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Columna
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Distancia

Hay miradores desde los que se ve el otro lado del mundo. Los viajeros que pasan por Tarifa y se paran en el Mirador del Estrecho rozan con los ojos, casi con la yema de los dedos, el otro lado del mundo. La carretera que une Málaga con Cádiz es una de las más emocionantes de España, y no me refiero ahora a los camiones, las caravanas, los adelantamientos peligrosos y las curvas que durante tantos años han caracterizado el tráfico de Andalucía, un romanticismo aventurero con olor a gasolina. Hablo de lo que puede verse, de las distancias que salen de las películas y los libros, de los otros mundos que dejan las elaboraciones de la fantasía y se ponen delante de los ojos. La primera vez que fui a Cádiz, en un coche cargado de canciones familiares y de hermanos con ganas de vomitar, me impresionó mucho pasar justo al lado del Imperio Británico, rozar el Peñón de Gibraltar, una roca en la que cabían todos los hindúes, los tigres y los soldados de su Majestad la Reina que yo había conocido en los cines y en las novelas de Kipling. Pero me impresionó mucho más ver África, allí, tan cerca como una ciudad de provincias contemplada desde la torre de su catedral. ¿Eso es Marruecos?, pregunté al ver los montes y los pueblos que se levantaban al otro lado del Estrecho, como si estuvieran en la otra orilla de un río o al fondo de un lago. Y era Marruecos, África, el lugar de los safaris y las leyendas peligrosas, una lejanía insalvable situada a la vuelta de la esquina, en el mismo barrio, casi en la misma calle. Nunca he visto que una distancia quede tan cerca de mis ojos.

La verdad es que miento, porque poco después leí a Freud y me acostumbré a darle la vuelta a mis ojos para contemplar el interior de mi cabeza. Y en ese mirador de la cabeza humana sí que se ve el otro lado del mundo, porque en un centímetro caben las selvas, las fronteras, los países, los continentes y el infinito, con todos sus habitantes, sus fieras, sus religiones, sus tratados internacionales y sus muertos de hambre. Hay reyes dictatoriales y caprichosos que viven en el mundo de Las mil y una noches, y políticos demócratas que han elaborado el imperio de las leyes y la libertad de acuerdo con sus intereses económicos. Y nada de eso podemos comprenderlo al mirar la geografía, porque las distancias siempre nos rozan la yema de los dedos. Marruecos está ahí, cruzando la calle, a la altura de la tienda donde pedimos el perejil que nos falta, del merendero al que vamos a comer los domingos. Hay mil argumentos, mil excusas, mil verdades, mil discusiones, pero la realidad es que, para sentirnos nosotros mismos, hemos convertido nuestras cabezas en el camarote de los hermanos Marx. Y a ver quién es el valiente que le lleva la contraria a una población tan íntima, tan arraigada. En el inconsciente no vive sólo el niño que quiere acostarse con su madre y matar a su padre. Esa es una versión poco civilizada de la tragedia. Freud era un optimista. Quien se mire por dentro verá biblias, y coranes, y dictaduras, y aduaneros, y contables, y directores comerciales, y pateras, y políticos, y carreteras con curvas, y distancias que separan lo que está al lado, y una peña desnuda con una bandera encima.

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