"Mi mayor mecenazgo ha sido la fuerza del trabajo"
Paloma O'Shea (1936) es la fundadora del Concurso Internacional de Piano de Santander. Los preámbulos de la entrevista con Paloma O'Shea, en el Palacio de Festivales de Santander, están marcados por una llamativa exhibición de sencillez donde sobresale el tuteo que utilizan con ella sus muy jóvenes colaboradoras, el largo viaje en busca de un rinconcito para hablar, dado que Paloma -así la llaman- no dispone de despacho propio, o su interés en presentarse como una simple gestora del talento y del dinero de otros. La grata cordialidad con la que informa de todo ello añade un factor de convicción nada desdeñable sobre su real situación en el mundo.
Pregunta. ¿Y a usted qué le da la música?
'El disco es el mal de muchos artistas jóvenes. Aprenden con ellos. Creen que la música es una mera reproducción'
Respuesta. Bueno, es mi vida.
P. La música en sí misma, digo, no el mundo de la música. Escucharla, interpretarla.
R. Escucharla me tranquiliza. Yo aconsejo a cualquiera que en medio de un momento malo se meta en una música que valga la pena. Es un remedio. Me apena que la gente no lo conozca. Y que en España todavía se haga poco por conocerlo. Demasiado deporte. Los niños hacen deporte a todas horas y desde cualquier edad. Es una exageración. Podrían dedicar un poco más de tiempo a la música
P. ¿Toca?
R. Para mí. Ya sólo toco para mí. No me gusta ofrecerles a nadie algo mal hecho. El piano exige una rendición sin condiciones. Toco para que no se atrofien mis dedos. Un poco como una nostalgia.
P. ¿Por qué lo dejó?
R. Tuve seis hijos. Hay que elegir en la vida. Y tampoco iba a ser buena.
P. ¿Cómo había empezado?
R. Un verano vino una mujer a cuidarme. Yo tenía cinco años. Ella era profesora de piano, pero nadie de la familia lo sabía. Empezó a enseñarme. Llegué a ser premio fin de carrera del Conservatorio de Bilbao. La profesora fue la primera persona muerta que vi en mi vida.
P. Es fácil sacar la conclusión de que su mecenazgo tiene que ver con lo que usted no fue.
R. Bueno. No pude tocar, pero estoy trabajando con la música. Esto son los hechos. Ahora bien, no hay ninguna frustración en ello. En cuanto al mecenazgo... Mi mayor mecenazgo ha sido el trabajo.
P. ¡La fuerza del trabajo!
R. Exactamente. He limpiado pianos. He repartido programas. A veces digo que llevo puesto un piano encima. La primera vez que me di cuenta de que podía con él, me sentí muy bien. En ese momento se consolidó el concurso.
P. Los españoles son blandos para la música. Se lo escuché decir una vez. ¿Qué quería decir?
R. Mire: los últimos alumnos en abandonar las cabinas de ensayo en las escuelas de música no son nunca españoles. Son chicos o chicas que han nacido en países más duros. Duros por el clima, duros por la exigencia de la tradición cultural, duros por la disciplina de su sistema educativo general. Mire: el arte sale de la adversidad
P. ¡Vaya!
R. ¿Por qué se sorprende?
P. ¿Qué hace usted entonces, reblandeciendo a los presuntos genios?
R. Ja, ja. Una cosa es la adversidad y otra la imposibilidad. El arte sale de la adversidad y de una cultura determinada. Por mucho talento que se tenga, por mucho sacrificio que uno haga, sin esa cultura no hay artista, no hay la posibilidad de un gran artista.
P. ¿Ése ha sido su trabajo principal?
R. Mi trabajo principal ha sido contribuir a que se desarrollara una formación y una cultura musical en España. Que pudiéramos demostrarnos que los españoles no somos más tontos que los demás. Y cuando digo cultura musical, me refiero a la cultura de los músicos. Una cultura que ha de ser amplia, profunda y no aislada sólo en la música. Por cierto, ¿sabe usted que muy pocos músicos asisten a los conciertos de sus colegas?
P. ¿Por el contagio?
R. ¡Ah, si fuera por esto! Puro desinterés. Están obsesionados con su instrumento. Encerrados en él. Y así no se puede ser grande. Así se puede alcanzar una técnica muy perfeccionada. Así sólo se aprende a correr mucho. ¡Tantos músicos de hoy han equivocado la carrera y estarían tanto mejor de atletas!
P. Veo que no aprecia demasiado el deporte. Aunque usted patrocina un concurso y esto siempre tiene un sesgo deportivo.
R. Le reconozco que no es el ideal, pero no se ha encontrado una promoción mejor. Ahora bien: no se trata de una competición atlética, donde se premie la técnica. Nunca hubo más técnica en la música que en nuestra época. Pero la técnica no garantiza que aparezca un Nikita Magaloff o un Rubinstein. El concurso busca que se manifiesten algunas de las virtudes que hacen genios a los genios, y que poco tienen que ver con la velocidad.
P. ¿Qué ha aportado el disco al arte?
R. Confusión. El disco es el mal de muchos artistas jóvenes. Aprenden con ellos. Creen que la música es una mera reproducción de algo que está ahí fuera, sonando. No. La música es una lectura. Un texto. Tú estás leyendo y te vas preguntando qué hay al otro lado del espejo, qué hay detrás de las notas, exactamente igual que te preguntas qué hay detrás de las palabras. Te preguntas qué es lo que quería el compositor al plantear ese determinado orden de las cosas. Y si estás atento, y eres sensible, y trabajas, lo acabas sabiéndolo y expresándolo.
P. ¿El mecenas qué espera a cambio de serlo?
R. Me gusta la palabra mecenas, aunque yo no lo sea...
P. Creo que ésa es de las principales condiciones de un mecenas: no reconocerse.
R. Lo digo en serio. Lo que yo hago es buscar mecenas. Le decía que me gustaba la palabra y que, sin duda, la prefiero a espónsor.
P. Yo le preguntaba qué espera un mecenas a cambio.
R. Es verdad que algo se espera a cambio. Todo va bien cuando eso se reconoce. Yo lo tengo clarísimo: cuando un señor o una empresa ponen un dinero a tu disposición, hay que ofrecerle contrapartidas.
P. Y entonces, ¿dónde está la... Gracia?
R. En lo que acepta. Cualquiera estaría dispuesto a aceptar demasiadas contrapartidas: el mecenas, no.
CIEN PIANOS EN SANTANDER
Un tatarabuelo de Paloma O'Shea llegó a España, enviado desde su Irlanda natal por algún asunto militar o diplomático, y acabó quedándose. Tanto y tan intensamente se quedó que entre sus negocios cabe citar el germen de lo que acabaría siendo Banesto, hoy dirigido, redondeando el destino, por su chozna Ana Patricia Botín. Éste es el preámbulo español de un apellido vinculado al dinero y a la música -todo suena bien- desde hace 30 años, cuando la señora O'Shea puso en marcha el Concurso Internacional de Piano de Santander, la iniciativa fundacional de un sólido y brillante mecenazgo que incluyó luego la Escuela de Música Reina Sofía y la Fundación Isaac Albéniz, dedicada a la gestión de proyectos musicales.
Un mecenazgo nacido, seguramente, de la interrupción por imperativo familiar de una seria carrera de intérprete y de la tradicional desolación de la enseñanza musical española, donde la milagrosa excepción de unos pocos compositores e intérpretes aún hacía el paraje más doloroso.
La señora Paloma O'Shea suele definirse, sin temer al oxímoron, como integrante de una 'aristocracia trabajadora', lo que, en su caso, ha significado el levantamiento a pulso de un concurso al que determinados augures provinciales no daban mayor solvencia que la del capricho.
Que se trataba de algo más que un capricho se supo muy pronto. Quizá el primero en saberlo fuese el comerciante en instrumentos musicales que, después de 1972, la paró por la calle para anunciarle que la venta anual de pianos en la ciudad había aumentado, exactamente, en cien unidades.
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