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Crónica:ATLETISMO | Concluyen los Campeonatos de Europa al aire libre
Crónica
Texto informativo con interpretación

Como los grandes

Alberto García se impone en los 5.000m con un ataque demoledor a falta de 250 metros

Carlos Arribas

No se oyó ningún disparo. Lo más probable es que no hubiera ninguno porque el ruido seco, la explosión, se tendría que haber oído por encima de los alaridos, el griterío, la lluvia y los latidos del corazón acelerados. No, no hubo disparo en realidad, aunque muchos jurarán, y seguirán jurando hasta la muerte, que, si no hubo disparo, algo parecido a una detonación debió de ocurrir a 250 metros de la línea de llegada porque fue entonces cuando Alberto García salió impulsado como por una fuerza absurda y terrible.

Salió disparado el atleta madrileño, de Vallecas, y el estadio muniqués se quedó atónito. 'Siempre he tenido un cambio seco, muy brusco, y más este año, que me he entrenado en velocidad', declaró después, modesto y orgulloso a la vez, García, que había ganado el 5.000, que había completado la concienzuda faena del fondo español, el masculino y el femenino, que no dejó apenas ni un rincón sin barrer desde el 800 femenino hasta el maratón.

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Se fue García y se fue con miedo, sin atreverse a mirar hacia atrás, pensando en Marta Domínguez, en cómo la palentina superó a la irlandesa en la última recta del 5.000 femenino, y temiendo que el ucranio Lebed, un eslavo con alma marroquí que disfruta en el campo a través y entrenándose en Ifrane con El Guerruj, o el francés-marroquí Sghyr estuvieran al lado, detrás de él, comiéndole metros con cada zancada.

'Corrí agarrotado y, al final, casi no podía ni moverme', explicó García. Y sólo se atrevió a mirar atrás cuando cruzó la línea y se volvió: 'Y yo no sabía que los había dejado tan lejos'.

Antes, cuando se bregaba por las pistas de medio mundo, sin títulos, sin grandes marcas, García cambiaba de ritmo, su cambio seco y brusco, más lejos del final: 'Y salía muy fuerte, pero en la recta final me pillaban todos y me pasaban. Por eso me he entrenado fuerte y he mejorado mis cualidades'.

García ha mejorado la velocidad, pero también la resistencia y la fuerza. Y también la percepción de sí mismo, la confianza y la fe. Sale a competir y logra nada más desplegar su zancada que toda la carrera gire en torno a él. 'Alberto estuvo bestial', dijo su compañero Jesús España; 'cuando uno está bien, todo parece fácil'.

Fue una carrera lenta y peligrosa, a ritmo no mantenido, tirones y contratirones, el ucranio y el holandés, y también la pareja francesa, y luego nada, de 2m 50s el kilómetro. De tirones y emboscadas. De saber estar y tener piernas.

'Yo, un momento iba bien, el tercero detrás de uno, y de repente el de delante se me para', relató España; 'entonces voy a adelantarle y veo que por la derecha están subiendo media docena y tengo que esperar a que pasen, a que suban todos, y ponerme a cola. Sin darme cuenta ya estaba atrás'.

Una carrera perra, que se dice en el argot; de vaivén. Y, dentro de esa marea, si alguien hubiera cogido los prismáticos y se hubiese centrado en el vallecano tímido, se habría dado cuenta de que no se movía; de que, pasara lo que pasara, que tirara Maase, gigantesco holandés, o Lebed, el ucranio del bosque, o Sghyr y Lahssini, los franceses que se movían juntos, García seguía allí, pegado a la cuerda, siempre segundo, siempre a una zancada del primero.

España, desgastado, nervioso, sin piernas, se quedó cortado en el 4.000; Roberto García, el tercer español -de Zaragoza, no es pariente de Alberto-, subía y bajaba, se desgastaba. García, frío y tranquilo, calculaba.

Antes, su zancada, sus largas piernas..., su estilo no era muy efectivo, más apariencia que realidad, pero ayer, ahora, los últimos años, desde su cuarto puesto en Edmonton 2001 tras los africanos, su zancada es, fue, eficiencia. Sin esfuerzo, estaba donde quería. Desde enero había estado preparándose para este momento, para el título al aire libre, 'que es el que vale de verdad', dice él, y todo le salía perfecto. En el camino habían quedado los Europeos en pista cubierta, síntoma de que la cosa iba bien, y muchas horas de entrenamiento. Polígono Industrial de Vallecas, parques, pista de Moratalaz, comidas en el INEF... Vida de atleta de fondo.

Todo pegaba en el momento justo. 'A cuatro vueltas del final sabía que, si no pasaba nada raro, tenía la victoria asegurada', confesó García. Con su entrenador, Arturo Martín, el alma de Moratalaz, había estado estudiando esta semana, en Madrid, en los ratos libres, los Europeos, las pruebas de fondo. 'Vimos que en casi todas las carreras, el golpe ganador llegaba a 300 metros de la meta. Era el ataque típico. Decidimos concentrarnos en este punto', dijo; 'decidimos que el ataque debería hacerse a 250 metros y que tendría que llegar hasta el final'.

Y allí estaba, a 250 metros, cuando vio por el rabillo del ojo que Lebed se abría cuando él pensaba atacar. Sabía que, si cambiaba de ritmo entonces, sería todavía más efectivo. Así lo hizo. Salió como un tiro, aunque nadie, o casi, oyó el disparo.

Alberto García abre los brazos, entusiasmado, al cruzar la meta en solitario
Alberto García abre los brazos, entusiasmado, al cruzar la meta en solitarioAP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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