontano y tan permanente desde Felipe II o incluso antes. Escritores como Galdós o Clarín, comparados con contemporáneos como Eça de Queiroz, tienen con el catolicismo, con la religión, una relación muy morbosa. Las novelas de Eça de Queiroz tratan la religión con un desparpajo, una soltura, una tranquilidad... La Reliquia, por ejemplo, tiene una risa que no se encuentra en la literatura española de esa época.

P. Más de una vez se ha puesto en duda la calidad literaria e intelectual de los exiliados españoles. Usted escribió no hace mucho un artículo contra esa tesis.

R. Lo terrible del exilio no es sólo que las grandes obras no formen parte de la tradición normal, sino que muchas veces esas obras ni siquiera se van a producir. Porque, como decía Claudio Guillén, el exiliado no sólo está en el destierro sino que está en el destiempo. El primero es remediable, el segundo no. El modo en que Max Aub reacciona a su regreso a España con ese diario tremendo, La gallina ciega... Uno está con él en algunas cosas, pero en otras... Se queja de que el tiempo haya seguido transcurriendo, pero ésa es la desgracia del que se queda fuera. Yo recuerdo la primera vez que fui a Argentina, en el año 1989. Tenía contactos con gente que había estado fuera durante la dictadura militar y describían su desolación por haber estado fuera, y eso que la dictadura duró sólo seis años. Pero lo más terrible es que no se reconocían en los que se habían quedado y los que se habían quedado no les reconocían a ellos. Es una relación que el destiempo hace imposible.

P. ¿Usted cree que es razonable hablar de una nueva cultura de la derecha española?

R. Juan Cueto dice que si la derecha supiera modernizarse de verdad iba a mandar para siempre. Pero la derecha española tiene una cosa cuartelaria, eclesiástica y de corto vuelo. Yo tengo mis dudas con ella, la verdad.

P. ¿Y cree que puede empezar a leerse de otra manera la tradición hispánica?

R. En mundos en los que todavía existe este prejuicio, universidades extranjeras o sitios así, en que pesa mucho la imagen del español virulento, cerril, que pesa, incluso, de forma favorable, porque este distingo racial los emociona; en esos sitios me he hartado de decir que esa tradición existe, pero que al lado hay otra igual de grande: está la genial mala leche de Quevedo, pero también la ironía delicadísima de Cervantes; está la Inquisición, pero también está el Arcipreste de Hita; está Felipe II, pero también los comuneros de Castilla. Es decir que esa lectura de la historia y de la tradición española en términos de negrura o de oscurantismo me produce una rebelión muy grande. En el siglo XIX están las Cortes de Cádiz, los ilustrados... Yo he intentado por todos los medios crearme mi propia tradición. Uno lo necesita. Uno necesita crearse su tradición cuando trabaja. En países como el nuestro las únicas tradiciones sólidas son las tradiciones represivas. Pero fíjese en la tradición de las letras francesas o inglesas. En una conferencia yo ponía el ejemplo de la Abadía de Westminster, donde están enterrados los grandes escritores de la lengua inglesa. Y yo le preguntaba a mi auditorio: ¿Dónde están los grandes escritores de la lengua española? Pues unos están en el exilio, otros están en la fosa común, otros no se sabe. Tampoco tenemos una tradición hecha en términos materiales, una Pléiade, una Library of America, o una Meridiani.

P. Casi se entiende a los que niegan la existencia de una cultura española.

R. ¡Evidentemente! Pero hay una serie de nombres y una historia más o menos reciente, y hay una cultura bastante rica y plural que se puede llamar española. Se puede hacer una lectura progresista de eso, una lectura que no implique centralismo, una cultura en que estén Pla, Ausias March, Rosalía de Castro. Una cultura en la que convivan diferentes lenguas.

P. ¿Y en la que, por tanto, la lengua no sea el signo de identidad de la cultura?

R. Exacto. Nunca he creído en eso y mucho menos en estos tiempos. El ejemplo más claro de que una lengua y una cultura no son lo mismo es Cataluña. Ahora ya se puede decir algo de eso. Hace unos años era mucho más difícil. A mí me da risa el que todo el mundo se burle tanto de lo políticamente correctos que son en Estados Unidos, en un país con tantos tabúes políticamente correctos como España. Un país donde algunos quieren contraponer una historia centralista con otra, digamos, local o nacional, cuando la historia o es historia o es leyenda. O, como en Andalucía, que rechazan un libro de física y química porque no está adaptado a las condiciones andaluzas.

P. Stendhal ya se escandalizaba de que se hablara de música alemana o de arte francés...

R. Alguien como Magris, que sabe de la frontera por experiencia y por conocimiento, ha escrito mucho sobre esto. Es en ese espacio fronterizo donde se ve que las identidades son peligrosísimas. Dice Magris que la frontera es una divinidad que exige fronteras de sangre. Uno necesita fronteras porque necesita límites, pero las fronteras tienen que ser porosas, como la epidermis. La frontera te marca el límite de un mundo pero también un punto de contacto. Y parece que eso aquí no se tiene en cuenta. Hay un libro estremecedor, que se llama La gestión de la memoria, de Juan Sisinio Pérez Garzón, que es un estudio detallado de los textos de historia que se utilizan en las escuelas de las autonomías. Se ven cosas alucinantes, de sitios donde uno menos se lo espera, como La Rioja. El patrón siempre se repite: el pueblo que milenariamente es idéntico a sí mismo.

P. La idea de una cultura en varias lenguas ha sido siempre la idea de Martín de Riquer. Para Cataluña y para España.

R. Y es la idea centroeuropea, austrohúngara, la de Joseph Roth o la de Stefan Zweig. La gran idea de Europa.

El escritor Antonio Muñoz Molina piensa que en estos momentos hay una gran confusión ideológica.
El escritor Antonio Muñoz Molina piensa que en estos momentos hay una gran confusión ideológica.ULY MARTÍN

Un porvenir cumplido

ANTONIO MUÑOZ MOLINA (Úbeda, 1956) ha cumplido a su edad la práctica totalidad de las expectativas que se le adjudican a un brillante porvenir. Escritor de referencia de la generación de la transición, respetuoso

y brillante heredero del progresismo español, miembro activo de la resistencia de la cultura frente al terrorismo etarra, y además -hay mucho más- el más joven entre los académicos, novelista de crédito y articulista sostenido. Por si todo ello fuera poco, su mujer, la escritora Elvira Lindo, le ha convertido desde hace unos años, y sin necesidad de nombrarle, en un personaje literario, ironizando con amabilidad redentora sobre algunos rasgos de su carácter, aunque exponiéndole, con creciente peligro, a que el público lector acabe considerándole más bueno aún de lo que es.

En cualquier caso, semejante lugar en el mundo ha sido consecuencia de un trabajo literario largo y concienzudo que empieza a concretarse con Beatus Ille, sigue con El invierno en Lisboa y El jinete polaco, y culmina, por el momento, con Ardor guerrero, Plenilunio o Sefarad, libros vendidos, leídos y apreciados, donde la crítica ha descubierto siempre ambición expresiva y una sólida declaración.

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