Guiñol
Hay un nuevo género periodístico, no sólo veraniego, que es un remedo del viejo guiñol. Consiste en elegir a cualquier personaje famoso, generalmente de escaso fuste, aunque también puede ser poderoso, para zaherirlo, ridiculizarlo y cuando se está seguro de haber levantado la risa del lector, rematarlo con un golpe en la cabeza como a un títere de cachiporra. La única condición que se le exige a ese personaje es que no tenga capacidad de defenderse de igual a igual. Algunos periodistas que cultivan esta fórmula son muy ingeniosos y consiguen arrancarte una carcajada, pero sucede que si uno entra en el juego del escarnio acaba convirtiéndose en un lector débil y despreciable. Nos quejamos de la basura pública y a veces la tenemos en casa. Este género se expende en las tertulias de radio y de televisión en horas de prestigio y también en periódicos serios. Esa forma de atacar a quien no puede responder con las mismas armas, de burlarse de cualquier defecto físico de un político por muy miserable que nos parezca, de convertir a cualquier famoso en un muñeco de serrín para destriparlo públicamente acaba generando un estilo peculiar que tiene el nombre acuñado. Se llama simplemente fascismo, aunque de momento sólo asome la oreja por el lado de una crítica divertida y cruel. Este es un país con poca musculatura moral, pero muy fácil de vivir porque aquí vale todo. La cloaca pasa por en medio del salón y eso es lo que nos distingue de un país de primera clase, donde para estar a salvo de los hedores de la fosa séptica basta con desearlo. También en otras partes existen los mismos mierdas, personajillos inconsistentes, gente hortera, delincuentes groseros y simpáticos, pero esa recua inane o siniestra se mueve en el patio trasero de la sociedad que es su sitio exacto. No da titulares en los periódicos serios ni escritores y periodistas de gran nivel descienden a comentar hasta el último de sus sabañones. Puede que se trate de una sarna literaria pasajera. Pero esa lluvia ácida a todos nos corroe. Esta mañana estaba bajo el algarrobo leyendo un artículo y todo iba bien hasta que, de pronto, me he sorprendido a mí mismo con una carcajada. Sólo tardé medio minuto en avergonzarme. ¿Por qué me había reído de un pobre ser, inculto e inofensivo, a quien el periodista había destrozado con armas tan desiguales, él con un millón de lectores y el otro a solas con su ignorancia? Me dije, a partir de ahora se acabó el guiñol. A estos graciosos que los lea su padre.
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