En manos del Potro
-Potro, no me aprietes tanto el gemelo, que me vas a matar.
-Tú déjame a mí, que aquí el especialista soy yo, y relájate ya de una puñetera vez; tú, a tu bicicleta, a tus artículos, a tus teléfonos y a tus comeduras de coco, ¿vale?
-Potro, todavía le doy vueltas a lo del otro día; a mí, que lo viví en directo, me sigue pareciendo increíble.
-Déjate de historias, que podías haberte caído y estar ahora en el hospital, así que de qué te quejas. Ahora te los comes vivos otro día, y ya verás cómo de ésa ni te acuerdas. Ahora, yo sí que me acordaré de la patada que le di a lo primero que pillé en el autobús, y de la cara de tontos que se nos quedó, tenías que habernos visto.
-Pues imagínate la mía, Potro.
-¡Que dejes ya el tema, que te expulso de esta habitación, y te quedas sin masaje!
- Vale, Potro. Oye, que menudo cachondeo hay por ahí montado por un artículo en el que hablaban de las manos milagrosas que masajean al campeón del mundo.
-Sí, no veas tú si las vieran en acción cuando me toca limpiar el gallinero.
-Potro, ¿es verdad esa historia que circula por Internet acerca del origen de tu apodo?
-Vaya banda estáis hechos vosotros dos, tú y el campeón del mundo. A ver cuándo te retiras tú también, y puedo descansar.
-No digas eso, Potro, que París va a ser nuestro.
-Para que sea nuestro tienes que ganar una etapa, y no hacer el circo como el otro día, que vale ya de hacer el mono y a ver si haces las cosas bien alguna vez, que se te acaba el crédito.
-Vale, Potro, no me cuentes tu vida, y vamos a llamar a Óscar para que compre mañana el periódico y darle un poco de envidia, que anda que no se está bien en la camilla del Potro.
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