Un 'desconocido' doma al 'Tigre'
Beem, ex vendedor de radios y móviles, impide que Woods siga haciendo historia en el golf
'No importa que uno sea el mejor. Los golfistas estamos más acostumbrados a las derrotas que a las victorias porque perdemos muchos más torneos de los que ganamos. En realidad, no vencemos más que en el 10% de los que jugamos cada temporada'. Lo decía, a modo de axioma, Severiano Ballesteros cuando aún era Severiano Ballesteros, el doble campeón del Masters de Augusta (1980 y 1983) y el triple del Open Británico (1979, 1984 y 1988), es decir de cinco, el 12,50%, de las 40 competiciones del Grand Slam disputadas, cuatro al año, en su decenio mágico: de 1979 a 1988.
'Sí importa que uno sea el mejor. Al menos, cuando se trata de los grandes, los títulos por los que realmente se pasa a la historia de este deporte. Lo que hay que hacer es no desgastarse de manera innecesaria en los demás. Uno debe programarse para afrontarlos en las mejores condiciones psicológicas y físicas e ir a por ellos'. Lo dice, a modo de declaración de principios, Tiger Woods ahora que todavía es Tiger Woods, el triple campeón del Masters de Augusta (1997, 2001 y 2002), el doble del Open de Estados Unidos (2000 y 2002) y del Campeonato de la PGA norteamericana (1999 y 2000) y el simple del Open Británico (2000), es decir de ocho, el 33,33%, de las 24 competiciones del Grand Slam disputadas en su sexenio mágico: de 1997 a 2002.
Sentencias aparte, lo cierto es que a Woods no le queda más remedio que aprender a perder. En este curso, en concreto, el estadounidense se había planteado dos retos y toda su preparación giró en torno a ellos. Uno, ser el primero en ganar en el mismo año -ya lo había hecho de manera sucesiva, pero en dos distintos, 2000 y 2001- los cuatro torneos del Grand Slam: en abril se impuso en el Masters y en junio en el Open de su país, pero en julio tropezó en el British. Otro, ser el primero en ganar en el mismo año los tres grandes norteamericanos: en agosto ha caído en el de la PGA. Otra vez será. De momento, permanecen siendo imposibles... incluso para él.
Desde luego, el traspié del domingo le ha dolido en lo más profundo. Porque en esa cita, a diferencia de lo sucedido en la europea, en la que el protagonista fue el surafricano Ernie Els, sí aspiró hasta el final a la victoria con un ataque brillante y demoledor. ¿Demoledor? Para todos menos para un semidesconocido. Para todos menos para su compatriota Rich Beem, que le resistió por un golpe: 278 por 279.
¿Quién es Beem? Un tenaz texano de El Paso que se agarró a la oportunidad de su vida y no la soltó. Una persona feliz que el próximo sábado, para celebrar su 32º cumpleaños, brindará con el champaña más caro del mundo gracias al fabuloso cheque que se embolsó: 990.000 dólares, un millón de euros. Un hombre que se ríe de sí mismo por la mala ocurrencia que tuvo en 1995, cuando, cansado de no abrirse camino entre tanto hoyo esquivo, arrinconó su bolsa de palos y se fue con su mujer a Seat-tle para dedicarse a vender teléfonos móviles y aparatos de radio para los coches. Un tipo que aún se ríe más al recordar cómo un triunfo de un amigo del college, Paul Stankowski, en 1996 le sirvió de estímulo para lanzarse de nuevo a la aventura de los greens...
Hasta el pasado fin de semana en el club Hazeltine, de Chaska (Minnesota), Beem sólo contaba con dos victorias en su palmarés: el Open de Kemper de 1999 y The International, en Castle Rock, de 2002. Pero desde entonces su nombre ya está inscrito en el Grand Slam. Y, además, con un mérito extraordinario: haber resistido la presión voraz del Tigre, que concluyó con cuatro birdies sucesivos; haber sido quien le privase de escribir otra página histórica anotándose en el mismo año los tres torneos grandes de Estados Unidos. No es de extrañar que proclamase: 'Increíble'.
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