'Los españoles, al contrario que los italianos o franceses, promocionan poco lo suyo'
Mujer interesantísima, criada entre las carpas de un circo, Pepita Hervás, artista y ex empresaria circense nacida en Catarroja (Valencia), recuerda con añoranza los muchísimos años que pasó rodeada de malabaristas, trapecistas y domadores. 'Éramos todos una familia', dice esta mujer de mundo, políglota -habla cuatro idiomas- y muy activa. Propietaria del desaparecido circo Hervás, lanzado por su abuelo paterno, Pepita Hervás, casada y con tres hijos, habla con cariño y nostalgia del mundo circense, de su gente y sus viajes.
P. ¿Cuántos años tiene?
R. Los artistas no tenemos edad.
P. Cuente cómo arrancó el circo Hervás.
R. Mi abuelo paterno era un comerciante de grano, un bohemio. El circo le volvía loco, también el flamenco. Se quedó viudo muy joven. Un día vino a Catarroja Charlie Rivels, el gran payaso. A mi abuelo lo liaron y puso un circo. No se sabe de dónde le venía esa vena por el circo que luego contagió a sus hijos. Mi tía Pepita, Pepita Hervás, fue una gran trapecista. Y mi padre, entre otras habilidades, también fue un gran trapecista. Fue mi padre quien continuó el circo. Era artista y director.
P. El circo Hervás fue un trampolín para conocidos artistas.
R. Ángel Cristo, por ejemplo, se hizo domador por mi padre, Salvador Hervás. Pero no fue el único. A Tonetti lo hizo cómico mi padre. Otro gran director, Arturo Castilla, del circo Americano, debutó en el circo con mi padre con unos payasos que se llamaban los hermanos Cape. El gran Picasso, el mejor malabariosta del mundo, también debutó en el circo Hervás. Lo hacía tan bien que se lo llevó un empresario circense americano. Ahora tiene un apartamento en Las Vegas y un montón de dinero. Su hijo también ha salido malabarista. Hacía un espectáculo con seis pelotas de ping pong en la boca inigualable.
P. ¿Está el circo en declive?
R. Mientras haya niños, el circo no se acaba. Ni ha muerto ni morirá. La televisión le ha hecho daño; hubo una pequeña crisis, ya superada. El circo es como una empresa familiar, pasa de padres a hijos y a nietos.
P. ¿Qué pasó con el circo Hervás?
R. A mediados de los años sesenta nos metimos en el mundo de las grandes revistas de teatro. Y compaginamos ambas cosas durante un tiempo, hasta que poco a poco nos volcamos con la revista. Pero yo sigo en contacto con el circo.
P. ¿Por que sus hijos no siguieron la tradición?
R. No sé..., mis hijos han estudiado. La temporada de circo era desde Semana Santa hasta Navidad. Cuando finalizaba el curso, nos los llevábamos de vacaciones por ahí, con las caravanas. Son cosas de la vida. Las familias del circo son las más familiares. Hay un gran respeto. Los jerarcas son el padre y la madre, que son adorados. El lema era tener muchos hijos para mantener el circo.
P. ¿Cuánta gente arrastra un circo?
R. El circo Hervás llevaba unas 45 personas, entre músicos, artistas y montadores. Pero hay circos, sobre todo italianos, que arrastran unas caravanas enormes. Por ejemplo el circo Europa. Pero los italianos son de otra pasta.
P. ¿Por qué?
R. Protegen mucho sus cosas, entre otras el circo. También en Francia. Aquí en España no hay protección. Los ayuntamientos son la competencia más desleal que hemos tenido. En vez de promocionar lo nuestro explotamos lo extranjero. El español ignora lo suyo: la zarzuela, por ejemplo. Los niños crecen sin conocer la música tradicional española, y claro, se enganchan a Operación Triunfo y cosas así, que son una bazofia.
P. Usted ha vivido mucho.
R. Yo tuve una juventud maravillosa. En el circo aprendías muchísimas cosas. Por las mañanas nos enseñaban a cantar, a hacer malabares, a montar a caballo. Todos sabíamos música. Yo sé tocar el piano y el acordeón, además de hacer otros números.
P. Y ha viajado por Europa y África desde muy jovencita.
R. Yo soy feliz en una caravana. En casa no estoy nunca; no se me caerá el techo encima. El espectáculo lo echo de menos. Con el circo Hervás viajamos desde Ceuta hasta Trípoli. Aquello era un edén. Pasábamos largas temporadas en África del Norte. En Europa, sobre todo en Francia. En África, en los años cincuenta, se ganaba mucho dinero. Viajar da mucha cultura.
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