Ladrones
Nacen en familias de orden y de fe que habitan casas exentas, de césped bien cortado, donde aprenden, desde niños, a cuidar con obcecación la hierba. Aceptan el catecismo de los calvinistas sin objetar una coma y tratan con displicencia a sus criadas hondureñas y a su jardinero de Belize. Tienen parientes que son alguien en las fábricas de coches, y en los días de rigor cantan los bellos himnos a la bandera, la ética y la patria. Estudian en colegios caros, se casan con chicas de bien, de las que lloran como actrices de Hollywood, y se apuntan a la asociación nacional del rifle. Cuando vienen de hacer prácticas de tiro fecundan a sus esposas para que vayan brotando los hijos que habrán de proyectar el patrimonio y también el orgullo de ser de no sé qué lugar, de no se qué linaje. Son socios de clubes muy elitistas y frondosos, hacen deporte los domingos y entregan cincuenta horas a la semana a la victoria y a la coba en el seno de la gran vida empresarial y financiera. Desayunos de trabajo, almuerzos de gestión y servicios especiales en los hoteles de cinco estrellas con motivo de los grandes viajes transoceánicos para otear nuestras oficinas y ventas en Berlín, en Milán, tal vez en Filipinas. ¿Tu sabes el calor que hace en Manila?
Son el ejemplo de todos los muchachos avezados de Occidente, incluso de Oriente. Los héroes de los economistas malayos; de los intermediarios polacos; de los jóvenes más viajados de las camarillas alauitas; de los estudiantes más obedientes de España y de México. Son el modelo de las escuelas de negocios, de las altas academias de la fiducia, de los centros de estudio de las corporaciones de la usura. Son los ingenieros de la finanza y los filósofos de la plusvalía.
Pero luego va y resulta que también son unos ladrones muy peligrosos. Unos hombres fatales que roban a sus empresas y a sus accionistas. Delincuentes que amañan con los contables de las adustas firmas auditoras las trampas que dejarán en la calle a decenas de miles de trabajadores. Son, por ejemplo, los ejecutivos de la World Com, que ayer quebró, inmenso cadáver telefónico, tendido en la ciénaga de las stock options.
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