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Columna
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Marilyn

Algo funciona mal después de millones y millones de años de la Creación, aquella auténtica chapuza elaborada con crueldad y desprecio de sexo, para que los mitos sigan siendo necesarios y ya no se autojustifiquen por la Gran Ignorancia Original. Al contrario, los mitos contemporáneos se basan en la lucidez del mitómano escultor de ansiedades, y ahí está el de Marilyn Monroe conmemorado cuarenta años después de su muerte, defunción censada, con día y hora, a diferencia de la de Eurídice o la de Cloe, mitos previos al tiempo histórico y no digamos ya al informativo.

Sabemos la cantidad de felatios que le costó a la Monroe llegar de la nada a la autodestrucción, felatios cada vez más significantes, porque marcaban la escalera de ascensión por la industria de Hollywood primero y luego por las escaleras del poder simbólico que conducían a las habitaciones de los Kennedy. Qué o cuántos Kennedy no importa. Tal vez a esa dura mecánica psicosomática se debiera la arquitectura final del prodigio, la encarnación de la caricatura de la vamp hasta revelar sus contornos sinuosos de perdedora, porque está escrito que la curva no es la línea más corta entre dos puntos. En su última película, dirigida por Huston, Marilyn se dedica a salvar caballos de una caza que los conduce al matadero y a las latas de carne en conserva para perros con collar, a partir del mismo impulso que llevó a Maiakovski a darle a su perro parte de la carne de racionamiento que le tocaba en tiempos de difícil construcción soviética. Cuando salvamos a un caballo o damos de comer a un perro corregimos los excesos de una Creación que condena a que todo lo vivo se coma a la otredad como única forma de supervivencia.

En cambio, los mitos alimentan como referentes lingüísticos incruentos y consoladores, porque están hechos a la medida de todas las escaseces, y Marilyn pasó por nuestra conciencia como una virgen cuyos pecados eran sarcasmos y tan inocente que no te explicas por qué Joseph Cotten la considera una serpiente putón, que no pitón, y la quiere arrojar por las cataratas del Niágara. Por suerte, el mito subió a los cielos hace cuarenta años; de lo contrario, habría acabado haciendo el papel de abuela de Pitt, de suegra de Richard Gere o incluso de Michael Douglas.

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