_
_
_
_
_
Reportaje:RUINAS DE VASCOS | EXCURSIONES

Mil años de soledad

Una ciudad islámica abandonada en el siglo XI sigue casi intacta cerca del Tajo, en el lejano oeste de Toledo

No es mucho lo que se sabe sobre el origen de la ciudad de Vascos, pero sí lo suficiente para afirmar que el parecido de su nombre con cualquier gentilicio actual es pura coincidencia.

Sobrecoge pensar que la ciudad de Vascos era idéntica a la nuestra, Madrid, en tiempos de los omeyas: una urbe de la marca media andalusí, o del Tajo, con más de un kilómetro de murallas y altiva alcazaba. Allí vivían, oraban, molían, curtían, esquilaban, se bañaban y enterraban a sus muertos más de 3.000 mahometanos.

Mil años después de la reconquista cristiana del valle del Tajo (Toledo cayó en 1085), Madrid es una capital bulliciosa, tal vez demasiado, con tres millones de almas; Vascos, una ruina dejada de la mano de Alá en el lejano oeste toledano, intacta y misteriosa como la razón de su abandono.

Navalmoralejo es un sitio idóneo para sestear a la sombra de una encina

Navalmoralejo, municipio en el que yacen las ruinas, parece un sitio idóneo para sestear a la sombra de una encina soñando sueños inspirados por las ubres túrgidas y campaneantes de cabras y ovejas, pero realmente extraño para albergar una ciudad fortificada de 3.000 habitantes, por muy pastores que fueran.

No obstante, en el centro de interpretación que hay instalado en el pueblo se informa de que esta zona del Tajo era antaño un lugar de paso estratégico y muy concurrido, como lo demuestran los dólmenes exhumados, los vestigios romanos y visigóticos, o el anciano puente que da nombre a la vecina localidad de El Puente del Arzobispo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Ocho kilómetros después de cruzar el Tajo por este bello puente gótico de 11 ojos, se presenta a mano derecha el desvío a Navalmoralejo y, a la izquierda, la pista de tierra que conduce a la ciudad de Vascos. A los dos kilómetros de avanzar por ella, se ofrece la oportunidad de aparcar junto a una granja, pues el camino empeora a partir de aquí a ojos vistas. En todo caso, sólo restan tres kilómetros de plácido paseo (o de penoso rally) por una hermosa dehesa de encinas salpicada de pétreos mojones, señales de tumbas orientadas hacia La Meca que estupefactan por su número y por haber sobrevivido -si el verbo es aplicable a una necrópolis- en estos campos arados, plantados de olivos y almendros, pastoreados y agujereados por los conejos a lo largo de casi mil años.

No menos estupor produce hallar, al cabo de la pista, la muralla de dos metros de espesor y ciclópeos sillares que ciñe Vascos y que en tiempos estuvo reforzada con 43 torres.

Y la sorpresa crece cuando, al rodear el perímetro interior de la cerca hacia la izquierda y alcanzar su punto más bajo, se descubre tras la puerta oeste los restos de los Baños de la Mora -señalados por la bóveda de un recinto termal- y, aguas abajo del regato que los nutría, los de las curtidurías, que por su mal olor estaban condenadas a los arrabales.

Continuando la gira intramuros, se sube en un decir Jesús (o Mahoma, que es lo propio) a la alcazaba, encaramada ésta en un peña cortada a plomo sobre el barranco del río Huso, profundo foso en el que se reúnen sus pocas aguas con las muchas del Tajo, detenidas ambas por la cercana presa de Azután. Una puerta que conserva el arranque de un arco de herradura da acceso a esta fortaleza reservada para el gobernador de la plaza y su tropa, que disponían de grandes aljibes y mezquita propia, cuyas naves se pueden reconstruir con la imaginación a partir de varias columnas truncadas.

La vuelta se completa atravesando la zona actual de excavaciones arqueológicas -un dédalo de callejas y casas supuestamente nobles, por hallarse junto a la alcazaba- y bordeando el tramo más alto de la muralla para echar un último vistazo a la garganta del Huso, silenciosa y oscura como la muerte que rodea mil ciudades y entra en una.

La construcción gótica de El Puente del Arzobispo.
La construcción gótica de El Puente del Arzobispo.ANDRES CAMPOS

Sólo sábados por la mañana

Dónde. Las ruinas de Vascos se hallan en el término toledano de Navalmoralejo, a 174 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Extremadura (N-V) hasta Oropesa, donde hay que desviarse hacia el sur por la CM-4100. Hacia el kilómetro 21, ocho después de El Puente del Arzobispo, se encuentra indicado el desvío a Navalmoralejo y, justo enfrente, sin más señal que una flecha negra, la pista de tierra que lleva en cinco kilómetros hasta el yacimiento.

Cuándo. Hay que madrugar, pues la visita sólo está permitida los sábados de 9.00 a 14.00, desde el 19 de mayo hasta finales de enero. El paseo por las ruinas es de un kilómetro, al que hay que añadir otros seis (ida y vuelta) si se aparca junto a la primera granja que aparece por la pista de acceso. En total, dos horas de camino, con un desnivel de 100 metros y una dificultad muy baja.

Quién. La familia que regenta el bar del centro social de Navalmoralejo guarda las llaves del Centro de Interpretación de Vascos, que puede visitarse cualquier día del año. Más información, en la Oficina de Turismo de El Puente del Arzobispo (teléfono 925 43 66 06).

Y qué más. Cartografía: hoja 15-26 del Servicio Geográfico del Ejército, o la equivalente (654) del Instituto Geográfico Nacional.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_