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Columna
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Políticos

Una razón capital por la que a los jóvenes no les importa la política y la sitúan en sus intereses por debajo incluso de la religión o los clubes de fútbol, es por lo poco que a la política le importan ellos. En general, podría aventurarse que a los políticos, en cuanto clase, sólo les interesan ellos. La última remodelación del Gobierno ofrece un ejemplo de cómo se producen las cosas. Ellos son los que entienden por qué sí y por qué no tal ministro ha sido reemplazado, ellos son los que traducen el significado de las iniciativas, interpretan los 'movimientos de ficha', las estrategias para tomar posiciones de ataque o de defensa del poder. El juego es suyo, y las reglas, también. Fuera de ese círculo, el ciudadano ve las noticias que dan los periódicos en primera plana tal como si el cambio de carteras fuera un seísmo cuando lo ocurrido se reduce a un trastorno confinado a una clase repeinada y tribal. Más allá de ahí, fuera del territorio de los ministerios, las sedes de los partidos y el círculo que ocupan los habitantes de Gobierno-oposición, la vida permanece completamente inalterada. Los telediarios, los diarios, las radios, se abarrotan difundiendo el acontecimiento político, pero son usos informativos derivados de un tiempo en que la política formaba parte de la sociedad. Ahora los políticos han creado su club y la sociedad es como una plantación exterior donde cosechar de vez en cuando los votos precisos. Los ministros, los jefes de partido, sus adláteres, residen en una edificación a salvo de la curiosidad de la población, y ellos, eximidos de implicaciones extrañas, hacen o deshacen con el fin de ganar el poder. Ahora no hay ideología que defender, plan reformista dirigido a ilusionar la comunidad. La ciudadanía, si ha de ilusionarse, busca desde hace tiempo otras fuentes. Y las busca, cada vez más, uno a uno y por separado, cada cual tratando de crearse una vida individual en la que hallar su satisfacción personal. ¿La política? La institución que ha perdido mayor capacidad de atraer al electorado joven es este residuo desvirtuado. Este conjunto de tipos con traje y corbata rosa que aparecen siempre conspirando en pasillos o despachos en torno a un hemiciclo ya menos excitante que un campo de Segunda B.

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