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Reportaje:

De Priego a Pekín

Dos cordobeses recorren el mundo difundiendo la música española

Si hace unos años alguien se hubiese acercado a Antonio López y a Carmen Serrano, dos músicos naturales de Priego de Córdoba, una tranquila localidad serrana de unos 20.000 habitantes, y les hubiese dicho que iban a recorrer los lugares más inverosímiles del planeta, de Bangkok a Montevideo, dando conciertos en representación de la cultura española, ellos se hubiesen reído y le habrían dado unas palmaditas conciliadoras en la espalda. Pero ahora acaban de volver de una gira por Perú y Ecuador, tienen compromisos en Turquía y Australia para el otoño, y si se paran a sumar los países a los que han viajado en los últimos tiempos, el resultado es muy abultado. Lo que parecía fantasía es pura realidad.

Esto se explica gracias a una mezcla de talento, constancia y espíritu viajero. Antonio López, pianista, y Carmen Serrano, soprano, se han especializado en interpretar piezas de compositores españoles como Falla, Turina o García Lorca. Se conocen desde chicos: trabajan (mucho) juntos desde 1987. Su primer concierto en el extranjero lo dieron en Milán, en el Instituto Cervantes, en 1997. Y ya no pararon. Han actuado en tres continentes, en las sedes del Cervantes, pero también en embajadas, asociaciones culturales, teatros, estudios de radio y de televisión; a estas alturas les ha pasado de todo.

En Damasco, por ejemplo, tenían reservada la sala donde iban a dar su concierto con tres meses de antelación. 'Pero cuando llegamos', cuenta Antonio, 'había un grupo de teatro vanguardista ensayando: todo estaba lleno de rollos de papel higiénico, y sobre el escenario había dos columpios'. Se quedaron allí con la boca abierta hasta que los actores les dijeron que hicieran el favor de irse, que estaban trabajando. 'Les explicamos como pudimos que la sala estaba reservada para nosotros, pero no hubo manera, y cuando hablamos con el director del teatro, nos dijo que había sido un malentendido, que volviésemos más tarde'. Cuando regresaron todo seguía ocupado por montañas de papel higiénico, columpios y actores vanguardistas. Acabaron actuando con un columpio en el escenario, junto al piano, y con una tela negra que tapaba apenas el papel higiénico.

En Manila les pilló un tifón. 'Las calles eran ríos', cuenta Carmen. 'Cada rato el chófer abría la puerta del coche, miraba el nivel del agua, se agobiaba y se agarraba a un rosario que llevaba colgando del retrovisor'. Necesitaron ocho horas para avanzar 80 kilómetros; pensaron que no llegaban nunca. El mismo pensamiento que les asaltó en un vuelo Panamá-Cuba, porque en un segundo el avión dio un brusco bajón que dejó a las azafatas y a las bandejas de comida literalmente pegadas al techo. 'Cuando cayeron sobre el pasillo, oímos como una de las azafatas decía a su compañera: 'Llevo 14 años volando y nunca he visto una cosa semejante'. No nos animó mucho, la verdad', admite Antonio.

Aplausos nipones sincronizados

En Japón, los asistentes a los conciertos se comportan con gran disciplina. Aplauden sincronizadamente, todos a la vez. Y cuando terminan de dar palmas, se turnan para gritar 'bravos' apasionados. 'Al principio no entendía lo que decían y pensé que les pasaba algo, que había algún problema en la sala', recuerda Carmen Serrano, muerta de risa. Pero no; era puro entusiasmo nipón. 'En China todo es enorme', relata Antonio. 'Actuamos en un auditorio, dentro de la Ciudad Prohibida, que tenía 5.000 localidades'. 'Yo no sabía si nos iban a entender, en un contexto cultural tan diferente', dice pensativa Carmen. Sí que les entendieron, y además se preocuparon mucho por agasajarlos: se documentaron sobre los hábitos y preferencias de los occidentales y les dejaron en el camerino una bandeja monumental de fruta, un tarro de Nescafé y una botella de gaseosa. 'Los orientales son públicos muy cálidos, pero quizá los más expresivos son los centroeuropeos, los húngaros, los checos, los eslovacos', opinan. 'Y los latinoamericanos también'. En su reciente viaje a Lima (donde además de dar un concierto hicieron radio y televisión e impartieron clases de música española), la gente les paraba por la calle. Aprovecharon la ocasión, además, para comprar discos, contactar con músicos peruanos y conocer sus tradiciones. 'Así incorporamos cosas nuevas a nuestro repertorio', explican Carmen y Antonio. Cada uno tiene su propio álbum, en el que no sólo guardan recortes de prensa de periódicos lejanos, sino programas de conciertos en todos los alfabetos e idiomas posibles, en chino, árabe, ruso, japonés, sueco, danés... Si echan cuentas, resulta que Antonio, que es el director del Conservatorio de su localidad natal, pasa más tiempo en casa que en el extranjero, mientras Carmen, que además canta ópera y zarzuela, vive más fuera de España que dentro. 'Cada ópera significa un mínimo de un mes fuera', calcula. ¿Y cómo se acostumbra uno a tanto cambio, cómo pasa de Washington a Priego de Córdoba sin traumatismos? 'Es cuestión de agilidad mental', indica Antonio, 'de adaptarse a la realidad'. Carmen confiesa: 'Yo suelo tener muchas ganas de volver a casa'.

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