Lanzadores y 'sprinters'
Como resulta que de un día para otro me he convertido en un especialista, me voy a dedicar a contar hoy en qué consiste eso de lanzar un sprint. Que, dicho sea de paso, es una tarea ya de por sí absurda, porque el sprint se lanza por sí solo, a quien se lanza es al sprinter, pero a lo que vamos, a ver si va a resultar ahora que en el fondo no hago nada.
Debemos partir de la base de que un buen lanzador es ante todo un buen sprinter. Y su gran virtud es que es un sprinter humilde y honesto con sus posibilidades de vencer. Es uno que reconoce que otros son más veloces que él. Entonces, en vez de dedicarse a hacer su carrera para poder hacer su puestecillo, ese tercero o quinto que nadie, ni siquiera él, recuerda, decide ponerse a disposición de uno de esos que le ha ganado tantas veces. No es sólo un acto de generosidad, pues también hay egoísmo detrás de esta decisión. También el lanzador podrá optar a sus momentos de gloria, en carreras en las que el jefe no está presente o su forma no sea la idónea, que carreras y oportunidades, por suerte o por desgracia, hay muchas al cabo del año.
Eso es un lanzador, que es lo que yo no soy; y luego están algunos como yo, que de sprinter no tengo un pelo. Somos corredores de potencia, que tenemos la capacidad de circular un kilómetro a 70 por hora, pero totalmente incapaces de hacer 150 metros a 75, que es lo que hace un sprinter en ese cambio de ritmo letal. Nuestro trabajo consiste en tener cubierto al sprinter, es decir, evitar a toda costa que el viento le pegue en la cara, básicamente. Es tenerle en cabeza, pasándole hacia adelante las veces que sea necesario, y dejarle colocado una vez hemos pasado el triángulo rojo del último kilómetro. Así que aquí te dejo Óscar, que ya te sabes tú buscar la vida.
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