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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más metástasis

La quiebra de la telefónica estadounidense WorldCom reúne todos los ingredientes que explican la profunda crisis de confianza de inversores y accionistas hacia la gestión empresarial, cuya consecuencia principal es el estado de hundimiento permanente de los mercados, desde Wall Street hasta Tokio, con depresiones de mayor o menor profundidad en todas las bolsas europeas. En la crisis de WorldCom aparecen varios ingredientes: una contabilidad creativa que distorsiona los resultados (con un enmascaramiento de gastos por importe de 3.800 millones de dólares), inversiones fabulosas para cubrir una demanda telefónica y de Internet que se ha revelado inexistente, una deuda de 30.000 millones de dólares originada por esa mala elección de las inversiones y unos ejecutivos que manipularon o silenciaron las cuentas. Desde el momento en que se hizo pública la falsedad de las cuentas de la empresa, los acreedores empezaron a presionar para recuperar su dinero y los accionistas a vender sus títulos. El resultado es la quiebra de la compañía y un nuevo argumento para la volatilidad salvaje de los mercados.

El recelo de los inversores persistirá al menos hasta el 14 de agosto, fecha en la que vence el plazo para que las empresas ratifiquen en EE UU la veracidad de sus cuentas actuales. Durante más de un lustro, muchas empresas de la llamada nueva economía fabricaron su propia realidad financiera, que incluía el desprecio a los dividendos, la mitificación de las inversiones y la despreocupación por un endeudamiento megalómano. Ni la SEC (el regulador del mercado) ni otras autoridades económicas estadounidenses pusieron la menor objeción a la escalada de inventos y falacias contables que hoy se reconocen como causas ciertas de la profunda depresión de los mercados.

Tampoco puede decirse que la Administración genere confianza. Sobre Bush pesan sospechas de haberse beneficiado de información privilegiada en sus tiempos de empresario. El vicepresidente Cheney aparece implicado en una empresa acusada también de haber aplicado excesiva creatividad a sus cuentas; y Harvey Pitt, presidente actual de la SEC, defendió durante años, cuando era un destacado abogado neoyorquino, a las compañías auditoras frente a los intentos de su predecesor en la SEC por introducir mayor rigor en los informes. No es de extrañar que los inversores tampoco se fíen de los encargados de curar la depresión.

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