Confianza ciega
Omar nos ha asegurado que, por un efecto supercientífico de la luz, cuando vivía en Guinea y le daba el sol, se volvía rubio. Pero Omar no quiere hablar de Guinea. Cuando le preguntas algo del país donde nació hace 11 años, se hace el loco. A Omar lo que de verdad le gusta en este mundo es Móstoles. El día que llegó a casa le preguntamos: '¿Qué, Omar, te gusta el campo?', y él nos contestó: 'No me molesta, pero donde se ponga Móstoles...'. A los diez minutos ya parecía que le conocíamos de siempre, porque no para de hablar. Omar se puso el bañador y se bañó con las niñas; nos gritaba desde la piscina: 'Decidme la verdad, ¿a que parecemos tres concursantes de Confianza ciega?'. A las dos horas de estar con él, mi santo y yo sentimos una cosa muy rara: Omar nos quiere más que nuestros propios hijos. Él nos confiesa que ha salido a nosotros y que quiere ser escritor. Me pide un rato el ordenador porque dice que le ha venido una inspiración muy gorda y escribe con un dedo el cuento La maldición del lobo, y le pregunta a mi santo cómo sería en inglés. Mi santo le dice: 'The curse of the wolf'. Omar reflexiona: 'Habrá que cambiarlo, ese título en América no vende'. Sin haber salido de Móstoles desde que llegó de Guinea, Omar sabe lo que vende y lo que no vende. Por ejemplo, ve que mi santo escribe su diario y dice: '¡Este diario puede alcanzar un precio incalculable en el mercado!'. Luego le pregunta si sale él, y mi santo le dice que en la última página, y se lo enseña para que Omar le crea.
Omar firma su cuento así: 'Omar Arias, vuestro escritor', porque dice que igual los lectores se ríen de sus apellidos. Nos confiesa que se llama Omar Toorky Ndivo, pero lo de Omar Arias dice que vende más. Y se inventa una futura página web: www.omararias.com. Mi santo se tumba con él en el sofá a ver El planeta de los simios 2. Después de la película hacen un coloquio como los de Garci, pero en interesante. A Omar eso de que los monos al final ganen le parece indignante; mi santo intenta convencerlo de que es un final abierto, pero Omar dice que el mal cuerpo sólo se le pasará con una tercera parte que acabe como tienen que acabar las películas: bien.
Después de merendar pan con jamoncete ('lo mejor del campo es el jamoncete'), se mete en la piscina a jugar un rato a Los vigilantes de la playa. Se va por lo hondo y, como no ha avisado de que no sabe nadar, lo descubrimos braceando desesperadamente y lo sacamos en brazos. A partir de ese momento dice cada dos por tres: '¿Os acordáis cuando me ahogué?'. Lo que más le gusta a Omar es estar con mi santo. Y a mi santo con él, porque puede contarle boberías que a nuestros mastuerzos ya no les hacen gracia. Por ejemplo, mi santo se inventa un lema secreto: '¡Thermomix, un nuevo amanecer!', y los dos levantan el puño como si fueran superhéroes. Mi santo escucha a Mozart y Omar le dice: 'A mí también me gusta lo clásico, lo clásico y Rosariyo'. Después de cenar, mi santo, sorprendentemente, abandona a Hitler y a Stalin y charla con Omar. Soy celosa y miserable, pienso: '¿Qué tiene Omar que no tenga yo?'. Omar le pregunta muy serio a mi santo qué es lo que más le gusta en la vida y qué menos. Mi santo le dice: 'Lo que más, mi manzano; lo que menos, que mis amigos se me beban mi whisky de malta'. Omar dice que lo que más le gusta es el olor de los lápices en septiembre, y lo que menos, cómo le miran algunas personas. De pronto se pone trágico: 'Me acuerdo de cuando me ahogué y me da mal rollo'. A la mañana siguiente mi santo le compra unos manguitos. Omar desayuna cola cao y jamoncete con los manguitos puestos. Dice que ya no se los va a quitar ni para mear, por si las moscas. Nunca pensé que Manolito Gafotas sería negro.
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