Los expulsados
Una de las visiones cinematográficas y fabulosas que más me aterraba en mi niñez era la tabla al vacío, sobre el océano, a bordo de un barco: un condenado con venda en los ojos, maniatado, avanzando a ciegas por el trampolín que conducía irremediablemente al mar pirata. Era el pánico al agua, a la muerte en el agua, a la asfixia. La información de Cándido Romaguera y Tomás Bárbulo en este periódico habla de viajeros obligados a punta de cuchillo a saltar de una barca, a 150 metros de la playa, en Barranco Hondo, nombre siniestro, aunque pertenezca a Tarifa, zona de turistas y surfistas. No sabían nadar los viajeros, se iban directamente al fondo (tres metros de profundidad), y eran las siete de la mañana: 13 ahogados más en el viaje africano por el Estrecho.
El precio del viaje se lo han dicho al juez siete mujeres supervivientes: 1.200 euros, en dólares. Leo las ofertas de viajes que salen estos días: viajes a Malta por 159 euros, ir y volver; a San Petersburgo: 359 euros, ir y volver; a Venecia: 99 euros. Siempre en avión, y no creo que abran la puerta y me inviten a saltar con un cuchillo. El ministro del Interior habla de 'mafias criminales que trafican con seres humanos'. Pero no habría mafia si no hubiera vida mala (de baja calidad, quiero decir): la vida expulsa a estos viajeros de África, y me figuro que toda la familia ahorrará para mandar al más valiente a la aventura. Que mande dinero a casa, que los saque de casa y los lance a la vida europea. Carlos Fuentes vio a un argelino en París con una pancarta, manifestante solitario:-Estamos aquí porque vosotros estuvisteis allí.
Deben controlar las fronteras, Marruecos y España (estoy de acuerdo con el Defensor del Pueblo y el consejero de Gobernación andaluces: es urgente que Marruecos y España hablen de esto, lo primero es esto). Pero la desesperación es incontrolable por definición (si fuera controlable no sería exactamente desesperación) y, si persisten las condiciones de ahora mismo (parece que no persistirán: están empeorando), la desesperación crecerá, es decir, crecerán las masas africanas viajeras, las agencias de viajes ilegales y criminales, los procedimientos para burlar o comprar a los controladores.
La experiencia española en emigración es una historia triste. Los emigrantes españoles también fueron expulsados por la vida pobre, como los irlandeses y los judíos centroeuropeos. Nuestros antepasados huían de la vida imposible, a América, adonde fuera: a Alemania, en los años sesenta, cuando el trabajo de los emigrantes era principal fuente de ingresos del régimen de Franco, turismo y emigración como motores del desarrollo económico, el viaje como negocio absoluto. Ahora vuelven a Nerja los hijos de los que emigraron en 1950 a Argentina, y algunos los quisieran volver a expulsar otra vez. Nadie quiere recordar la experiencia española en asuntos de emigración porque la experiencia española es despiadada hacia los propios españoles (esto no es excepcional: es común, europeo, quiero decir; España no es diferente). También los españoles fueron expulsados de su propia tierra, hacia América o Europa, hacia África, hacia Argelia y Marruecos.
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