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Columna
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El pirri de Carlos

El dirigente del PP Carlos Fabra está hasta el moño de la ambigüedad.

Una no escasa porción de ciudadanos valencianos, tambien. La ambigüedad en el ámbito gramatical es inofensiva; el mar o la mar, el calor o el calor enriquecen incluso la expresión. La ambigüedad en el ámbito de lo privado o lo social es otra cosa: siembra dudas e incertidumbres, y dificulta la convivencia. En política, además, lo ambiguo mueve a la desconfianza, al recelo o a la indiferencia, que se pagan en mayor o menos grado en las urnas.

Y la clase política valenciana, con las excepciones de rigor, es ambigua en sus actitudes, comportamientos y opiniones. Verdad es que hablan de proyectos claros, aunque percibimos lo contrario, aunque no sabemos hacia dónde caminan, o si suben o bajan como el gallego del chiste manido con quien uno se tropieza en el rellano de la escalera. Joan Lerma fue maestro de ambigüedad, sobre todo en el ámbito cultural, y parece que fue ayer cuando cambió sus fervores autonómicos e institucionales valencianos por un efímero ministerio en Madrid. Lerma velaba sus pareceres sobre el valenciano o la identidad del territorio de forma ambigua, y se fue dando un portazo, pues fue todo un gesto feo el estar ausente en el traspaso de poderes a su sucesor, Eduardo Zaplana. Aquello fue visto con desagrado por muchos de los que electoralmente habían apostado por Lerma, aunque resultara derrotado, que no vencido, en las urnas. Respecto a la lengua e identidad, el actual secretario general del PSPV sigue la misma senda ambigua.

Pero el ahora ministro de trabajo en Madrid, Eduardo Zaplana, no le fue a Lerma a la zaga. Ha sido un alumno aventajado de su antecesor en la presidencia de la Generalitat. Sus cantos de amor a la tierra y sus himnos al milagroso desarrollo económico del territorio autonómico, se acompañaron siempre de una calculadora, pérfida y ambigua política cultural en torno al valenciano o al ser valencianos en el conjunto de los pueblos hispanos. Y hay que estar ciegos para no ver qué se hizo hasta la fecha en los medios de comunicación autonómicos, o no ver qué la esperpéntica composición de ese mal llamado Consejo Valenciano de Cultura que nos dejó Zaplana. Claro que ya está en Madrid con la sonrisa ancha y perfil seguro, sin retórica de concordia y ambiguas buenas palabras.

Sin retórica indicaba Carlos Fabra, estos días pasados, que estaba hasta su pirri provincianista y desarrollista, su pirri del PP castellonense, de la ambigüedad de la oposición socialdemócrata con respecto al aeropuerto de Fabra, al agua del Ebro y al tren de alta velocidad de Fabra, que dan respuesta a los empresarios turísticos de la zona, y no a toda la ciudadanía de ese norte valenciano. No es ambiguo Fabra, no. Y la oposición debe manifestarse con claridad respecto a unos proyectos fabrianos que, a lo peor, destruyen más que construyen. La oposición ha de ser clara, como lo es Fabra guiando intereses de un determinado empresariado. Lo que piensen amplios sectores sociales sobre los proyectos de Fabra es otra cosa.

Sería conveniente que el adalid de los conservadores castellonenses impusiera la claridad a sus correligionarios en el Partido Popular, por ejemplo, en los temas culturales. A lo mejor resultábamos beneficiados todos delante de la urna; se acabaría la incertidumbre y se favorecería el civismo y el respeto por una clase política que, con las excepciones de rigor, no es ni el mar o la mar, sino todo lo contrario.

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