Novillos con gas
Los novillos de piel nocturna fueron el prólogo del alboroto matinal de próximos días. La novillada de Miranda de Pericalvo dio un espectáculo poco común en la fiesta de los toros. Tuvieron mucho gas, fueron prestos al caballo, tomaron algunos hasta tres varas, y casi en todo momento no dejaron de comerse los engaños. Sin duda estuvieron, en general, por encima de los novilleros.
Matías Tejela, en su esplendoroso primer novillo le faltó torear con temple y mando. Dio muchos pases, algunos con cierta corrección, mas a falta de poner sobre la arena el hondo sentimiento que estaba pidiendo aquel novillo. En su segundo es cierto que dio algunas tandas de muletazos que estaban ligados, sin embargo no acabó de acoplarse con ese ejemplar. Gracias a que entró a matar volcándose sobre el morrillo y lo hizo de ley. La oreja se la ganó por esa estocada.
Miranda / Tejela, Vega, Galán
Novillos de Miranda de Pericalvo: dieron buen juego todos, en especial 1º y 2º; con movilidad y con fuerza. Matías Tejela: ovación y oreja. Salvador Vega: aplausos y silencio. David Galán: aplausos y silencio. Plaza de toros de Pamplona. 5 de julio. Tres cuartos largo de entrada. Primer festejo de la feria sanferminera.
Salvador Vega fue quien atesoró los pases más templados y ligados de todo lo que pasó por la tarde pamplonica. Hubo suavidad en su toreo y temple, como está dicho, no obstante a ese novillo tuvo que haberlo matado bien para ganarse una oreja, porque el novillo era de oreja o dos orejas.
David Galán hizo recordar a su progenitor, también matador de toros. Al final del festejo, en su segundo novillo, entró a matar sin muleta. Ese gesto tuvo la virtud de ser un espoleo entre los espectadores. En especial en aquellos que no sabían que el padre del torero también conservaba esa costumbre tan heterodoxa de entrar a matar. En cuanto a lo que es propiamente toreo, el joven David Galán dio con el capote una antología de lances, todos muy variados, pero demasiado movidos. Era como si 30 mariposas locas estuvieran revoloteando unas veces hacia el cielo y otras hacia la tierra y algunas de ellas a no se sabe qué planeta distinto. Con la muleta el joven Galán se movió demasiado, siempre forzando mucho los pases, y forzando su cuerpo, de tal suerte que parecía recordar a un torero contorsionista que basara toda su energía en la intimidación exagerada de la cintura. Pero todo hay que decirlo que encandiló a la parroquia con ese cimbreo tan caricatural y forzado. Si además de ese cimbreamiento el novillo hubiera caído después de esa media buena estocada tirándose sin muleta, es posible que le hubieran otorgado la oreja.
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