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Columna
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Eduardo

Cuando estaba en silencio 'afluía a los ojos / una brusca dulzura incontenible'. Era un hombre grande, como los espacios que quiso habitar, como las piedras que hizo suyas, y, aunque era grande, siempre tuvo, excepto en las manos, que eran su madurez y su tacto, el aire de un niño, los ojos claros, el pelo rebelde, como un sinfín de rayas de lápiz contra el viento. Esa voluntad de niño: una vez le vi saltar, caminar y saltar, por el paseo de la Concha, explicando a los amigos que iban con él en qué se parecía lo que quería hacer al afán de un guardameta en la soledad infinita de su portería. Otras veces era el silencioso invitado de una multitud de la que se iba para percibir en la lejanía la calidad de una flor, la exactitud de una raya, la persistencia de una música que nadie más que él sentía como si fuera una forma más de la escultura. Después, otra vez en el silencio, esa música se convirtió mil veces en formas que él antes moldeaba en el aire, con las manos; acaso por eso en su obra da la impresión de que nada pesa, todo es del aire. Cuando vio sobre su enorme mesa de madera -la madera mirando al infinito, en Monte Igueldo, los ojos del niño en silencio se van al horizonte, ése es el tiempo- la idea de cumplir en Tindaya, Fuerteventura, su voluntad de habitar el centro del aire, se le iluminó el rostro como después de una gran pesadilla, e indicó: 'Con esta montaña he soñado yo'. La idea se quedó ahí, en el aire de la mesa, ésa fue su gran melancolía. No se puede definir (si acaso con aquellos versos de Jorge Guillén, su gran poeta, 'afluía a los ojos / una brusca dulzura incontenible...') ni con una imagen ni con mil palabras esa sensación que dejaba su rostro. Interrogante o feliz, surcaban por su cara todos los sentimientos, y había una pugna real, se le veía, por hacer de las formas una idea; por eso transitó la poesía y buscó en el pensamiento una explicación a lo que eran también sus preguntas sobre este tiempo, este país, Europa, el mundo, de dónde viene la falta de armonía. Sin duda su escultura es un símbolo de esa búsqueda, todas las piezas son un interrogante y también una música, aspiran a ello. Provenía del silencio, y esa dulzura incontenible que afluía a sus ojos fue aún más concentrada al final, cuando, y esto lo dijo uno de sus hijos, ya estaba más allá de este mundo, pisando el aire. En silencio. En los ojos había quedado, incontenible, la brusca dulzura del viento.

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