'La notaría es uno de los primeros lugares para el inmigrante y donde se siente más cómodo'
El benisero Joaquín Borrell (1956) es notario del Valencia CF y entró en el mundo literario con la novela El caballo verde (1983), reeditada recientemente por la editorial Bullent en valenciano. Con unas cuantas novelas en el mercado y otras tantas en marcha, el notario-escritor escarba en legajos y archivos en los ratos libres en busca de material para sus ficciones.
P. ¿Todavía conserva su bicicleta Andrómeda con la que iba al Colegio del Pilar?
R. Sí. ¿Cómo lo sabe? Andrómeda está en buenísima forma después de 30 años. Con ella exploré los valles de la Marina de El caballo verde.
P. Siente una pulsión por el pasado en sus novelas, que a la vez abordan temas actuales.
R. Mirar antecedentes y adentrarse en un archivo es muy bonito. Con El escribano del secreto, me introduje en los legajos de la Inquisición de Cuenca, que son una gozada. Es como un viaje en un túnel del tiempo, que en lugar de desplazarte a sitios exóticos, te trasporta a tu tierra en siglos exóticos.
P. El oficio de notario está vinculado al de escritor.
R. El de escritor requiere menos papeleos para empezar, lo que pasa es que tienes que formarlo hasta alcanzar un nivel decoroso. Tal y como está el mercado en España, quitando cuatro o cinco figuras que a veces son más mediáticas que literarias, tiene que ser bastante agobiante depender de que te salga bien la novela para seguir adelante.
P. ¿Por qué la traducción de El caballo verde 20 años después?
R. La versión castellana, salvando algunas faltas de primera novela, la sintieron como cosa muy propia en la comarca. Quizá porque era parte del pasado que el público tenía ganas de ver como historia tangible. Editoriales de la comarca han insistido en volverla a sacar, remozarla y aligerarla.
P. ¿Fue difícil asomarse al siglo XVII?
R. Lleva su tiempo, pero los valles del interior donde fue el asedio de los celtios y la rebelión de los moriscos conservan la toponimia, y el ambiente te lo imaginas a través de las crónicas de Escolano y Diago, que son casi crónicas periodísticas en directo. Además de las leyendas que circulan por ahí. Te entran ganas de leer papeles para saber cómo fue.
P. ¿Qué le sorprendió de la expulsión de los moriscos?
R. El que fuera un ensayo de administración moderna para pillar a los moriscos desprevenidos y desplazar a 90.000 personas. Además, la sociedad de aquel momento era muy violenta y lo aprecias en las partidas de defunción del archivo parroquial, donde especifica 'muerto por sus enemigos'. Las críticas de aquel momento definieron la novela como el Far West valenciano.
P. ¿Y para cuándo ficciones de nuestro tiempo?
R. Me gusta más la novela histórica porque es una manera de viajar a un mundo diferente. Y en cierto modo los moriscos expulsados entonces eran un supuesto de inmigración masiva actual. Se encontraban en África como muchos africanos hoy en España: desplazados de repente. Hay una cierta deformación cuando se cree que los moriscos eran árabes, eran valencianos de religión musulmana. De las novelas que preparo ahora la más actual es Las hijas de la sal, que ocurre en 1943 y aborda la posguerra en un pueblo parecido a Calpe.
P. ¿Puede contribuir como notario a la integración jurídica del inmigrante?
R. La notaría es uno de los sitios donde los inmigrantes toman el primer contacto con la realidad española y donde se sienten cómodos. Para que el emigrante con papeles se traiga a su familia, el notario visita el piso evitando que se hacinen demasiados o que una mafia organice una concentración en malas condiciones. Los sin papeles pasan para hacer los poderes al abogado y para recurrir la orden de expulsión. Otro tipo de intervención frecuente es el requerimiento a su embajada cuando no quieren regularizar sus papeles.
P. ¿El flujo de emigrantes-clientes ha variado mucho?
R. Por mi notaría pasarán 25 al mes, hace 20 años ni uno. Dentro de 15 tendremos una sociedad distinta.
P. Lleva casi 10 años trabajando como notario del Valencia CF y también recrea su pasado en El diccionario del Valencia: Todos los hombres del murciélago.
R. Me gusta el fútbol de jugadores campechanos. El capitán del Valencia de los años 40, Juan Ramón, tenía su bar en la Gran Vía Germanías y servía bocadillos y cortados.
P. De usted dependieron los 11.000 socios que presenciaron la final de la Champions en 2001.
R. Eso fue una peripecia. Me propusieron hacer el acta de sorteo y pensaba que iba a ser una cosa privada, pero irrumpieron aquí un montón de periodistas que nos pillaron con un bingo de juguete. Quedó la cosa más graciosa que dramática.
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