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Columna
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El precio era alto

Cuando el señor Saint, de Overland Park (Kansas City), tuvo al teléfono a su hija Lindsey, corneada en el antepenúltimo encierro de los corrientes sanfermines, cuentan las crónicas que le dijo: 'Lindsey, vas a tener una bonita historia que contar a tus nietos'. De ser consciente el señor Saint del riesgo por el que había pasado su hija en un remoto punto de Europa, no estaría orgulloso tanto de que su hija se hubiera hecho con una bonita historia que contar, cuanto del hecho mismo de que pudiera contarla. Por fortuna, los Saint de Overland Park protagonizan una crónica de sucesos y no un triste funeral.

Ruth Saint, la madre de Lindsey, no muestra en sus declaraciones a The Kansas City Star mayor conciencia del peligro por el que ha pasado su hija. La señora Saint dice haberse sentido al recibir la noticia tan atribulada como cuando, hace poco, el hermano menor de Lindsey se pegó un castañazo de consideración en una estación de esquí de Colorado y la llamaron del hospital. Salta a la vista que la prole de los Saint son, como la mayor parte de los de su edad, una juventud viajera, dinámica e inquieta. Al respecto, Ruth Saint manifiesta la misma impotencia que el común de los de su edad: '¿Qué puedes hacer? Los ves crecer y un día has de dejar que se vayan'. Pasados los últimos sobresaltos, los Saint de Overland Park quitan importancia a las peripecias vividas por sus hijos y se muestran contentos de tener pronto a todos sus hijos, aunque escayolados, juntos.

En su cama del hospital, Lindsey Saint, una chica lista de Kansas que iba camino de Barcelona a un curso de verano, cuenta ante las cámaras su sucinta versión de los hechos: vino a la juerga, la vorágine se la tragó, y entonces, en plena estampida, vio que ante ella 'se abría un agujero negro'. Eso es todo lo que vio Lindsey: un agujero negro que se agrandaba, mientras un creciente ruido sordo iba a precipitarse sobre ella. Fue terrorífico y, con clara percepción del riesgo que vivió, Lindsey da gracias a cielo por poder contarlo.

Los testimonios de otros jóvenes inquietos que intercalan las crónicas para completar el relato de la aventura de Lindsey, se ven salpicados por algunos de los términos que han hecho fortuna en el cine último de terror: cada cual dice haber vivido su Scary Movie... y tener poco ánimo para protagonizar su Scary Movie 2. El precio de una auténtica vivencia de terror no sólo es alto, sino que la espeluznante película trasmite la verídica sensación de que va a ser la última.

Las banalizaciones del cine de terror en particular y el tratamiento en términos espectaculares de cualquier imagen aterradora en general, no contribuyen demasiado a trasmitir la dimensión del riesgo de perder la vida (por nada o por un error de percepción) que hay cada año, a fecha fija, en las mismas calles de Pamplona. Mil imágenes del encierro pueden contribuir a que el señor Saint se sienta todavía más orgulloso de que su hija tenga una historia que contar. Sólo las palabras justas de Lindsey pueden establecer ante su padre y sus nietos el precio de su historia.

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