El ataque frustrado de Horrillo
El ciclista vasco del equipo Mapei se quedó a sólo 30 metros de una victoria que le habría cambiado la vida
Pedro Horrillo es un ciclista que se ha hecho famoso por no ser ciclista. Ayer mismo el diario Le Parisien le dedicaba un reportaje con una fotografía: Horrillo, sobre la bicicleta, lee a Nietzsche, Así habló Zaratustra, su libro de cabecera, su inspiración poética, pequeños textos que explican la vida. Y dice en el periódico francés, y Mínguez lo desmiente por la radio, que cuando estaba en el Vitalicio, Mínguez, el director, no hacía más que decirle que pensar era malo, que la cabeza del ciclista sólo vale para llevar el casco. Horrillo es famoso porque es ciclista y lee y habla con conocimiento y es curioso. 'Un bicho raro', que dice Freire, otro bicho raro él. Horrillo es famoso porque estudia Filosofía pura (hay tan pocos en España estudiantes de esa especialidad que ya decir que se va para filósofo podrá ser noticia dentro de poco). Horrillo también escribe, y muy bien, las crónicas cotidianas que desde su sillín envía a EL PAÍS (las manda por email y nadie las toca: se publican cual las escribe). También es famoso Horrillo porque comparte habitación con su amigo Óscar, el campeón del mundo, le pone los pies en la tierra al cántabro, que siempre está en las nubes, o pensando en sus cosas, y felizmente entre los dos se ha producido una simbiosis, y uno ha mejorado al otro y el otro ha mejorado al uno. Demasiadas cosas hace, y muy bien, Horrillo, de nombre Pedro, hijo de Hipólito y Concepción, nacido en Ermua (Vizcaya) hace casi 28 años. Tantas cosas, que mucha gente a veces se olvida de que es ciclista profesional, de que da pedales para ganarse la vida, y lo hace muy bien.
Ayer se cayó Freire. Una lástima. La etapa estaba escrita para él. Un largo repecho, un kilómetro tendido antes de la última recta, y la llama roja, el arco azul y al fondo, la meta. Se cayó Freire porque, en el fondo, la etapa no estaba escrita para él. Tenía que ser el día de Horrillo, que ya ganó hace un mes una etapa en la Bicicleta Vasca atacando así, en el último kilómetro, y soñaba con el día en que una gran carrera, el Tour nada menos, le iba a conceder la oportunidad. Ahí la tenía. El día de la primera etapa, la llegada a Luxemburgo, cuando atacó Bertogliati, Horrillo se quedó con las ganas. Se veía fuerte, más fuerte que nadie. Pero no se movió. Miró a Freire, a Óscar, al ciclista al que debe acompañar hasta los últimos metros, y el cántabro no le dio el OK. Podía ganar él. El Telekom le podría llevar hasta la victoria. No ocurrió así, y Horrillo llevaba todo el Tour pensando que quizás había dejado pasar la oportunidad que le transforma a uno, que le hace pasar de corredor normal a corredor bueno, a ciclista que gana. La oportunidad le llegó ayer.
Así lo sentía. Así lo interpretó. Llegó la pancarta de los dos kilómetros y el primer ataque esperado. Velo, un italiano predestinado por su nombre (en francés, velo es bicicleta), atacó. A cámara lenta. Demasiado pronto. Demasiado flojo. Hizo hueco, pero por detrás la gente controlaba. Medía el tempo, calculaba el ritmo. Luego saltó el impaciente David Etxebarria, y detrás el galgo portugués Azevedo. Horrillo, en el pelotón, calculaba, medía. Sabía que tenía que atacar más tarde. Salir fuerte. Sorprender. Nadie le conoce. Nadie le marca. Pero se precipitó. 'Me entró la duda', explica. 'Pensé que los tres que saltaron delante podían organizarse. Así que salté para pasarlos, pero justo cuando iba a pasarlos se abrieron hacia la derecha, hacia las vallas por donde iba a pasar yo, y me tuve que frenar, y volver a arrancar. Perdí fuerzas y tiempo'. Pero, pese a todo, Horrillo persistió y abrió hueco. Potente, con un estilo de fuerza pura, sorprendió a todos. Nadie reaccionaba y Horrillo se acercaba a la meta. 'Pero entonces me llevé una segunda sorpresa: la carretera picaba, picaba y picaba para arriba y yo no lo sabía. Los últimos metros se me hicieron eternos'. A él y a todos. Película de ésas de explosivos, con la mecha consumiéndose tan despacio que al héroe le da tiempo a todo, a salvar a los buenos, a matar a los malos. Pero duró demasiado para Horrillo, que se volvía y veía a la manada del pelotón, al australiano McGee acercarse más y más. Tanto que a 30 metros Horrillo bajó los brazos. Tan cerca se quedó de despertarse mañana siendo otro hombre: Horrillo, ciclista, ganador de una etapa en el Tour.
'Me habría cambiado la vida', dice, 'porque después de ganar una etapa en el Tour la gente ya no te ficha para que trabajes, sino porque sabe que puedes ganar'. Pasado mañana, de nuevo, se le acercará un periodista danés, por ejemplo, y le preguntará: '¿Tú eres Horrillo, el intelectual del pelotón?'.
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