Apuntando hacia Irak
Cómo se lleva un país a la guerra? Si uno es Sadam Husein, no tiene más que llamar a la Guardia Republicana, invadir a su vecino y allá las consecuencias, como hizo este mes hace 12 años. Pero si uno es presidente de Estados Unidos, tiene que vencer muchos obstáculos. Tiene que hablar con el Congreso. Tiene que escuchar a sus generales. Y más le vale medir la capacidad de su economía - sobre todo si tiene síntomas de debilidad- para recorrer todo el trecho. Por encima de todo, tiene que conseguir el visto bueno de su pueblo, que posiblemente piense que su presidente ya tiene mucha tela que cortar.
Uno gobierna una dictadura de hierro; el otro tiene que luchar en una democracia. Y ésta es una explicación tan buena como la que más para justificar porqué, incluso cuando el nivel de ruido aumentaba en Irak, las señales desde la Casa Blanca de Bush cambiaron silenciosamente del verde al ámbar.
El grupo de Powell piensa que la opinión mundial sobre EE UU es tan negativa que Bush no puede atacar a Sadam sin una previa y clara provocación
Los civiles del Pentágono creen que la contención no ha funcionado y consideran a Sadam la amenaza regional y planetaria más urgente
Un funcionario de alto rango de la Administración comunicó a un importante legislador que el Congreso no debía esperar una intervención militar de Estados Unidos antes de las elecciones de noviembre. Otro alargó la fecha hasta 2003. 'No se va a tomar ninguna decisión sobre Irak en un futuro previsible', dijo este funcionario. Y algunos íntimos del equipo de Bush admiten que el talante del Partido Republicano en lo que concierne a Irak es cambiante, estorbando el paso al presidente.
Bush, cuya obsesión por acabar con Sadam sigue siendo fuerte, no está dispuesto a revelar nada. Pero incluso él parecía más circunspecto de lo habitual la semana pasada. Cuando le interrogaron respecto a Irak tras una entrevista con el rey de Jordania, Abdalá II, permaneció callado un largo tiempo y luego dijo: 'Sadam Husein es un hombre que envenena a su propio pueblo, que amenaza a sus vecinos, que fabrica armas de destrucción masiva. Y le he asegurado a su majestad, como lo he hecho en el pasado, que estamos contemplando todas las opciones y el uso de todas los medios. Soy un hombre paciente. Pero no he cambiado de opinión desde la última vez que él estuvo en el Despacho Oval'. Traducción: 'He cambiado mi calendario, pero no mis objetivos'. El rey Abdalá hizo su propia interpretación: 'Todo lo que me gustaría decir es que desde el primer día lo que pienso del presidente es lo siguiente: comprende la situación general'.
Fueron unas palabras extraordinariamente diplomáticas de un aliado extranjero clave que recientemente calificó una posible invasión de Irak como una 'idea terrible'. Y el preocupado rey jordano no es ni mucho menos la única voz que pide cautela. Aunque prácticamente todos en EE UU y en el extranjero están de acuerdo en que el mundo estaría mejor sin Sadam, muchos quieren asegurarse de que se responda directamente a las preguntas sobre cuándo y cómo podría Estados Unidos atacar con éxito y qué sucederá cuando callen las armas.
Ingenuos contra teólogos
Esta situación general se ha vuelto imposible de ocultar. Los planes de Bush están siendo revisados por una economía que sigue con problemas; por la violencia en el complejo Oriente Próximo, donde los suicidas palestinos se cobraron la vida de cinco estadounidenses junto con la de más israelíes, y las dudas del Capitolio sobre su estrategia. La pausa se produjo también cuando los bandos del Gobierno radicalmente divididos respecto a Irak -uno, pragmático; el otro, yihadista- empataron en otra ronda de la batalla que libran desde hace semanas en las primeras páginas de los diarios The New York Times y The Washington Post.
Las peleas internas no es la forma en que este Gobierno prefiere tomar decisiones sobre cuestiones de seguridad nacional. El equipo de Bush es capaz de buscar apoyos entre bastidores, maniobrar en completo secreto y finalmente presentar un plan a la opinión pública. Ante todo se valora la boca sellada, el momento perfecto y la unidad total. Pero ninguna de estas reglas se ha seguido a la hora de abordar la cuestión iraquí.
Por el contrario, la Administración se ha embarcado en un notable e inquietante juego de guerra consigo misma. En uno de los bandos están el secretario de Estado, Colin Powell, y sus diplomáticos del Departamento de Estado, que creen que antes de recurrir a la guerra es necesario probar a contener más agresivamente a Sadam. Tachado de ingenuo optimista por sus rivales, este grupo cree que la opinión mundial sobre Estados Unidos es tan negativa hoy día que Bush no puede atacar a Sadam sin una previa provocación clara. Forzar la diplomacia al límite podría al menos proporcionar una excusa.
Al bando de Powell le preocupa también que la guerra contra Irak pueda desestabilizar a todo el mundo islámico, desde el Mediterráneo al Himalaya, y que el Irak posterior a Sadam pudiera evolucionar hacia un caos que desestabilizase también a los países vecinos. Para asegurarse de que los radicales del Gobierno de EE UU consideren todas las complicaciones y las consecuencias de una invasión, Powell ha forjado una alianza informal con antiguos y poderosos amigos uniformados del Pentágono, la Junta de Jefes de Estado Mayor. Son, como él, generales de la época de Vietnam que creen que, independientemente de que la invasión sea o no una buena idea (y la mayoría duda de que lo sea), cualquier acción militar debe seguir la vieja doctrina de Powell: abrumadora en tamaño y fuerza.
En el otro bando están los civiles del Pentágono, tipos con corbata que llegan al despacho dispuestos a arrollar. Están convencidos de que la contención no ha funcionado y de que los aliados de EE UU no se unirán ni siquiera después de que las inspecciones de la ONU para buscar los arsenales secretos de armas de Sadam -que Irak dijo la semana pasada que estaba dispuesto a considerar- fracasen inevitablemente. Considerados como un conjunto de teólogos poco prácticos por el bando de Powell, esta facción es casi incondicionalmente proisraelí y considera que Sadam, no el conflicto palestino-israelí, es la amenaza regional y planetaria más urgente.
Los civiles del Pentágono también creen que es posible derrocar a Sadam más rápidamente -y con menos tropas y menos bajas- de lo que los generales han hecho creer a Bush. Sostienen que el abultado arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam supone un peligro tal para EE UU que más tarde o más temprano habrá que destruir a Sadam, y que es mejor zanjar la cuestión lo antes posible. Este bando está dirigido en público por el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, y su fanático adjunto, Paul Wolfowitz. Pero la mayoría coincide en que el líder espiritual, vital en un segundo plano, es el vicepresidente, Dick Cheney, que hace que Bush escuche los argumentos de este bando.
La mayor parte de las filtraciones que han tenido lugar en las últimas semanas -todas esas historias que detallan un plan secreto de invasión más- se han realizado, dependiendo de qué bando estuviese involucrado, bien para ralentizar, bien para acelerar el avance hacia la guerra, o para humillar de paso al otro bando. Pero aunque una filtración esté pensada para fomentar la oposición pública a la guerra, el efecto acumulativo puede ser el opuesto y llevar a la opinión pública a suponer que la guerra es inevitable.
Filtraciones
Las filtraciones han tenido la virtud de airear una serie de preguntas difíciles de contestar. En el Pentágono, todos tienen problemas para justificar un ataque a corto plazo. Las Fuerzas Aéreas no confían en que sus aviones puedan soportar varios meses de un combate, especialmente si no pueden contar con bases de estacionamiento cerca de Irak. La Marina teme que necesitará la mayoría de sus portaaviones para luchar contra Irak, dejando otros océanos sin vigilancia. El Ejército de Tierra es el más preocupado de todos. Sus tropas están ya extendidas por todo el orbe en diversos compromisos sin plazo determinado, y después de la guerra podría hacer falta la permanencia de hasta dos divisiones para ayudar a reconstruir el país.
Esta clase de objeciones explican por qué el partido de la guerra está buscando una estrategia demoledora -un afortunado primer ataque contra Sadam, por ejemplo, o un golpe de Estado fabricado para los disidentes iraquíes- que evitase el despliegue de cientos de miles de soldados y tanques. Pero casi ningún militar cree que esos planes ideales funcionen. Un funcionario de defensa lo explica de esta forma: 'No hay nadie en la Junta de Jefes de Estado Mayor que no desee que Sadam se hubiese ido ya. Pero no importa cuánto desees dar un golpe definitivo, necesitas un plan B. Y todos los planes B son planes de guerra convencionales. Y eso significa más tiempo, más dinero, más rearme y menos sorpresa'.
Sorprendentemente, ni Bush ni Condoleezza Rice, su asesora de seguridad nacional, parecen capaces de poner fin al juego de discutir los planes de guerra en público. Quizá se deba a que las filtraciones son obra de oficiales de rango medio e inferior que, como explica uno de los asesores de Bush, 'se sienten apartados de la acción'. Lo más probable es que la Casa Blanca haya subestimado el calado de la oposición a su fijación con Irak. Aunque sólo sea eso, es posible que Bush y Rice piensen que el torrente de planes de guerra ayudan a asustar a Sadam y hacer que agache la cabeza.
Puede ser, pero las señales de guerra también inquietan a los ciudadanos de EE UU y de otros países que no comparten la obsesión de Bush por Bagdad. Eso explica en parte por qué, aun cuando el presidente insiste en que no ha tomado decisiones sobre Irak, otros se están lanzando al debate. El demócrata de Delaware Joseph Biden organizó dos días de sesiones la semana pasada en la Comisión de Relaciones Internacionales del Senado en busca de respuestas sobre la urgencia de la amenaza iraquí y qué tipo de acción hace falta. Biden es moderadamente agresivo en esta cuestión y le ha señalado a Bush que le respaldará contra Sadam si las condiciones son las adecuadas. El senador quiere asegurarse de que Bush consulta con el Congreso y obtiene una autorización formal antes de que los aviones truenen, como hizo Bush padre en la primera guerra del Golfo.
Los demócratas esperan que, como mínimo, el debate retrase el calendario para la guerra y, si el Congreso decide enviar a los Marines, se asegure de que el público está de su parte. Pero las sesiones de Biden sirvieron también a un propósito político partidista: dieron a todos los bandos la oportunidad de juzgar la postura del republicano de Washington que todavía puede parar un tren de carga de política exterior. Richard Lugar, senador por Indiana desde hace cinco legislaturas, es la voz clave del Partido Republicano en el Senado sobre asuntos exteriores; hacia donde él va, se inclina normalmente la balanza del Senado. Lugar defiende desde hace tiempo el derrocamiento de Sadam, pero las preguntas que planteó la semana pasada dan a entender que ahora teme, como en su momento el padre de Bush, que derribar a Sadam provoque todavía más inestabilidad en la región. 'Lo que me preocupa a la larga', dijo Lugar, 'no es que Sadam caiga, sino... que no haya gente en Irak preparada para la democracia tal y como nosotros la entendemos. Hay, de hecho, insinuaciones de que la democracia liberal podría llevar incluso a que surgiesen más terroristas'.
La promesa de Bush
Las dudas de Lugar, aun cuando posteriormente se disipen, señalaban que en general los republicanos no están dispuestos a empezar a cantar el Over There. 'Se ha producido un cambio en la temperatura ambiente del partido', ha dicho un antiguo asesor de política exterior de Bush. 'Bush quizá no lo perciba estratégicamente, pero lo percibe políticamente'.
Así que, por ahora, se siguen haciendo planes. Se espera que el jefe del mando central, Tommy Franks, que se ha reunido con Bush más de 12 veces este año, se vuelva a reunir con él esta semana en Washington. Un alto funcionario de Defensa reveló a Time la semana pasada que ninguna de las múltiples hipótesis filtradas a la prensa se parecerá al plan que se presente a Bush. 'La gente no quiere aceptarlo, pero todo será diferente. No será como Afganistán, y no será como el golfo Pérsico'.
Pero el senador demócrata por Rhode Island Jack Reed, licenciado de West Point con 14 años en el servicio activo, dijo que la 'tensión palpable' entre los dos bandos crece, no disminuye. 'Todo el tiempo ha habido en el Gobierno esta división entre quienes opinan que hay que solucionar el tema de Irak, independientemente de los costes, y los que preguntan cuáles son esos costes. Es casi esquizofrénico, y Bush está atrapado en el medio'.
Pero no dejen fuera a Bush. La primera vez que instó a un 'cambio de régimen' en Irak fue en la campaña de 2000. La semana pasada no se apartó visiblemente de ese objetivo: es una de esas promesas que resulta más difícil incumplir cada vez que se repite. Pero con tantas estrellas en movimiento, a Bush no le queda más elección que parar la marcha y empezar a organizar la coalición contra Sadam, antes que nada dentro de su Administración.
© Time
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