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Columna
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La imagen del candidato

El candidato del Partido Popular a la Generalitat, Francisco Camps, ya se ha puesto el mono de faena electoral y está en el tajo. No se sabe cómo se las apañará para atender simultáneamente sus obligaciones en la Delegación del Gobierno, pero eso no parece preocupar mucho a sus correligionarios, convencidos acaso de que poco más se puede hacer por la seguridad ciudadana hasta que no se incorporen los centenares de agentes prometidos y se materialice la batería legal anunciada por el presidente Aznar, e incluso llegue un nuevo titular del Palacio del Temple, la sede gubernativa. En todo caso, y en lo que su líder en gestación concierne, lo que comienza a preocupar en el seno pepero valenciano es la imagen del mentado.

Por lo pronto, no les gusta, por considerarlo inapropiado e indebido, el halo piadoso con el que los comentaristas y observadores han troquelado a Camps, por más que no pueda negarse su talante de ex alumno jesuita. Una credencial que lo ubica en una determinada sensibilidad o facción -la cristiana, obviamente- del colectivo conservador. No les gusta que de su candidato emane una impresión de chico pudiente de toda la vida, cuando su origen familiar ha sido modesto y muy laboriosa personalmente su promoción social. Tampoco les agrada el aire atildado que en ocasiones destila, lo cual puede deberse al estilo e inercia establecida por su patrocinador, el hoy ministro Zaplana, por más que quienes bien le conocen aseguran que la predilección por el bien vestir ha sido cultivada en la medida de los posibles desde su más tierna edad.

Por último, y entre otras objeciones menores, constatan que el aspirante no practica un discurso novedoso, ilusionante y movilizador. Más aún, sospechan que únicamente desgrana un mismo discurso para sea cual fuere la circunstancia. Con tan feble dotación retórica no le auguran un gran papel mitinero ni parlamentario. Tanto más, si ha de vérselas, como es imaginable, con unos antagonistas políticos embravecidos y una crítica mediática que a menudo es implacable y no se arredra a la hora de administrar dicterios. ¿Sabrá replicar o aguantar el tipo si le reputan de 'caimán', 'mamporrero', 'especulador' o 'maniquí del Corte Inglés', por citar sólo unas pocas delicadezas aireadas estos días en obsequio del presidente dimisionario?

No nos sorprende que en el entorno del candidato se susciten estas cuestiones y aprensiones, atenuadas, eso sí, por la endeblez dialéctica que se le otorga al principal representante de la oposición, decimos de Joan Ignasi Pla, novicio asimismo en estas lides electorales. No obstante, tiempo tienen uno y otro de enmendarse echando mano de los consabidos asesores de imagen y de todo lo demás. En este apartado, no nos chocaría que el diputado popular Vicente Martínez Pujalte ejerciese su magisterio especializado en dialéctica belicosa y un punto zafia si así conviene. Como tampoco nos vendría de nuevas verificar otros cambios prodigiosos en el todavía prudente y moderadísimo Camps cuando caiga en la cuenta de que la beatitud puede instalarlo en el cielo, pero apartarlo del camino a la Generalitat, que es la gloria temporal y a mano para él y los muchos que con él cabalgan. Atentos, pues, a las novedades en su imagen.

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