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CIENCIA

'Me ahogaba en la sanidad pública, la burocracia era terrible'

Usted se formó en la medicina pública y cuando cumplió los cuarenta años la dejó. ¿Por qué?

Respuesta. Quería estudiar el ojo en profundidad.

P. ¿No podía en los hospitales públicos?

R. No. No podía. Un colega me lo dijo claramente: 'Vete o acabarás no haciendo nada de lo que quieres. Porque lo que tú quieres no puedes hacerlo aquí'.

P. ¡Vaya diagnóstico!

'Cualquier enfermo puede recibir en España la atención específica que precisa. La red pública y el mutualismo lo garantizan'

R. Me ahogaba. La burocracia era terrible. Para contratar a una investigadora podía necesitar dos años de trámites. Al final me di cuenta de que la mayor parte de mi tiempo la dedicaba a resolver problemas de papeleo. Si fundamos el Imo, con otros colegas, fue para hacer lo que queríamos.

P. ¿Aprovechó algo de lo público?

R. Sí. Una cierta austeridad. Aquí no hay grandes despachos, ni grandes solemnidades. Y tratamos de no marear al paciente. Dándole pastillas, por ejemplo, cuyo efecto es más que dudoso. Eso son herencias de lo público. Pero, por el contrario, tenemos una gran agilidad. Sin agilidad no se puede investigar. Ni el ojo ni nada. El enfermo y la investigación están aquí en un contacto muy estrecho. Me parece que es la única manera seria de plantearse hoy en día la medicina.

P. ¿Piensa en que ahora su práctica médica no llega a todos?

R. Lo pienso. Pero no por lo que respecta a España. Yo creo que cualquier enfermo puede recibir en España la atención específica que precisa. Aquí en el Instituto o fuera de aquí. La red pública y las redes del mutualismo privado lo garantizan. Otra cosa es lo que sucede fuera de España. Lo que sucede fuera es muchas veces patético. Por eso fundamos Ojos del Mundo.

P. ¿Cómo empezó?

R. Los primeros viajes fueron al sur de México. Ser ciego es terrible en todas partes, pero en el Tercer Mundo lo es mucho más.

P. La lucha por la vida no admite debilidades.

R. Claro, un ciego es un estorbo colosal en lugares donde cada mañana has de plantearte cómo eludirás hoy la miseria. Pero pasa algo más. Los ciegos en Occidente lo son por una fatalidad del destino. Una fatalidad, digamos, inevitable. Ante un ciego de aquí sabes, como médico, que has hecho todo lo que humanamente puede hacerse por él en este momento de la vida. Entonces te entra como una cierta resignación ante el destino, mezclada, desde luego, con el deseo de estudiar, de saber, de conocer y de vencer la enfermedad, que es siempre uno de los motores del conocimiento. Pero la mayoría de ciegos del Tercer Mundo podrían dejar de serlo mediante una operación sencilla o un tratamiento adecuado. Bueno, no es fácil soportar esto, ni para un médico ni para nadie mínimamente consciente.

P. Ciegos por cataratas.

R. Por cataratas y por otras docenas de enfermedades elementales que en Occidente se curan sin problemas. Mire, el que los médicos vayamos felices a estos lugares tiene que ver con razones morales, desde luego. Pero, desde el punto de vista profesional, los viajes tienen el interés de que te topas con enfermedades que sólo ves en los libros, descritas con su correspondiente literatura y fotografiadas.

P. Al margen del tratamiento de enfermedades específicas, ¿usted hace la misma medicina aquí que allí?

R. Sí, y creo que ésta es una de las condiciones fundamentales del éxito de la fundación. Algunas de estas misiones han fracasado porque llevaban gente inexperta o porque las técnicas que se aplicaban eran obsoletas. Nuestra idea es hacer, en el sur de México, o en Tinduf, o en Mozambique la misma medicina que hacemos en Barcelona.

P. No hay caridad sin calidad.

R. ¡Desde luego! Si no, es humillación o un voluntarismo que no lleva a ningún lado. Uno de los aspectos más complicados de la organización es el traslado del material y de la maquinaria. Pues bien: todo el material es moderno. Si no es del año en curso es del anterior.

P. En medicina hay pocas cosas tan radicales como devolverle la vista a alguien.

'Ser ciego es terrible en todas partes. Pero en el Tercer Mundo, en sitios donde hay que eludir la miseria cada día, es un estorbo colosal'

R. Sí, es cierto. Al menos, pocas cosas que sean percibidas como tan radicales por el paciente.

P. Es turbador imaginar lo que ustedes hacen allí.

R. Es emocionante, claro. Además, hay tantas dificultades que cualquier cosa se convierte en una heroicidad.

P. ¿Va preparado? ¿Hay que prepararse?

R. Hay que prepararse. Sí, hay que hacerlo. Pensar un poco. Y disfrazarse de coronel Tapioca y encarar lo que venga.

P. ¿La relación con los pacientes es diferente de la habitual?

R. Al principio, sí. Llega gente a la que le han dicho que no tiene derecho a nada y que lo ha asumido. Gente castigada y vencida por la enfermedad. Entre sus derechos, desde luego, no está el de protestar por la asistencia que reciben. Pero al cabo de algún tiempo, cuando los hospitales o los lugares de asistencia empiezan a consolidarse y a ser conocidos en la zona, la gente empieza a protestar si algo no sale del todo bien, o uno recibe peor tratamiento del que ha recibido el vecino. Como es natural, los oftalmólogos del lugar se irritan con sus compatriotas y tratan de hacer menos visibles sus protestas. Pero yo siempre les digo que no se preocupen: un signo infalible de que las cosas van bien es que empiecen las protestas. Señal de que la iniciativa ya ha alcanzado un cierto nivel de desarrollo.

P. Supongo que uno de los objetivos prioritarios es formar profesionales en el lugar.

R. Sí, trabajar con ellos y enseñarles lo que podamos enseñarles. También tratamos de que vengan a Barcelona y estén un tiempo trabajando aquí.

P. En el impulso primero del que hace algo por alguien, ¿qué hay?

R. ¿En mi caso? Una deducción lógica. Yo soy un afortunado.

OJOS 'MUNDI'

El doctor Borja Corcóstegui (San Sebastián, 1950), formado en la Universidad Autónoma de Barcelona y durante años responsable de oftalmología del hospital Valle de Hebrón, conoce la retina humana como pocos de sus contemporáneos. Y el Instituto de Microcirugía Ocular (Imo), que dirige en Barcelona, se ha convertido en menos de una década en uno de los centros de referencia de la oftalmología universal. Estas dos circunstancias han multiplicado su efecto desde que, hace ahora un año, el doctor Corcóstegui y el político catalán Rafael Ribó decidieron fundar Ojos del Mundo, una ONG dedicada al tratamiento de las enfermedades oculares en aquellos lugares donde no llega la medicina. Unos doscientos oftalmólogos, en su mayoría españoles y portugueses, colaboran en el proyecto, cuyo presupuesto inaugural roza el millón de euros, financiados básicamente por la iniciativa privada. El Sáhara, Mozambique o el sur de México han sido ya algunos de los lugares donde Corcóstegui y su equipo han empezado a trabajar. La ceguera en el Tercer Mundo es una de las causas más terribles de marginación social y, en la gran mayoría de los casos, puede curarse con facilidad.

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