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Columna
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Andalucía y Marruecos

La imagen que se repite en mi memoria, con todo este embrollo del islote Perejil, es la de un muchacho marroquí, muy sonriente y servicial, que se ofreció a acompañarnos a un grupo de amigos en una visita a Tetuán, hace unos cuantos años. Aparece incluso en las fotografías que de aquel viaje nos trajimos, incorporado casi como uno más de la expedición. Chapurreaba nuestro guía un español muy utilitario, pero sobre todo se sabía de memoria la composición de nuestros principales equipos de fútbol, algo en lo que competía con otros muchachos de su edad, según íbamos deambulando de un lado para otro. Era algo así como una prueba de capacitación para el oficio. Otras personas nos hicieron alarde de otros saberes cotidianos españoles, a los que no me atrevo a llamar culturales, aunque denotaban una fuerte aproximación a nosotros. Y algo que todavía nos sorprendió más: bastantes nombres de nuestros políticos eran esgrimidos como salvoconducto hacia una suerte de familiaridad española, más bien andaluza. Especialmente mencionaban a Manuel Chaves, y no por casualidad. El presidente andaluz había paseado por las mismas calles que nosotros no hacía mucho, tras visitar una de las restauraciones que acababa de realizar la Consejería de Obras Públicas en la medina de la ciudad.

Desde hace unos diez años funciona un acuerdo de colaboración entre la Junta de Andalucía y Marruecos, de una gran amplitud y generosidad por nuestra parte, en el que se han invertido ya por encima de los mil quinientos millones de pesetas; especialmente significativas son las obras de restauración en el patrimonio arquitectónico, como la medina de Xauen o el mercado de Larache (en ejecución todavía), sin ser las más cuantiosas. Y de un gran alcance es el Centro de Transferencias de Tecnologías del Agua, inaugurado en Tetuán hace unos meses. Ojo con esto. Se trata aquí de capacitar a los municipios (muchos de ellos bastante más progresistas de lo que es la media de la administración marroquí) para el tratamiento y gestión de sus propios recursos, o al menos para poder decidir a la hora de hacer las concesiones a empresas de capital mayoritariamente francés; los inevitables oligopolios franceses en la gestión de aguas, que funcionan en medio mundo, sobre todo el subdesarrollado. Y ya tenemos otra vez aquí a nuestros vecinos pirenaicos. Después de echar a Telefónica de Marruecos, de haberse implantado también en telefonía móvil a través del grupo Vivendi (que incluye una empresa de aguas muy veterana), de estar invirtiendo en plantación de cítricos, sólo faltaba la gestión del agua, absolutamente esencial en estos territorios. Los asesores franceses de Mohamed VI saben mucho de todo esto. Y Chirac, empeñado en reflotar a Vivendi al precio que sea, también. Tal vez ahora empecemos a comprender un poco mejor el veto de Francia, en la reciente cumbre de Sevilla, a sancionar a los países terceros que no colaborasen activamente en el problema de la inmigración. Y debamos empezar a preguntarnos quién habrá puesto el perejil en el anzuelo. No creo que haya sido aquel guía tan simpático de Tetuán.

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